El afán por la fama o por conseguir lo que se busca, con frecuencia lleva a la calumnia o al insulto sin medir sus consecuencias sobre el otro, sin calcular el valor de las palabras.
Aunque parezca mentira, hubo una época cercana en la que la palabra tenía valor y era suficiente para cerrar un negocio, hacer un compromiso o respaldar una obligación. Se decía con certeza que “la palabra vale más que la plata” y poner en duda la de alguien era mancillar su honra y horadar su buen nombre. Claro, eran épocas en las que la reputación era más importante que la fama y el éxito estaba íntimamente ligado con el honor.
Evidentemente corren otras épocas en las que alguien puede hacerse famoso en cuestión de minutos sin importar el origen de su popularidad o la responsabilidad que debería implicar dirigirse a una amplia audiencia. Más aún, sabedores de lo efímero de su fama, muchos de los llamados influencers están dispuestos a gastarse sus cinco minutos de éxito y si es posible alargarlos, sin detenerse a medir consecuencias ni contrastar fuentes o preguntarse por asuntos como la veracidad o la oportunidad de cualquier cosa que digan. La verdad no es su compromiso ni está en sus prioridades porque antes de que se apague su vela quieren acumular los mayores réditos que puedan.
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Por ese camino es fácil señalar al otro, da lo mismo acusarlo de inmoral, de ladrón, corrupto, pederasta, violador, que, de necio, bobo, mojigato, santurrón, homofóbico o lo que se ocurra. Más que la idea del otro, están prestos a atacar al oponente, a maltratarlo si hace falta para imponer un punto de vista que agrade a la galería, con o sin convicción. No importa que luego haya que rectificar, disculparse o retractarse. No interesa si se lacera la honra, el buen nombre o la vida de los demás. De hecho, en muchos casos el otro no existe más que como un accidente o una oportunidad para hacerlos brillar desde su tribuna.
Es claro que existe legislación para protegernos de esos depredadores de la palabra, pero también es verdad que ese camino no siempre es expedito ni tiene mucho que ver con la velocidad y el alcance de los agravios. Así se hizo evidente esta semana en el panel Periodistas al Derecho y Derecho al Periodismo, en la Universidad de Medellín, en donde varias personalidades del periodismo y el derecho hablaron de la libertad de expresión en relación con los derechos a la honra, el apego a la verdad y el respeto por el otro.
Como en otros escenarios, la reflexión llevó a la ética como último recurso, más allá de los condicionamientos legales, las normas, las demandas o las recomendaciones. Es la postura individual la que le da peso a las palabras y sentido a las ideas, es el compromiso con la verdad el que marca el ritmo y obliga las contrapartes, y es el respeto por el otro el que señala el límite y nos invita a la justicia del término, al cuidado de la honra.
Un llamado para quienes buscan votos para sí o para otros, sin detenerse a pensar que sus señalamientos pueden poner en riesgo vidas ajenas; para quienes en el fragor de una asamblea son capaces de lanzar acusaciones infundadas para provocar aplausos y alimentar indignaciones; para quienes a través de los micrófonos buscan mayores audiencias y famas transitorias; para quienes en las conversaciones de cafetería o corredor convierten en odio su distancia del otro, lo calumnian y lo injurian. A todos ellos, a nosotros todos, un llamado a respirar profundo y tratar de elaborar cada punto de vista sin agraviar, sin epítetos, sin insultos ni suposiciones. Teniendo en cuenta que cuando hablamos del semejante nos describimos más a nosotros mismos que a él.
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Que el peso de las palabras no nos agobie, sino que nos libere y nos ayude a tender los puentes que requiere la sociedad, no para que todos pensemos igual sino para poder conocer la dimensión de nuestras diferencias y construir desde el respeto y la civilidad un mañana más amable para todos.
Coda: A propósito de ética, la evacuación del edificio Atalaya en el sur de Medellín genera nuevos interrogantes sobre el actuar de los constructores de la región. Van 13 edificios evacuados en los últimos seis años, varios de ellos implosionados, y otros 15 que son evaluados con lupa por sospecha de errores constructivos. 248 familias que se suman a la lista de quienes vieron convertido en pesadilla el sueño de tener casa.