El soneto no ha perdido su objetivo: continuar y perpetuar el camino del misterio del alma humana.
El argentino Francisco Luis Bernárdez (1900 – 1978), fue miembro de la Academia Argentina de Letras. Su carrera literaria la inició en España y Portugal, países en donde vivió por muchos años, puesto que fue un poeta diplomático. En España recibió el Premio Nacional de Literatura.
Sus herencias literarias
En la primera mitad del siglo XIX triunfa en América el romanticismo, que realza la propensión subjetiva y sentimental de la poesía lírica. Andando siglo, aparece la razón como catalizadora del desbordamiento sentimental: la primera manifestación de tipo objetivo se conoce como “realismo” en la novela, y “parnaso” en la lírica.
La mayoría de los sonetos de la época aluden a cosas o ideas consagradamente bellas, y por ello, el soneto es un bello producto lingüístico que contiene toda la exigencia estética: debe ser “bello”, y “sobre lo bello”; por tanto, debe tener un lenguaje poético; el más revelador recurso poético, en este sentido, son las llamadas licencias poéticas.
Las imágenes literarias
La mayor parte del lenguaje, del bello decir, se funda en las posibilidades traslaticias de todo idioma; es decir, trasladar los significados de base de los vocablos para revelar la intimidad sentimental o espiritual del poeta. Por eso, la poesía es la audaz transformadora del poder expresivo de las palabras: dar a las que no son poéticas, un valor emocional, poético. El siguiente soneto de Bernárdez es una clara muestra de esa mágica traslación de significados; unos retruécanos y dos o tres vocablos repetidos con infinita belleza, precisión y fe, dan cuenta del embrujo poético:
Soneto a la Natividad de la Santísima Virgen
Vino a la vida para que la muerte
dejara de vivir en nuestra vida,
y para que lo que antes era vida
fuera más muerte que la misma muerte.
Vino a la vida para que la Vida
pudiera darnos vida con su Muerte,
y para que lo que antes era muerte,
fuera más vida que la misma vida.
Desde entonces la vida es tanta vida
y la muerte de ayer tan poca muerte,
que si a la vida le faltara vida,
y a nuestra muerte le sobrara muerte,
con esta Vida nos daría vida
para dar muerte al resto de la muerte.
El soneto
“El soneto es el instrumento poético principal de los últimos siete siglos; la creación formal más importante de la poesía lírica durante toda la edad moderna que abarca esos siete siglos” (César Fernández Moreno).
La poesía lírica fue el campo experimental de nuevas orientaciones. En la lírica contemporánea se observa una importante rebeldía, porque la poesía viene buscando definir sus propios límites y ha logrado, en muchos casos, sacudirse viejos yugos preceptivos.
Pero, el soneto no ha perdido su objetivo: continuar y perpetuar el camino del misterio del alma humana, procurando expresarlo con su herramienta: la palabra, y con la difícil – muy difícil – aplicación de las licencias y figuras literarias.
En el manejo de los adjetivos y de los símiles, Francisco Luis Bernárdez tampoco tiene par, al incrustarlos en sus sonetos; y no son adjetivos vacíos, vocablos de relleno o carentes de valor emocional o filosófico o poético; son adjetivos, todos, con un hondo poder de significación, con una propiedad inalcanzable y una armonía lingüística convocatoria, gracias a su musicalidad exquisita. Leamos con atención su Soneto enamorado, en el que las personificaciones de presencias abstractas, gracias a los símiles, se concretizan en “ella”, en el ser inspirador:
Dulce como el arroyo soñoliento
Mansa como la lluvia distraída,
Pura como la rosa florecida
Y próxima y lejana como el viento.
Esta mujer que siente lo que siento
Y está sangrando por mi propia herida
Tiene la forma justa de mi vida
Y la medida de mi pensamiento.
Cuando me quejo es ella mi querella,
Y cuando callo mi silencio es ella,
Y cuando canto es ella mi canción.
Cuando confío es ella la confianza,
Y cuando espero es ella la esperanza,
Y cuando vivo es ella el corazón.
Hay instantes de serenidad, de reflexión, de luminosidad, de transparencia y claridad de las cosas; esos instantes son la suavidad del verso de diáfana musicalidad y elocuencia. Su producción poética tiene una forma lírica inigualable, con muchos toques románticos. Pero quien se detiene en leer sus poemas encontrará la inocultable y ferviente influencia que sobre él tuvo la poesía mística. Son numerosos los sonetos místicos: Soneto a la Virgen de la Asunción, Estampa de san Juan de la Cruz, A san Francisco; y entre las “Canciones cristianas” se destacan: Villancicos, La flagelación, En la resurrección, El pan eucarístico.
Dice uno los pocos estudiosos de la producción literaria de Bernárdez:
“El hombre actual, circuido de problemas y angustias, halla un reposo momentáneo, un oasis exquisito en este poeta que vuelve a conjugar un verbo tan antiguo como el mundo, revistiéndolo de matices antes inadvertidos y prodigándose en sorpresas expresivas de auténtica frescura y esplendidez”.
En Bernárdez, la manera de tratar el amor es - creo - cercana al místico gozo de san Juan de la Cruz, el amado poeta que siempre concibió el amor de manera un tanto diferente a santa Teresa, a quien la torturaba la perentoria necesidad de morir para encontrar a su Dueño, y exclamaba: “Que muero porque no muero”.
Hoy los sonetos más leídos en la lengua inglesa son los de William Shakespeare, quien escribió 154 de ellos y los publicó todos juntos en 1609.
En el venerado místico Juan de la Cruz, la definición es certera: “locura de amor que no se cura sino con la presencia y la figura”; y estaba tan lleno del amor a Dios que advierte en uno de sus escritos: “en el atardecer de la vida nos examinarán en el amor”. Su amoroso verso es suave, sosegado, lleno de añoranza:
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
Aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
Esa certeza del amor que ilumina, que da armonía al corazón y alegría a la vida, es, casi siempre, temática de Bernárdez; toda ella iluminada por la religiosidad de un espíritu limpio, de un ser que confiere a los elementales conceptos un insospechado valor de altura, una certera y fortificante fuerza de ir hacia la claridad para lograr el goce de la Belleza, del Amor, de la Verdad. Inspirado en las lecturas de san Juan de la Cruz y de otros místicos y ascéticos, Bernárdez escribe sonetos como los siguientes:
Nocturno (“En una noche obscura”. - San Juan de la Cruz)
¿De quién es esta voz que va conmigo
por el desierto de la noche obscura?
¿De quién es esta voz que me asegura
la certidumbre de lo que persigo?
¿De quién es esta voz que no consigo
reconocer en la tiniebla impura?
¿De quién es esta voz cuya dulzura
me recuerda la voz del pan de trigo?
¿De quién es esta voz que me serena?
¿De quién es esta voz que me levanta?
¿De quién es esta voz que me enajena?
¿De quién es esta voz que, cuando canta,
de quién es esta voz que, cuando suena,
me anuda el corazón a la garganta?
La fe
Por lo desconocida y por lo bella,
por lo profunda y por lo desolada,
esta noche, Señor, es como aquella
que te sirvió de cuna y de posada.
Esta dulce mirada de doncella
con que mira la noche abandonada
es la mirada de la misma estrella
que presenció en silencio tu llegada.
Este dolor es el dolor del hombre
que a pesar de sufrir tuvo confianza
en el advenimiento de tu Nombre.
Estos ojos, Señor, son como aquellos
ojos que no perdieron la esperanza
de que vinieras a llorar por ellos.
Además de lo romántico y de lo místico, sus poemas son, igualmente, la imagen de su propio criterio, de su filosofía y de su propia forma de enfocar la vida:
El silencio
No digas nada, no preguntes nada.
Cuando quieras hablar, quédate mudo:
Que un silencio sin fin sea tu escudo
y al mismo tiempo tu perfecta espada.
No llames si la puerta está cerrada,
no llores si el dolor es más agudo,
no cantes si el camino es menos duro,
no interrogues sino con la mirada.
Y en la calma profunda y transparente
que poco a poco y silenciosamente
inundará tu pecho de este modo,
sentirás el latido enamorado
con que tu corazón recuperado
te irá diciendo todo, todo, todo.
La lágrima
No sé quién la lloró, pero la siento
(por su calor secreto y su amargura) como
brotada de mi desventura,
como nacida de mi desaliento.
Quizá desde un lejano sufrimiento,
desde los ojos de una estrella pura,
se abrió camino por la noche oscura
para llegar hasta mi sentimiento.
Pero la siento mía, porque alumbra
mi corazón con esa luz sin tasa
que solo puede dar el propio fuego:
Rayo del mismo sol que me deslumbra,
chispa del mismo incendio que me abrasa,
gota del mismo mar en que me anego.
Soneto ausente
El sentido del tiempo se me aclara
desde que te ha dejado y me ha traído,
y el espacio también tiene sentido
desde que con sus leguas nos separa.
El uno tiene ahora canto y cara
porque vive de habernos dividido;
y el otro no sería conocido
si no nos escondiera y alejara.
Desde que somos de la lejanía,
el espacio, que apenas existía,
existe por habernos apartado.
Y el tiempo que discurre hacia la muerte,
no existe por el tiempo que ha pasado
sino por el que falta para verte.
Para terminar, debo destacar su libro Poemas de carne y hueso, y su exquisita colección de sonetos a los grandes músicos, especialmente a Bach, Haendel, Beethoven, Schumann, Chopin, Palestrina…