El espectador es testigo de su dolor, de sus inquietudes, de su desilusión, del derrumbe de su ídola.
No dudo que el Festival de Cine de Jardín empieza a marcar una impronta asociada a su capacidad de ubicarse en los temas trascendentales de la discusión pública. La última versión se enfocó en la democracia. El eje de su propuesta fue “del habitante al ciudadano” y, ciertamente, logró su objetivo.
Vimos cine y asistimos a conferencias y conversatorios que nos permitieron tener una visión integral y dramática de lo que ha significado la historia de abusos del poder, violencias e injusticias en América Latina. Apreciamos las visiones de las víctimas y las de los victimarios, y nos conmovimos con ese paisaje y cultura que integran a nuestra región.
Desde luego cada cual hace el balance y escoge la película o el documental que le deja una huella más indeleble. En mi caso y muy a propósito de los sucesos de estos días en los que, por primera vez en la historia del país, un expresidente de la república es citado a indagatoria por la Corte Suprema de Justicia, en mi caso, reitero, El pacto de Adriana se constituye en la pieza trascendental de este festival.
La historia es impresionante: una niña, en Chile, crece adorando a su tía Chany que representa para ella todo su ideal de mujer. La tía Chany es hermosa, alegre, exitosa, generosa, buena hija, buena hermana, el centro de todo, el orgullo de todos. La tía Chany viaja frecuentemente al exterior y su regreso es siempre una fiesta familiar en el aeropuerto. Ella llega cargada de regalos y siempre hay unos especiales para esta niña que la venera: imita sus gestos, sueña con ella, quiere vestirse como ella y cuando sea grande quiere ser como ella.
Un día del año 2007, en uno de esos regresos, la tía Chany es detenida en el aeropuerto acusada de haber pertenecido a la Dina, una siniestra organización del régimen de Pinochet, en donde ejerció como torturadora, dirigió secuestros e incluso un asesinato. La tía Chany es Adriana Rivas.
La documentalista Lissette Orozco, es esa niña y está estudiando cine por esos días. Decide entonces, por instinto, empezar a grabar todo, a conversar con ella, a registrar el entorno. Tarda hasta 2009 para tomar la determinación de realizar un documental que le permita demostrar la inocencia de su tía. Lisette tiene la convicción de que la tía Chany ha sido encarcelada injustamente, ella jamás haría nada de eso que se le endilga.
Uno o dos años después Chany huye a Australia y el documental la involucra en el diálogo. Chany hace la tarea, graba para su sobrina las conversaciones que sostienen, graba los espacios que habita en la distancia y se establece entre las dos un diálogo largo, de años, en el que los llantos, las conversaciones, los testigos, las indagaciones, los documentos empiezan a mostrarle a Lissette que esa tía adorada la está manipulando, le está mintiendo, que esa tía sí secuestró, sí torturó, sí actuó con sevicia. La tía Chany sí hizo parte de la entraña de esa dictadura oprobiosa.
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Y entonces Lisette enfrenta una lucha interior que tiene a mi juicio, dimensiones épicas. “¿Cancelo el proyecto, no me enfrento a la tía ni me enfrento a mi familia, o sigo con el proyecto porque no me puedo traicionar a mí misma?.
Lissete narra su decisión adulta. “Una tiene que armarse sola” - dice - “tiene que tomar sola la decisión de ser coherente con su ética y sus valores. Responderse a sí misma la pregunta de cuál es mi moral, qué es bueno, qué es malo”. “¿Merece o no merece mi país que se conozca la verdad?”.
Y entonces arma esta pieza maestra en la que se aprecia la manera como ella se reconstruye y se conecta con la historia misma de Chile. El espectador es testigo de su dolor, de sus inquietudes, de su desilusión, del derrumbe de su ídola.
Reflexioné en nuestro propio país y tuve una sensación de desgarre. La obsesión de muchos sectores por guardar silencio frente a los hechos dolorosos que nos circundan y frente a las actuaciones del expresidente Uribe, la manera como se maquilla, se argumenta. Ese eco al mismo discurso de la tía Chany que “nunca hizo nada”, “Yo no lo hice, yo no lo hice, lo que dicen no es cierto, es un montaje, me quieren perjudicar, tú sabes que yo nunca haría eso”.
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Esa lección de coraje de una niña que fue capaz de transitar de la inocencia a la adultez y, a pesar del amor, a pesar de la relación familiar, a pesar del riesgo, tiene el poder de descorrer el velo y reconocer la realidad.
Ya lo decía el gran Antonio Machado: “¿tu verdad? No, la verdad/ y ven conmigo a buscarla…”