Una de las consecuencias más notables de que seamos la única especie animal con un lenguaje, sintaxis e imaginación, es la de que seamos a su vez, la única especie animal capaz de mentir
Durante siglos se ha sostenido que “la virtud” es lo que nos diferencia de las otras especies animales. Según esa hipótesis, nosotros somos buenos por naturaleza, solidarios, bondadosos.
Le tengo una mala noticia. Eso no es totalmente cierto.
Una de las consecuencias más notables de que seamos la única especie animal con un lenguaje, sintaxis e imaginación, es la de que seamos a su vez, la única especie animal capaz de mentir. Si. Solo nosotros podemos mentir, somos capaces de hacerlo conscientemente, de hacerlo motivados por intenciones complejas y lograr incluso atribuirles a otros, esas intenciones.
Un perro, un camello, una rata, no mienten jamás.
Hay quienes hacen de la mentira un oficio. Para la muestra un Nassar, un JJ Rendón, un Uribe. Son muchos y variopintos.
Que te contraten para montar una torva campaña orientada a persuadir a la ciudadanía (con datos falsos y fuentes falsas) de que Colombia es el segundo país que mejor ha manejado la crisis del COVID19, es patético, como suena patética la intención de la campaña en referencia, de “mejorar la imagen” de un presidente también patético, cuya incapacidad se ha convertido en una verdad incontrovertible.
La mentira como vocación la ejerce sin titubeos un personaje corrupto hasta los tuétanos, que mira a la cámara y afirma sin pestañear: “soy un hombre probo”, o también aquel que, aún por encima de un mar de pruebas en su contra, finje inocencia y arguye que “todo fue a mis espaldas”.
El tema cultural y los sistemas de creencias tienen una gran importancia a la hora de evaluar el engaño o la mentira, pues se trata de la construcción de una fantasía con intencionalidad. Es un ejercicio de la inteligencia que requiere gran elaboración y en donde se incorpora la fantasía (¿qué otra especie animal puede fantasear?) y la creatividad de la falsificación (si, sólo la mente humana “crea” en el sentido literal de la palabra).
El problema del engaño es el impacto que produce en las relaciones sociales, en las interacciones y sobre todo, en la ética, que es paradojicamente, una de las más poderosas construcciones de nuestra especie.
Existe tal vez una relación directamente proporcional entre el engaño y su impacto. Es por ello que existen mentiras piadosas, mentirillas, mentiras sociales, en fin. El impacto y la intencionalidad del engaño, finalmente dan grado y nivel a la reprobación al mismo.
El engaño y el acto reprobable gravitan en la vida de la comunidad, como una especie de antípoda, de presencia dialéctica que permite, en la lógica binaria, tener claridad igualmente sobre las dimensiones que puede llegar a tener el ejercicio del bien, del acto bueno.
Permítame usted una provocación adicional: Contrario a lo que podría pensarse, el engaño, esa transgresión ética, no es un asunto meramente unilateral. Confluyen en él las complejas intenciones que animan a quien engaña, y también las intenciones del engañado que, debe entenderse, dicen los expertos, como otro que tiene también motivaciones.
Se requiere tener una disposición para “creer” en la mentira. Es una disposición extraña que linda con el disparate: Aunque todo lo que rodea al “hombre probo” demuestre lo contrario, las motivaciones del que quiere creerle parecieran reflejar la dimensión de su propia moralidad.
La ética es sin lugar a dudas, ese factor cohesionador que da sentido a nuestra existencia. En la ética anida nuestra dignidad, la ética nos protege de la mentira y puede ser el combustible que alimente las batallas del proyecto Humanidad.