El observador observado

Autor: Saúl Álvarez Lara
28 marzo de 2020 - 12:06 AM

Elvis es de los humanos que más he observado. Es un hombre de la selva

Medellín

Observar aves es una aventura en la que se corre el riesgo de ser observado

 

Pertenezco a una de las setecientas cincuenta especies de aves que habitan la Amazonía. Algunas endémicas, otras de paso; algunas amenazadas de desaparición por la destrucción de los humedales como el pato negro, el pato pico de oro o el pato colorado; otras bajo la amenaza de la comercialización clandestina como la guacamaya verde o el periquito alipunteado; y otras que se pueden observar en grandes bandadas como el colibrí esmeralda o chiribiquete que vive por estos parajes desde siempre, por lo menos desde que tengo memoria. Y no es una exageración esto de la memoria, estudiosos de las aves como Jennifer Ackerman aseguran que aun seis meses después, nosotras las aves, recordamos con precisión dónde, en centenares de kilómetros de selva, de parajes inaccesibles o riberas de riachuelos, dejamos semillas escondidas.

A pesar de los inconvenientes que trajo la llamada modernidad como la tala indiscriminada o la violencia, no todo es nocivo, también vino con ella el observador de aves. Lo que no saben los “pajareros”, así se llaman entre ellos, que nos observan con binoculares, punto láser para indicar nuestra posición, grabadoras, cámaras con teleobjetivo o, con telescopio, es que nosotros los observamos sin necesidad de ayudas tecnológicas y cuando no hay depredadores al acecho preparamos montajes para que nos admiren, nos tomen fotografías o graben los sonidos, distintos según el momento, con que anunciamos que estamos frente a un fruto, que es hora de comer, que el depredador está cerca o que hay humanos a la vista y debemos prepararnos para que nos observen y nos tomen fotografías. Cuando se trata del amor también hemos permitido que graben los llamados con que nos enamoramos; es difícil que nos tomen fotografías cuando los machos adornados con colores deslumbrantes están hermosos y las hembras se dejan conquistar por su elegancia, preferimos preservar la intimidad y permanecemos en la sombra, sin embargo algunos “pajareros” lo han logrado.

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Los “pajareros” organizan expediciones y recorren la selva para observarnos y nosotros participamos de la observación: organizamos convites, sesiones de alimentación en las copas de los árboles o juegos con los pequeños en la ribera del río tomando el sol cuando las lanchas pasan, incluso armamos alguna algarabía porque un depredador se acerca y mientras ellos nos observan, nosotros también los observamos y estudiamos su comportamiento.

Elvis Cueva Márquez

Elvis Cueva Márquez: como la selva se lleva en el cuerpo volvió a recorrerla, ejercitó el oído y la vista, sentidos vitales para el observador de pájaros.

Elvis Cueva Márquez es un amigo, podría decir. Es de los que viene con más frecuencia a buscarnos en los parajes de la selva; lo he visto y lo sé por algunos congéneres que en ocasiones pasa semanas enteras buscándonos, tomando fotos o grabando los sonidos con que anunciamos el fruto maduro, el peligro o el amor. Lo considero amigo porque alguna vez le escuché decir: “… a la selva hay que entrar con respeto, hay que entrar como se entra en un lugar donde no se debe tocar ni dañar nada; uno entra a la selva para escucharla para apreciarla porque ella también lo observa a uno… A la selva hay que entrar con la mente abierta, sin prevenciones, si no, ella te pone tropiezos, te caes, una espina te chuza, una rama te golpea, las aves se esconden…”.

Elvis es de los humanos que más he observado. Es un hombre de la selva, eso le viene de su madre Julia Márquez indígena Mayoruna; pero también se desenvuelve bien en los recovecos de la ciudad, eso le viene del padre César Cueva, mestizo de origen andino de Chachapoyas y Cajamarca en el amazonas peruano. Me enteré, porque en la selva uno se entera de todo, los sonidos y las palabras vuelan sin tropezar, que la primera vez que se aventuró en la selva, con su hermano mayor, se perdieron dos semanas, cuando salieron Elvis dijo: no vuelvo. Entonces se hizo actor de teatro. Estudió hotelería y turismo. Y como la selva se lleva en el cuerpo volvió a recorrerla, ejercitó el oído y la vista, sentidos vitales para el observador de pájaros. Comprendió que ser discreto y respetuoso como las aves que observa es la condición esencial. Entendió que el canto de las aves es una forma de defensa y también de regocijo y aprendió a distinguirlos. Aprendió a escuchar sonidos tan sutiles como el aleteo sin turbulencia que produce el búho.

Cotinga turquesa

Cotinga turquesa, (cotinga maynana) Foto de  Elvis Cueva

Porque he vivido desde siempre en la espesura, he volado encima de las copas de los árboles, me he disimulado entre las ramas, he esperado el momento propicio para llamar o para pedir ayuda, sé que la selva tiene momentos invisibles para la mayoría; y sé también que en ocasiones la selva muestra formas, colores o situaciones que pocos sabrían describir, y solo aquellos que sienten sus vibraciones están en la posibilidad de distinguirlas, Elvis es uno de ellos, pero no solo distingue aves, también reconoce plantas e insectos y logra decir por dónde se escabulló una lagartija tímida que prefiere la sombra de la vegetación en lugar de la luz de un claro. Como todos los seres vivos, las aves somos celosas de nuestra belleza exótica y plena de colores, sabemos que somos llamativas y a pesar de que es un atributo ineludible también es un punto de atracción, pero si el depredador está cerca, es posible que todo cambie. Elvis distingue esos momentos de urgencia, sabe que en todos los rincones, un enjambre de códigos, movimientos y señales, que es necesario interpretar en el momento justo, abunda; sabe que vernos es una cosa y escuchar nuestros cantos y murmullos es otra. Para el “pajarero” vernos y escucharnos al mismo tiempo es lo mejor que puede suceder y también es lo mejor para nosotras pues el registro en el esplendor de la coincidencia es testimonio nuestra existencia. Observar aves es una aventura en la que se corre el riesgo de ser observado. Las aves terminan por reconocer al observador; saben de donde viene, para dónde va. Es un juego donde ave y observador se muestran o se esconden y los dos lo saben.

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© Saúl Álvarez Lara / 2020

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