El presidente de Estados Unidos ha dado una estocada a la posibilidad de revisar el Acuerdo de París, para hacerlo más realista.
En la antesala de los días del Medio Ambiente, el 5 de junio según decisión de la Asamblea de la ONU adoptada en 1972, y los Océanos, el 8 de junio según acuerdo del 2000, Donald Trump anunció el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático. El trámite interno para ejecutar la idea está servido, toda vez que el presidente Obama firmó el tratado pero el mismo no ha sido ratificado por el congreso norteamericano. El proceso ante Naciones Unidas, depositaria de la decisión, tomará hasta 2020, año en que inicia la obligatoriedad del Acuerdo.
Con este paso, pedido por 22 senadores republicanos y respaldado por algunos líderes empresariales, Trump cumple una promesa electoral. Y lo hace ratificando sus argumentos sobre los gastos y el impacto en empleos para Estados Unidos, si cumple con sus obligaciones de reducción de emisiones de carbono hasta el 2025 (ver infográfico). A estas ideas ha sumado su desprecio, ¿fruto del desconocimiento?, por lo que significa, en términos de cuidado del planeta, la esperada ralentización del aumento de la temperatura global gracias a la reducción de emisiones contaminantes. Y, concentrado en su período de gobierno, revira por el costo del Fondo verde para el clima (GFC por sus siglas en inglés), instrumento de equidad que permite a los países altamente industrializados y generadores de gases contaminantes, apoyar los esfuerzos de protección de bosques y ecosistemas en naciones en vías de desarrollo, opción que les compensa por evitar los deterioros ambientales en los que sí incurrieron los países desarrollados para serlo.
Sustentado en argumentos frágiles y un cuestionado enfoque del desarrollo y la supervivencia, esta iniciativa se ha entendido como provocación a los valores que le dan vida a Estados Unidos y la comunidad global de naciones.
Muchas de las respuestas más duras a esta decisión se produjeron en la propia nación norteamericana. Contrariando la tradición de acatamiento, así sea crítico, de las decisiones presidenciales en política internacional, gobernadores estatales, alcaldes de grandes ciudades y líderes de empresas representativas anunciaron que van a desobedecer a su gobernante porque van a seguir adelante en sus metas para cumplir los compromisos del Acuerdo de París. Con la inusual postura, gobernantes y empresarios develan la incapacidad de su presidente para dimensionar que los efectos de la inacción presente frente al calentamiento global se sentirán en centenares de años, poquísimo tiempo para un sistema que mide sus ritmos en centenares o miles de millones de años (la sola Tierra tiene unos 4.470 millones de años).
El mundo tampoco se resigna a la disrupción del mandatario estadounidense. La Unión Europea ha protestado por los impactos presentes para las demás naciones y los efectos futuros para Estados Unidos, mientras los silencios de coyotes agazapados en espera de su oportunidad, particularmente China, alertan a quienes temen a coyunturas que favorezcan la pérdida del equilibrio entre naciones y la renuncia de Estados Unidos a ser el legítimo personero de los valores democráticos y civilizadores construidos en doscientos años de su historia. Habiendo forjado desconfianza entre sus aliados naturales, particularmente la Unión Europea y los restantes países americanos y dando razones a potentes personeros del anti-americanismo, Donald Trump echa leña y gasolina en el fuego del intenso odio de extremistas contra el Imperio estadounidense. Tales enemigos no son simples propagandistas panfletarios.
Ajeno al futuro y renegado de la globalización, que es particularmente palpable en los problemas asociados con el medio ambiente, Donald Trump intenta, como manifestó en su anuncio del retiro del Acuerdo de París, iniciar una nueva negociación que ponga compromisos realistas y elimine exageraciones ideologizadas. Esta sería una opción responsable, si su propósito fuera tamizar los acuerdos innecesarios, así como revisar las teorías y datos objeto de controversia especialmente en el campo de las energías, así como acoger tesis ignoradas en razón de los prejuicios científicos, y hasta personales. Siendo el contexto ambientalista uno de los que acumulan más fanáticos que bordean la irracionalidad, no es a esos casi-religiosos militantes a quienes puede atribuirse la responsabilidad de bloquear algún intento de revisión y replanteamiento del Acuerdo. Tal desastre fue construido por el presidente de Estados Unidos y su discurso radicalizado contra esta, una urgencia que la humanidad debe superar mediante acuerdos y transformaciones de hábitos tecnológicos, económicos y culturales, que acentúen el uso de energías limpias y el cuidado del mundo para las generaciones del futuro.