La artista antioqueña Dora Mejía se ha caracterizado por manifestar en su obra una relación entre el ser y el sentir del hombre en el universo a partir de un pensamiento cosmogónico donde diferentes búsquedas formales estimulan nuestra manera de percibir la vida y nuestro “estar” en el mundo
No son muchos los artistas que después de tener una trayectoria como la que posee la artista y arquitecta Dora Mejía, tengan la capacidad y la agudeza para renovarse. En su libro Cinco Meditaciones sobre la belleza el escritor y académico Francois Cheng propone que una creación artística digna de ese nombre debe enfrentarse a lo real, manteniendo dos designios a saber: expresar de manera poética la parte compleja de la vida, pero también debe revelar el misterio que encierra el universo. El arte autentico, menciona Cheng, es en sí mismo una conquista del espíritu; en este sentido, la obra de Dora Mejía que podemos apreciar actualmente en la galería La Balsa y que se presentó bajo el título El monte Ararat tiene justamente esto: trastoca realidades complejas cuando nos ofrece un homenaje a las mujeres Rohingya, mujeres que pertenecen a una minoría musulmana quienes tienen que soportar una vida llena de horror, violencia y desarraigo causados por el ejército de Myanmar; y por otro lado, logra conjugar una reflexión que parte de uno de los mitos más singulares en nuestra cultura occidental sobre la regeneración y la purificación del hombre: el mito del diluvio universal.
En su homenaje a las mujeres Rohingya, Dora Mejía recoge estéticas de oriente y occidente.
Para la artista, “El mito alude a hechos que quizás nunca sucedieron, pero como todos los mitos de origen, al repetirse inexorablemente con el transcurso de los tiempos, ofrecen a la humanidad el iluminar y comprender el presente. Múltiples puntos de vista del Monte Ararat de hoy y de siempre, múltiples acontecimientos relativos al Diluvio Universal desde el ahora y desde el eterno y errático trasegar de la humanidad contra la adversidad, inspiran la realización de esta propuesta”. Así, El monte Ararat nos propone un ejercicio diacrónico donde el cruce de diversas fuentes de investigación trasmuta en una interpretación absolutamente actual del viejo mito bíblico, meditando sobre la naturaleza propia del mito, su relación indispensable con la formación histórica del hombre tanto como la naturaleza del ser, haciendo un llamado, entre otras cosas, a que reflexionemos sobre la condición misma de la obra de arte, pues a lo largo de su trayectoria, su trabajo siempre ha evocado la tierra y el cielo, lo humano y lo divino, medios tradicionales como nuevas exploraciones formales donde la obra de arte “digna de ese nombre” recordando a François Cheng, está dotada de ese prodigioso poder de unión.
La galería La Balsa nos presenta El monte Ararat, una exposición donde más de 50 piezas entre imágenes digitales, video e intaglios, nos señalan de manera magistral la excelencia del acto creativo de la artista.
Por otra parte, tanto en los relatos fundacionales occidentales como en los relatos orientales, el monte, la montaña, siempre ha tenido una importancia particular siendo materia fundamental para creaciones extraordinarias de pinturas, como la obra Treinta y seis vistas del monte Fuji compuesta de 46 xilografías creadas por el artista japonés Katsushika Hokusai, así como un sin número más de creaciones dada su importancia cultural y religiosa. En occidente, uno de los relatos principales que acompañan algunas ideas sobre el hombre y su historia, se ha configurado sobre El monte Ararat, aquel considerado como el lugar donde reposaría el Arca de Noe justo después del gran diluvio. En este sentido, si observamos la muestra con juicio, podríamos encontrar que la obra de Dora Mejía parte de un mito occidental pero hay algo en su trabajo que insinúa sin duda unos tenues alientos orientales; no solo por la evocación a las mujeres Rohingya sino, incluso, por la referencia a una estética que recoge intuitivamente la esencia profunda de las cosas, que se interesa no solo por el individuo sino por los misterios del universo explorando los mundos del subconsciente colectivo en los mitos fundacionales del hombre. Por lo tanto, ya sea desde la poética que enmarca la complejidad de la vida o la conjunción reflexiva de los mitos y las realidades, sea una relación entre el cielo y la tierra, lo divino y el hombre, lo occidental o lo oriental, los caminos del gran arte siempre escalarán la misma cumbre.