Los más de 130.000 habitantes de esa comuna estaban prácticamente secuestrados y vivían bajo la tiranía del fusil.
Hace 15 años, el 16 de octubre de 2002, se ejecutó la Operación Orión, mediante la cual se les arrebató de las manos la Comuna 13 de Medellín a los terroristas de las Farc y el Eln, amos y señores durante varios años de ese territorio, apenas a diez minutos del centro de la ciudad. Y no es un “doloroso aniversario”, como tituló un diario capitalino, ni la Comuna 13 “sobrevivió a la Operación Orión”, como dijo un periódico local.
Por el contrario, la Comuna 13 sobrevivió pero a las Farc, gracias a esa operación. Quienes niegan algo tan evidente son esas voces sesgadas que convierten una liberación, por parte de las fuerzas legítimamente constituidas, en actos de supuesta barbarie que son estigmatizados con el mote de ‘retomas’, como ocurre también con el caso del Palacio de Justicia, pues el comunismo no perdona sus derrotas.
Esa intervención del Estado no solo era necesaria sino obligatoria, pues es su función primordial la de proteger la vida, honra y bienes de sus asociados, siendo la libertad el valor más preciado de todo individuo. Los más de 130.000 habitantes de esa comuna estaban prácticamente secuestrados y vivían bajo la tiranía del fusil, sobre todo de ilegales de izquierda, como el Eln, las Farc y los Comandos Armados del Pueblo (CAP), que no eran otra cosa que milicias farianas.
Era un dominio opresivo que se inició hacia mediados de los noventas con toda clase de abusos: reclutamientos forzados, desplazamiento de centenares de familias, prohibición de celebrar las navidades y otras tradiciones, y hasta control de la moda femenina como en un estado totalitario. Proscribieron el uso de descaderados, minifaldas, blusas escotadas, ombligueras y similares, y el castigo era ‘ejemplarizante’: paseo desnuda por el barrio y violación masiva, de ello hubo testimonios y denuncias.
Los críticos de ayer y de hoy aducen que la actuación del Estado fue exagerada y desmedida, pero es que los criminales que se habían instalado allí no eran niños exploradores. Muchos eran guerrilleros curtidos, llegados del Caguán, como se informó en ese entonces, y usaban fusiles de combate. A esos críticos parece no importarles que antes de Orión, esa comuna era un foco de violencia donde asesinaban desde policías hasta sacerdotes, y en la que ni el alcalde podía asomar la cabeza porque le llovía plomo. Balas disparadas desde la 13 hacían blanco en barrios vecinos y cobraban vidas. Era el sitio donde escondían secuestrados. Hasta agosto de ese año, se habían cometido más de 300 homicidios en ese sector.
Orión dejó 14 personas muertas; 7 milicianos, 3 militares, 3 civiles y 1 policía. Sin embargo, hay medios que hablan falsamente de “75 homicidios fuera de combate”. En Orión se tiene certeza de 3 desaparecidos, pero hay medios que hablan de “casi un centenar”, y el hecho de que solo se judicializara una treintena de los 450 capturados, es prueba de que primaron las garantías y no las violaciones a los derechos humanos.
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A la Operación Orión le atribuyen la culpa de desapariciones previas y posteriores, de muchos meses antes y muchos meses después. Eso no es serio. Ahí está el otro mito, el de La escombrera, la supuesta “fosa común más grande del mundo” en la que habría centenares de cadáveres. Pues bien, se removieron 25.000 metros cúbicos en el sitio señalado por un informante y no encontraron nada.
Para culminar, se suele asegurar que en esta operación hubo alianza entre el Estado y los paramilitares por la presencia de informantes con pasamontañas, delatando a los milicianos. Pero el uso de informantes es legal y proteger su identidad es una necesidad; además, diversas versiones indican que los ‘capuchos’ eran guerrilleros que se cambiaron de bando, traición que las guerrillas no perdonan.
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Es seguro que en Orión hubo algunas violaciones porque nada es perfecto, pero no se trató de algo sistemático. A punta de medias verdades, exageraciones y falacias absolutas, se ha querido satanizar esta operación para maniatar al Estado y evitar que cumpla su misión.