El mercadeo político

Autor: Fabio Humberto Giraldo Jiménez
15 mayo de 2018 - 12:08 AM

Se ha desarrollado en toda su plenitud el marketing político que, siempre actuando al borde del reglamento de toda ética y de toda legalidad.

No se puede pretender que la fría y calculadora racionalidad guíe sola la decisión política porque los hombres somos también un amasijo de pasiones, deseos, costumbres, arraigos, sentimientos e intereses, muchísimos de ellos irracionales y egoístas. Por eso me parece inevitable que en las campañas políticas en las cuales se discuten las decisiones sobre nuestra vida y sobre nuestro futuro, el de la familia y el de la sociedad, se mezclen la inteligencia racional y la emocional. Aún más, si la muerte no rondara nuestras discusiones, la polarización sería una virtud dialéctica. Pero no; y, además, porque se polariza sobre mentiras, exageraciones y trivialidades que serían inocuas en relación con los asuntos importantes, si no fuera porque al disimularlos, terminan aplazando las soluciones.

¿Dónde está, por ejemplo, la discusión sobre si se cumple o no con la Carta de Derechos de la Constitución colombiana que es el núcleo de la civilización política moderna más importante incluso que las aún semisalvajes relaciones internacionales y las imposiciones del mercado? ¿Dónde está el mandato de la ética política contemporánea que está escrito como ley en las tres generaciones de derechos después de un consenso político entre muy diversas ideologías específicas? ¿Dónde está la discusión sobre si se cumple o no con la parte orgánica de la Constitución que es el corazón de nuestro régimen político y jurídico? ¿Por qué los derechos de segunda generación se consideran de segunda categoría cuando los aspectos sociales de la implementación del posconflicto son sólo una petición de que se cumplan? ¿Qué tanto compromete el eficientismo capitalista a valores tan democráticos como la responsabilidad social y la gobernabilidad, cuando tenemos como referente moral y legal a una Constitución que, si se cumpliera con satisfacciones programadas mediante políticas de Estado, basaría nuestra política en expectativas sostenibles? ¿Qué tan responsables son el capitalismo salvaje y el neoliberalismo por las respuestas indignadas tanto de la derecha libertaria, tirando, como en la era Trump, hacia una modernidad de democracia estratificada, o de las respuestas del socialismo del siglo XXI cabalgando en las frustraciones y afanando soluciones? ¿Acaso el verdadero centro político no es la defensa radical y la aplicación programada de la forma y la sustancia de la actual Constitución aún con sus recortes y reajustes?

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Por eso es infortunada la despolitización que logra la sobre politización de las campañas políticas al crear un ambiente disimuladamente meta emocionado. En las campañas políticas es eficientísima la estrategia de despistar la realidad, disimular lo importante y arrear gente alebrestada por un optimismo fatuo en el que se despliega entretenimiento, fiesta, espectáculo, circo y bacanería, todo bien mojado con exultantes alcoholes, vaporosos humos, triquitraques ideológicos, salmos moralistas, sinuosos obsequios y coquetas promesas; o también la de arrear gente amilanada por un pesimismo derrotista en el que reinan tristeza, melancolía, neurastenia, preocupación, hipocondría, derrotismo, desaliento, desánimo, abatimiento, desmoralización, rabia, irritación, amargura, desazón, desaliento, desesperanza, melancolía, desilusión y fatalismo, todo acompañado con café bien amargo, castigos infernales y venganza restauradora. Y la estrategia suele ser más exitosa si se logra una mezcla esquizofrénica de pesimismo y optimismo.

Como en la guerra, en las campañas políticas se aturde la razón cuando hay estruendo, estrépito, algarabía, bulla, alboroto, escándalo, jaleo, barahúnda y batahola; se confunde el entendimiento si al zaperoco se le agrega desconcierto, ambigüedad, imprecisión, doble sentido, enredo, embrollo, lío y maraña; se reduce la sensatez y se postra la voluntad si se adorna con una seductora guarnición de emociones, sentimientos, sensaciones e impresiones en las cuales se usan tretas, triquiñuelas, ardides, trapicheos, argucias, trucos, artimañas, engaños, estratagemas, martingalas, manipulaciones, componendas, falsificaciones, adulteraciones y fraudes.

Y para planear la estrategia se ha desarrollado en toda su plenitud el marketing político que, siempre actuando al borde del reglamento de toda ética y de toda legalidad, estudia prolijamente gustos, costumbres, ilusiones, placeres, inclinaciones, deseos, vicios pero también fobias, miedos y resentimientos, individualizándolos y sectorizándolos por calles, cuadras, manzanas, barrios, pueblos, comunas y regiones creando nichos de mercado a los que ofrece satisfacciones puntuales a modo de sanaciones y redenciones.

Por eso las ideologías, oscurecidas por programas de gobierno a gusto de un consumidor al que le han amaestrado las papilas gustativas, se convirtieron es especies de supermercados, tiendas por departamentos o locales de abarrotes donde se vende petróleo crudo al lado de los quesos, pan caliente al lado de los productos de belleza, alimentos dietarios al lado de la fritanga, verduras al lado de la zapatería, biblias al lado de la armería, desperfectos y usados al lado de novedades y excelencias, bisutería en los mismos estantes de la joyería, con la muy especial característica de que en “temporada electoral” todos los productos están en promoción y bellamente adornados. No es nada casual que, en una misma ideología, como en una especie de cuadro cubista en el que la cabeza está en los pies y los ojos en el trasero, se compendien propuestas y se ofrezcan productos contradictorios y “a la carta”.

Y para implementar la estrategia, los partidos políticos se han convertido en corporaciones de pequeñas y medianas empresas electorales gerenciadas por políticos que, imitando impulsadores de productos, marchantes, comerciantes, lonjistas, abarroteros, venteros, tenderos, lonjistas, comerciantes, suministradores, proveedores y negociantes, van por el mundo vendiendo ilusiones al por mayor y al detal.

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En un ambiente tan enrarecido, confuso, amedrentado o alborotado adquiere sentido que los pobres voten por los ricos, las víctimas por sus victimarios, los ingenuos por los avivatos, los altruistas por los egoístas, los legales por los ilegales, los ilustrados por los ignorantes, la gente buena por la gente mala y que el que nada o poco tiene, termine agradecido por seguir respirando, conservar su mesada, lucir sus hilachas y hacer arquitectura libre e innovadora con sus plásticos, latas y ladrillos al lado de mansiones y castillos.

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