El mejor profesor del mundo resignifica la pobreza, la supera y nos da a entender, como lo insinuaba en su discurso, que esta solo habita en las mentes de las personas y que el papel de la educación es sacarla de ese lugar
La fundación Varkey entregó el galardón del mejor profesor del mundo al africano Peter Tabachi. Llama la atención cómo en medio de la precariedad, este hombre rompe las barreras de la miseria, dando lo mejor de sí a favor de los más desfavorecidos. La Historia de este franciscano es muy similar a la del primer franciscano. De esto quiero hablar, me llena de profunda inspiración y emoción. En cualquier época histórica y en cualquier espacio sociocultural el retorno al Evangelio de Jesús es la base de cualquier renovación de la vida y de los carismas que siguen convocando a muchos jóvenes al servicio de los más pobres. La vida franciscana hoy debe verse renovada por el testimonio de Tabachi. San Francisco de Asís, en un arranque de fervor evangélico, escribía al Cardenal Hugolino: “No me habléis de la regla de San Benito, ni de las de San Agustín o San Bernardo, ni de alguna otra forma de vida, si no es la que el Señor mismo me ha mostrado y entregado misericordiosamente”. Es una buena forma de expresar que el Evangelio está por encima de cualquier otra regla sugerida, adaptada, asumida o impuesta de Vida franciscana. El mejor profesor del mundo resignifica la pobreza, la supera y nos da a entender, como lo insinuaba en su discurso, que esta solo habita en las mentes de las personas y que el papel de la educación es sacarla de ese lugar para hacer que las cosas no solo sean útiles sino posibles. Si la educación pierde esta referencia, pierde también su inspiración original específica y deja de ser pertinente aunque se le quiera revestir de normas, leyes, políticas que le quitan su belleza y su inspiración.
La vida franciscana no se caracteriza específicamente por su componente ascético o moral, ni por su carácter comunitario o apostólico, ni siquiera por la tendencia a la perfección o por la profesión de los consejos evangélicos. Nadie que se sienta inspirado por la persona de Francisco puede legítimamente sustraerse de la realidad de los más pobres. Una educación, como la que profesa Tabachi, asume la libertad absoluta frente a las pulsiones fundamentales de la vida humana: la atracción de los bienes materiales, los mal entendidos atractivos del amor humano, la tendencia a la autoafirmación. Que un franciscano sea el mejor profesor del mundo quiere decir que la educación pide a gritos personas cargadas de humanidad, compasivas, capaces de ver al otro con misericordia. En definitiva, este modelo de educación nos llama a hablar del amor como condición de posibilidad donde cada estudiante sienta comprometida su vida a favor de los demás. Tremenda responsabilidad.
Quien se hubiera imaginado que un hombre que vivió hace más de 800 años vendría a ser referencia fundamental para todos aquellos que buscan y luchan por una nueva humanidad, por levantar del polvo la dignidad del hombre de sus derechos fundamentales, por erradicar la pobreza desde la misma pobreza, por seguir esgrimiendo su voz profética en un mundo de sordos, por seguir haciendo visible el mensaje de Jesús sólo con vestir su hábito talar en un mundo de ciegos. Quienes trabajamos en instituciones de educación de carácter católico nos sentimos felices por el galardón dado a este hermano franciscano. Eso nos compromete a revisarnos, nos invita a encarnar un nuevo acuerdo con la naturaleza y reconciliar al mundo con ella, a soñar y trabajar con una confraternización universal en un mundo habido de justicia, de paz y del respeto por la vida. En San Francisco, como nos dice el gran Leonardo Boff, encontramos los valores que perdimos, como la capacidad de encantarnos ante el esplendor de la naturaleza, la reverencia delante de cada ser, la cortesía con cada persona, el sentimiento de hermandad con cada ser de la creación, con el sol y con la luna, con el lobo feroz y el leproso al que abraza enternecido.
El mejor profesor del mundo nos está dando la mejor lección, ser humildes. Una humildad capaz de redescubrir constantemente el dolor, la necesidad, la pobreza, en definitiva la realidad en la que vivimos. Esta mirada debe llevarnos a renovar nuestro lenguaje como promotor de sanación para una sociedad enferma, incapaz de ver a la cara su propia humanidad, de reconocerse parte de ella misma. Francisco es el “hermano siempre alegre” que nos sigue motivando en la jovialidad y el canto, en la pasión y la danza, desde el corazón y la poesía. Esta adaptación a las condiciones cambiantes de los tiempos exige de todos, un análisis y un conocimiento a fondo de la sensibilidad, de la cultura, de la problemática presente en las diversas situaciones sociopolíticas de la comunidad humana. Fatalidad, determinismos y aprecio a la libertad, dependencia y liberación, marginalidad, pobreza y sentido de la propia dignidad, injusticia y sentido de los propios derechos, secularización y tentaciones materialistas... son situaciones que deben cuestionarnos. Que el ejemplo de Francisco y del mejor maestro, el franciscano, nos siga enseñando…