Ese embrión son los Comités de Convivencia existentes en todas las instituciones educativas del país, creados por la Ley 1620 de 2013
Otra vez estamos en las inaceptables mismas al haberse difundido con morbosa persistencia casos de abuso, maltrato y asesinato de niños en sus primeros años como el de Sarita ocurrido en el Tolima.
Lo paradójico es la coincidencia de estos hechos con fechas destinadas dizque a estimular la protección a la niñez, como el Día Internacional de Lucha contra el Maltrato Infantil o el Día del Niño, cuya razón de ser queda muy mal parada cuando la realidad, con muy alto volumen, nos dice que sucede lo contrario.
Ya sabemos -y hasta parece ocioso reiterarlo- cómo la televisión explota intensamente la tragedia infantil y a continuación se levanta el clamor colectivo de rechazo a esa violencia visible.
Unos pocos casos, todos ellos reprobables, muestran que la sociedad no tolera esa violencia aunque su intolerancia se apaga simultáneamente con las cámaras de televisión. Dura mientras los noticieros de mayor audiencia atropellan a las familias con preguntas irrespetuosas e invaden su privacidad sin pudor alguno.
Lo que vende es ocupar tiempo al aire y llenarle el alma de amargura a muchos televidentes, aún sin intención. También se sumarán a la prensa no pocos funcionarios públicos manifestando su disgusto, mas no para orientar al público ni informar sobre el uso posible de mecanismos y recursos existentes que protejan mejor a la niñez.
A lo intolerable no se puede responder con ruido mediático propiciatorio de rabia y luego resignación o indiferencia. Eso intolerable necesita respuestas y allí reside lo más difícil pero a la vez la única manera de avanzar en opciones para reducir y ojalá impedir la incesante violencia contra los niños y contribuir a que el importante clamor público no se reduzca a enojo colectivo.
No hay forma de avanzar en la ruta de las soluciones si no se involucra a las familias y ese también, aunque fundamental , es un camino lento y difícil por muchos motivos y especialmente por la creciente dificultad de la mayoría de progenitores para ocuparse apropiadamente de sus hijos. Al precario conocimiento de lo que es ser padres porque procrearon sin saber del tamaño de la tarea, se añade la escasa o nula formación para ir más allá de la sola atención de su desarrollo físico o, también, la generalizada situación de encontrarse presos del dilema conseguir los medios de vida o estar al lado de sus hijos mientras crecen.
Esos son algunos de los desafíos reales de las familias aquí y en cualquier otro país. En esos escenarios se pierden las oportunidades de formación ética y ciudadana capaces de espantar los fantasmas de la violencia.
Charlaba hace algunos días con la psicóloga Andrea Jaramillo de Papás en Apuros y me contaba cómo los padres que la convocan, en la segunda sesión ya quisieran trasladarle sus responsabilidades para que resuelva las dificultades de relación que enfrentan con sus hijos.
Hay una opción que, bien construida, puede ser un camino, aunque por ahora endeble y en proceso para hacer retroceder abuso y maltrato. Ese embrión son los Comités de Convivencia existentes en todas las instituciones educativas del país, creados por la Ley 1620 de 2013. Aunque su propósito es prevenir y mitigar la violencia escolar, además de la formación para los derechos humanos, sexuales y reproductivos de los alumnos, involucrando a la comunidad educativa (todo un complejo encargo) tienen el ADN para ser un mecanismo capaz de encaminar soluciones, llamar la atención sobre la lentitud o ineficiencia de las instituciones estatales y contribuir a la formación de los estudiantes que pasado el tiempo pueden ser adultos comprometidos con el cuidado de la niñez. Los comités incluyen rectores, docentes, alumnos y padres de familia.
Pese a su actual fragilidad, allí están los Comités de Convivencia cargados de posibilidades para ser instrumentos más eficaces de lo que son hoy. Eso sí, necesitan más apoyo del Estado y acompañamiento para desarrollar su potencial.
Basta de seguir en la lamentación. Cada quien tiene la responsabilidad de contribuir sumándose a las soluciones y los Comités de Convivencia en los colegios son una opción al alcance de la mano especialmente para los padres de familia con hijos en edad escolar. Que la indignación pública esté acompañada de acción concreta. Eso hará la diferencia.