Las ciudades son escenario de paradojas que a veces duelen, como la discriminación constante en un entorno que se declara inteligente.
Así son las ciudades, las sociedades, contradictorias, dinámicas y locas. El mismo día que la prensa da cuenta de que Medellín aparece entre las cuatro ciudades “más inteligentes” de América Latina, esa información comparte el espacio con titulares que desdicen de la inteligencia de esta sociedad nuestra: “Hombre asesinó a su expareja con un destornillador porque la vio bailando con otro”; “¡Escándalo! Caen seis policías de Medellín por caso de extorsión y secuestro de ciudadano británico”; “Tres personas fueron asesinadas en una barbería de Robledo”; “Funcionarios del Ministerio de Trabajo en Medellín permanecerán en paro”; “El Concejo de Medellín va a condecorar a J Balvin”; “Comuna 13 de Medellín enloquece con sorpresiva visita de Maluma” o " Concejo le pide a la Alcaldía de Medellín celeridad en obras de infraestructura”. La misma ciudad, el mismo día.
Una semana después, un grupo de muchachos irrumpe en una urbanización del barrio Belén Las Violetas, hace tres disparos al aire e intimida a una pareja de homosexuales que habita en la misma unidad de ellos. Son sus vecinos pero no aceptan que quieran vivir distinto, los conminan a salir del barrio, los obligan a desplazarse. Apenas unas horas más tarde, Naciones Unidas revela que Colombia encabeza la lista mundial de desplazamiento interno forzado, con 6,9 millones de casos reportados; más que Siria que ocupa el segundo lugar con 6,6 millones e Irak que con 4,4 millones ocupa la tercera casilla. La mayoría son desplazados por cuenta del conflicto interno en un proceso que viene acumulándose desde 1985, con muy pocas opciones de retorno. Es decir, que hechos como el de la urbanización Altos del Castillo probablemente no lleguen a los registros oficiales. Pero ocurren porque además de las guerras y las desigualdades, vivimos en un mundo intolerante, irrespetuoso y agresivo. Una sociedad que se declara aterrada con los desplazados pero admite impasible la discriminación en distintas presentaciones.
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Ciudades contradictorias, que emocionan y enamoran con cualquier proyecto, pero que también aterrorizan y desencantan con tantas acciones y omisiones. Y tanto más dura resulta la paradoja, cuanto más jóvenes son los actores. Porque es el anuncio de lo poco que podremos esperar para los años venideros o la evidencia de lo mucho que nos falta trabajar para alcanzar niveles medios de tolerancia, cultura ciudadana, respeto por la diferencia y apego a la democracia. Hay que animar los esfuerzos en todos los sentidos y desde cualquier origen, pero también hay que reclamar de la escuela, del estado y de los medios, un compromiso más constante y decidido por afianzar una visión menos obtusa del entorno y de los seres humanos que lo habitan.
En este mismo escenario de la paradoja, los narcotraficantes jubilados ofician como guías turísticos para sacar provecho de la nostalgia de sus días de protagonismo luctuoso y marcan el mapa de la tragedia con apología del delito. Pero también existe ahora una alternativa creada por muchachos de Eafit (www.narcotour.co) que busca hacer memoria de esa época aciaga pero desde la mirada de las víctimas. Y me cuenta el colega Mauricio Builes que si el proyecto funciona y se consiguen recursos, la idea es crecerlo hasta formar una polifonía que le quite el protagonismo excluyente a quienes sembraron de terror los días y las noches de la ciudad, al tiempo que permeaban la economía y la conciencia de muchos que aún los admiran y hasta los añoran.
Otro ejemplo que nutre la paradoja es precisamente el compromiso de los agentes turísticos de Medellín por concertar una red de buenas prácticas que le cierre el paso a la explotación sexual, la trata de personas y la venta de drogas, modalidades delictivas que han encontrado buen ambiente en esa actividad que representa el 5,8% del PIB en la ciudad. Una buena iniciativa que demanda acciones concretas tanto del Estado como de los diversos actores de manera que podamos beneficiarnos del turismo sin poner en riesgo a las nuevas generaciones