Quienes hacemos parte de esta clase no nos manifestamos en ese momento expresando nuestro descontento ni defendiendo nuestros intereses.
Ana María Gómez Castillo*
El crecimiento de la clase media (definida como aquel segmento poblacional que tiene ingresos mensuales que oscilan entre los $450.000 y $2.250.000 -según el DANE- con formación profesional, que se ocupa en trabajos intelectuales, administrativos o del sector servicios y cuyo estilo de vida se refleja particularmente en el consumo de bienes durables y el tipo de vivienda) ha sido reconocido como un indicador esperanzador que muestra los avances logrados en la democratización de sociedades caracterizadas tradicionalmente por una amplia desigualdad social y donde la pobreza parece aún infranqueable; como lo es, si no se quiere ir muy lejos, la sociedad colombiana. De acuerdo con esto, se ha insistido en la necesidad de que existan en nuestro país políticas públicas que favorezcan el crecimiento y la consolidación de este sector social.
En el año 2015, el expresidente Juan Manuel Santos expresaba con entusiasmo -basándose en uno de los informes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)- que por primera vez en Colombia había más clase media que pobres y que nuestro país, por lo tanto, se había convertido en un país de clase media. Aunque este tipo de afirmaciones pueden generar cierto optimismo, las declaraciones hechas no pueden ser asumidas desprevenidamente; hay que ser cautos, sobre todo si se considera que los indicadores económicos que miden este aparente crecimiento ocultan, bajo el término “clase media”, a una población todavía vulnerable que se tambalea por los vaivenes del mercado y que se encuentra en riesgo de caer en situación de pobreza si no se adoptan medidas institucionales que permitan consolidar su posición como clase, y si desde ella misma no se gestan iniciativas políticas que convoquen a sus miembros a movilizarse y contribuyan a su fortalecimiento.
Si bien se insiste en la importancia de incentivar el crecimiento de la clase media y son continuos los llamados a lograr este objetivo, parece que el actual gobierno no lo tiene claro y que, en lugar de favorecerla, se empeña en tratarla a las patadas. En innumerables ocasiones Iván Duque afirmó que el aumento del IVA del 16% al 19% y otras medidas de la reforma tributaria puesta en marcha durante el gobierno de Juan Manuel Santos afectaba principalmente la capacidad adquisitiva de la clase media del país. La dura crítica a esta reforma llevó a que Duque enarbolara durante su campaña presidencial la consigna “Mejores salarios, menos impuestos” y que fuera acogido por una ciudadanía esperanzada en la materialización de este prometedor eslogan. Los hechos, sin embargo, han desmentido esta promesa.
Lo dicho quedó en el olvido cuando el actual presidente y su ministro de Hacienda propusieron a finales del 2018 la llamada Ley de Financiamiento para superar el supuesto déficit presupuestal dejado por el anterior gobierno. Para ellos esta Ley no era una reforma tributaria; para el resto significaba más de lo mismo. A pesar de que se señalaba que la clase media iba a ser la más perjudicada si la Ley de Financiamiento se llevaba a cabo, quienes hacemos parte de esta clase no nos manifestamos en ese momento expresando nuestro descontento ni defendiendo nuestros intereses.
Luego de venirse abajo dicho proyecto -y como si no fuera suficiente con el malestar generado- el ministro de Hacienda propuso, con la excusa de cubrir el déficit fiscal, aumentar la base gravable de los aportes a la seguridad social de los trabajadores independientes y eliminar los subsidios a los servicios públicos de los hogares estrato tres. Aunque esta propuesta no se concretó, su aprobación habría sido otro fuerte golpe para la clase media colombiana; que tampoco en esa ocasión se pronunció.
Las situaciones hasta aquí expuestas nos deben llevar a reflexionar sobre la quietud de los que nos identificamos como parte de la clase media en el país y sobre la importancia de que como clase nos empoderemos como actor político y seamos capaces de movilizarnos en defensa de nuestras aspiraciones; sólo así lograremos que se deje de asociar la clase media indignada con un perro que cualquiera puede tocar porque no hace nada.
*Estudiante de Maestría en Ciencia política. Universidad de Antioquia