A las comunidades indígenas del Cauca no se les puede seguir prometiendo cosas imposibles de cumplir, ni seguir entregándoles el territorio que quieren convertir en un corredor de coca hacia el Pacífico.
Los pueblos indígenas representan poco más del 3% de la población colombiana; sin embargo, poseen algo así como el 27% del territorio rural, o sea unas 31 millones de hectáreas en un país donde la producción agropecuaria solo abarca cerca de 8 millones de hectáreas. Por eso, cabe preguntarse ¿para qué quieren los indígenas más tierras? ¿Su condición ancestral les da derechos especiales sobre el resto de los colombianos?
Desde 1986, los pueblos indígenas del departamento del Cauca, han bloqueado la Carretera Panamericana en 40 ocasiones —más de una vez por año—, provocando graves perjuicios y cuantiosas pérdidas económicas a todos los pobladores del suroccidente colombiano, logrando que los débiles gobiernos de turno se comprometan a cumplir sus abusivas exigencias, muchas de las cuales han sido tramitadas favorablemente como la de entregarles vastos territorios que los convierten en los mayores terratenientes del país.
A nadie debe sorprenderle que el Cauca sea uno de los departamentos más pobres y atrasados. Es una especie de sociedad premoderna de tipo feudal, con una fuerte presencia de población indígena que mantiene múltiples conflictos: con los ya escasos dueños de tierras, con la población campesina, con las negritudes y con el Estado. También tiene un largo historial de actividad guerrillera, pues no solo ha sido un área vital para las Farc —hoy supuestamente reducidas a unas disidencias—, sino que también lo fue en su momento para el M-19, el ELN, el EPL, el PRT, el Quintín Lame y otros grupos subversivos.
Pero el factor que ha empeorado la situación social de ese departamento es el tema del narcotráfico: el Cauca se ha convertido en el epicentro del cultivo, el procesamiento y la exportación de drogas ilícitas en Colombia. Allí abundan los cultivos de coca, marihuana y hasta algo de amapola, los laboratorios y los embarcaderos para transportar esas sustancias hacia México y EE. UU., sobre todo en lanchas rápidas y en los submarinos artesanales de la mafia. De manera que el narcotráfico ha pervertido a las gentes de la región: indígenas y campesinos siembran, recogen y procesan el producto mientras que los pescadores pilotean las embarcaciones. En esa provincia, la influencia de las Farc, en los últimos 30 años, es innegable.
Ahora, es obvio que los indígenas no necesitan más tierras; tienen más de la que pueden cultivar. Ya han afirmado en diversas ocasiones que su pretensión es la de “liberar la madre tierra de ese ejercicio de acumular riqueza”, refiriéndose a los propietarios blancos de tierras, lo cual no es otra cosa que una forma disimulada de anarquía a favor de los postulados que predican las guerrillas.
De tiempo atrás, la subversión armada ha cooptado pueblos ancestrales atizando el discurso indigenista que reclama reivindicaciones por la tierra, principalmente. Y se ha visto con toda claridad la infiltración guerrillera en algunas organizaciones indígenas que le han hecho el juego a las Farc. Además, no es un secreto que prácticamente todas las organizaciones que se atribuyen el rótulo de “sociales” hacen, parte de una izquierda anclada en el pasado que todavía cree en la confrontación de clases e incorpora sus protestas a la práctica de «la combinación de todas las formas de lucha».
¿Acaso no prometió Gustavo Petro que entorpecería el gobierno de Iván Duque a punta de paros y protestas? ¿Durante la campaña electoral, no eran indígenas los que llegaban a las manifestaciones de Petro en centenares de buses no se sabe pagados por quién? Que el narcoterrorista de las Farc Pablo Catatumbo y el mismo Gustavo Petro participen en la llamada “minga” indígena son hechos que hablan por sí solos.
El presidente Duque tendrá que mostrarse firme porque a estas comunidades no se les puede seguir prometiendo cosas imposibles de cumplir, y mucho menos seguir entregándoles el territorio que quieren convertir en un corredor de coca hacia el Pacífico. Esto es una democracia y hay que entender que quienes en ella estamos tenemos que atenernos a unas reglas comunes, para todos, incluso para los indígenas, que ya cuentan con notables privilegios.
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