En manos de estos personajes, gobernar es un ejercicio panfletario concebido para la resonancia mediática, pues cabalgan en la confusión de que es lo mismo conocimiento que re-conocimiento.
A Henry Miller lo conocí en la adolescencia, leyendo tembloroso y a escondidas, las páginas de Trópico de Cáncer. ¡Uf! Desde entonces asumí a este extraordinario escritor como un anarquista de los buenos, irreverente, contestatario, obsceno, transgresor. Nada en otros textos suyos que leí, sugería lo contrario.
Me habría quedado con esa imagen para toda la vida, de no ser por el mazazo en la cabeza que me ha propinado la lectura de su muy poderoso prólogo al discurso Del deber de la desobediencia civil, pronunciado por Henry David Thoreau, y que me ha regalado un gran amigo.
Debo confesarle que me gustó más el prólogo que el discurso, siendo este último un documento poderoso.
Y es que la lucidez de su pensamiento lo lleva a uno, irremediablemente, a reflexionar sobre lo que significa el gobierno, el ejercicio del poder, en un mundo como el de hoy, en un país como el nuestro, en una ciudad como la nuestra.
Piense usted en un muchacho torvo como Daniel Quintero, un inepto como Duque, un cafre como Trump, un ignorante como Bolsonaro (para no mencionar sino cuatro de un número infinito de ejemplos) y descubrirá cómo en manos de estos personajes, gobernar es un ejercicio panfletario concebido para la resonancia mediática, pues cabalgan en la confusión de que es lo mismo conocimiento que re-conocimiento.
Siempre, siempre, hablan, actúan, deciden, gesticulan para la tribuna, pues una de sus visiones panfletarias es también confundir gobierno con espectáculo.
Es muy lúcido Henry Miller al afirmar que los problemas (el habla de la guerra civil y nosotros, por ejemplo, de la barbarie paramilitar) se deberían resolver rápidamente gracias a la conciencia de todo buen ciudadano, y no con el argumento de la sangre. Y agrega que la paz y la seguridad del mundo no están en las intenciones sino en el corazón de los hombres, en el alma de los hombres.
Pareciera hablar de una obviedad que nosotros no entendemos, cuando afirma que para proteger la vida necesitamos coraje e integridad, no armas, ni coaliciones.
Podemos preguntar con desespero: ¿qué se hizo la integridad?, mientras Henry Miller pregunta a su vez: ¿Creéis que nos podemos fiar más del gobierno que de los individuos que lo componen?
Hay una entrevista que le hacen al físico John Henry Schwarz quien concibió junto a Jöel Scherk la muy reconocida teoría de cuerdas de la mecánica cuántica. Humilde, como todo genio genuino, le decía al periodista que “habíamos descubierto con asombro, una teoría que era más inteligente que nosotros mismos”
Mira uno a un joven torvo como Daniel Quintero, un inepto como Duque, un cafre como Trump, un ignorante como Bolsonaro… y puede concluir con Henry Miller: “solo ahora nos damos cuenta de estar moralmente mucho más atrasados, si así puede decirse, que nosotros mismos”
Qué poderosa lección anida en la descripción que hace Henry Miller de David Thoreau: “La palabra virtud recobra su significado, cuando se liga a su nombre”
Siente uno envidia, de la buena.