No pedimos paz, solo dignidad, al menos, en medio del desastre, que es la forma como la humanidad se ha elevado sobre sí misma, siempre.
“el furor y el delirio cada uno
van a buscar su caballo”
Lezama Lima
Montados en el caballo del furor los criminales no son capaces de intentar la convivencia y se acusan mutuamente de los más horrendos crímenes, los han hecho, no se sabe quién ha comenzado, pero si sabemos con seguridad que no quieren terminar y no han entregado las armas y tampoco se conforman con tramitar el furor a través de los poderes del estado, se siguen inculpando mutuamente y lo harán por otros 100 años.
Investido de una furia de clase que ya tiene más de medio milenio no perdona jamás a sus opositores y los condena al oprobio de unas ofensas sin sentido olvidando que se alzaron en armas contra una injusticia de la misma edad. Los del furor vindicatorio terminaron por adoptar las armas más viles, sacrificando niños, violentando niñas, quitándole el futuro a los desposeídos siendo que ésa era su bandera más cercana a la justicia, pues el derecho de gentes, desde Locke y antes, consagra como justo el regicidio del rey injusto. Pero ahí están en el mismo hemiciclo descalificándose a dentelladas.
El delirio pareciera más manejable pues, después de todo, de locos están siempre llenas todas las familias y abandonando la tradición caribeña al loco no se le conceden los dones de la redención posible por medio de los cariños de una madre desbocada, tratando de ponerle el bozal a un delirante que no tiene, al parecer, redención alguna. Quienes están montados en el del caballo del delirio se identifican con un bambuco, un torbellino un joropo o una cumbia y ridiculizan a los demás que no bailan como ellos. No es un regionalismo dulzón, sino que se le arrima el machete y el plomo a una disputa por una orilla de agua.
Colombia es un circo sin maestro de ceremonias, sin mago que aglutine y con demasiados payasos que dicen representar a quienes destruyen minuciosamente en su propio rostro y frente a sus hijos. Los caballeros del furor no quieren perdonar, no quieren perdonarse y sienten que no han ido lo suficientemente hondo, y como Benvenuto Cellini, prefieren dejar el puñal, con esa preciosa empuñadura tallada de plata que los denuncia, en el cuello de su opositor. Triste nación, sin los esplendores del Renacimiento, sin haber conocido tampoco la Ilustración, está harta de todos esos caballeros postizos, furibundos y delirantes que desean no tanto salvar a los demás como no hundirse en ese rincón albañal de la historia para siempre. Pero allá van, orgullosos.
Pero esta tierra pródiga les dará, a todos, una segunda oportunidad sobre la tierra para que puedan mostrar que no son de la estirpe caníbal que baila frente al cráneo desollado y que sí son, por el contrario, guerreros capaces de exaltar la valentía en el combate de sus opositores, como corresponde a guerreros dotados de una mínima sensibilidad humana. No pedimos paz, solo dignidad, al menos, en medio del desastre, que es la forma como la humanidad se ha elevado sobre sí misma, siempre.