Macías es un espejo en el que tenemos que mirarnos para despertar del horror de la indecencia
Al senador Ernesto Macías Tovar lo eligieron presidente de su corporación, dicen que desde el más alto gobierno lo acaban de ungir con un sinnúmero de condecoraciones y preseas “importantísimas”, incluida la Cruz de Boyacá, y dicen también que el tipo se levanta todos los días inundado de gloria. No cabe en lo trapitos.
Sus críticos observan con horror el meteórico “ascenso” de este personaje anodino, oscuro, intrascendente, que reptaba en torno al senador Uribe, jefe de su partido y le hacía mandados, que no era capaz de sostenerle la mirada a nadie y cuya ignorancia era ejercida sin ningún disimulo. Se asombran de su escasa formación y se preguntan cómo suceden estas cosas.
Realmente el caso Macías no es el primero ni el último que ocurrirá en la historia de este país y en la historia de todas las civilizaciones. Tal vez lo que hace este pobre hombre es confirmar una regla: Los tontos, los pusilánimes, los imbéciles, pueden hacerse presidentes, celebridades, personajes públicos reconocidos, pero no precisamente por sus méritos, sino porque; siempre, siempre, alguien los puso ahí.
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Eso, que llamo el factor, Macías es un fenómeno patético.
Mire usted nombres como los de George W. Bush o Donald Trump en los Estados Unidos, Enrique Peña Nieto en México, Sebastián Piñera, en Chile, Nicolás Maduro en Venezuela, Mariano Rajoy en España, Dorotea Binz y Oscar Dirlewanger en el Partido Nazi, Lavrenti Beria, jefe la policía Secreta de Stalin, para traer solo algunos ejemplos recientes.
Usted sabe que hay ministros, gerentes, gobernadores, alcaldes que generan el mismo estupor.
La pregunta es: ¿Por qué a personajes de estas características se les entregan tales cargos?
Porque quienes los eligen los requieren así, los necesitan así, sin mayor capacidad de discernimiento. Personajes minúsculos facilmente impresionables, que no hacen preguntas sino simplemente lo que se les ordena, que son repugnantemente dóciles con sus amos y extravagantemente insolentes y despóticos con sus subordinados.
El factor Macías prospera en ambientes de banalización extrema, de incultura entronizada, de facilismo al galope, en donde el culto a la imbecilidad hace carrera.
Cuando la política opera en la lógica del reality show y los medios hacen coro al embrutecimiento colectivo, la farándula se monta en el gobierno mientras los dueños del poder no sueltan sus hilos.
Que exista un personajillo como el senador Macías, no sólo se debe a las trapisondas de sus patrocinadores, las mangualas de sus jefes, la irresponsabilidad de sus acólitos, sino a las ventajas que hemos dado a quienes representan lo que él representa.
Macías es un espejo en el que tenemos que mirarnos para despertar del horror de la indecencia, para luchar por un retorno a la dignidad, para que el respeto se abra paso, para embarcarnos en un proyecto humanidad.