Que todos los que el Señor ha llamado al sacerdocio o a la vida religiosa sintamos que se nos ha dado la vida mejor
Entre los diversos momentos de la Visita Apostólica del Papa Francisco en Colombia, reviste especial importancia el encuentro que tendrá con sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y algunos miembros de sus familias en el Centro de eventos “La Macarena”, en Medellín. La secularización que está marcando la cultura de nuestro tiempo, como lo ha denunciado el Santo Padre, puede mundanizar también a la Iglesia y hacerla inoperante para la evangelización del mundo. No es raro que este mal repercuta fuertemente tanto en la familia cristiana, como en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.
Lea también sobre la visita del papa y las vocaciones
Podemos constatar, en efecto, cómo durante los últimos años han dejado el ministerio algunos sacerdotes, se ha debilitado notablemente la vida religiosa y la familia atraviesa una crisis que se manifiesta en el descenso de los matrimonios, en las rupturas conyugales y en la negación a la procreación. No aportan nada los análisis amargos y pesimistas de estos hechos. Es más bien la hora de hacernos conscientes de la necesidad de recuperar a Dios como realidad fundamental de nuestra vida y proponernos encontrar con humildad lo que él nos dice y quiere de nosotros en este complejo momento que vivimos.
Detrás de cada sacerdote, religiosa, religioso o seminarista está una llamada del Señor, una experiencia fuerte del amor de Dios, que cambió su vida y lo destinó para la misión de evangelizar el mundo. No se trata de una profesión o función social. Es algo más hondo; es la vida misma entregada al estilo de Jesús y por la causa que llenó su existencia hasta la muerte. Ser religioso o sacerdote es optar por una forma de vida que muchos hoy no entienden ni valoran, que en lugar de aplausos recibe críticas o burlas, en la que frecuentemente no hay seguridades humanas.
Seguir hoy esta vocación es remar contracorriente Es una forma de vida posible sólo para personas maduras que han dado verdaderamente el salto de la fe. Es un compromiso que pide personas libres que no se dejen dominar por el “pensamiento único”, que sepan que la felicidad está más allá del hedonismo que busca el placer, que entiendan que los pobres no son artículos de modas ideológicas, que han descubierto que la Iglesia aun con sus miserias es el espacio comunitario y misional más humano, que no encuentran otra forma mejor de vivir que la que enseñó Jesús en el Evangelio.
Lo invitamos a leer: Nueva ocasión para impulsar la evangelización
Con razón, detrás de cada persona consagrada la sociedad quiere descubrir el mundo de la espiritualidad, del amor y el servicio, de la celebración gozosa del misterio de Cristo, de la Iglesia en comunión y misión; el pueblo cristiano espera ver cómo se vive radicalmente la felicidad que prometen las bienaventuranzas. Pero, igualmente, los fieles deben comprender las limitaciones y los esfuerzos de los que el Señor ha llamado, hechos todos de la misma pasta humana; deben despertar de su adormecimiento, sentirse responsables y cooperar decididamente en los procesos vocacionales de los que se preparan y de los que ya se han consagrado.
Puede interesarle: La familia es indispensable
Qué importante este encuentro con el Santo Padre para recibir su orientación, pero, sobre todo, para sentir que somos del Señor y que el fuego de su llamada nos sigue quemando el corazón. Es un momento propicio para que las familias de los sacerdotes, religiosos y seminaristas redescubran el papel tan importante que tienen en la Iglesia; para que todos los que el Señor ha llamado al sacerdocio o a la vida religiosa sintamos que se nos ha dado la vida mejor, la que está “escondida con Cristo en Dios”; para que todos los bautizados asumamos el encargo grande y noble que hemos recibido de ser sal y luz del mundo.