Desde 1990 Santiago de Chile realiza un plan de descontaminación por PM 2.5. Por sus condiciones topográficas, la capital chilena comparte la misma problemática que el valle de Aburrá, al estar ubicada en un valle entre montañas.
Comparar a Medellín con ciudades como Beijing, en China, no es un ejercicio que permita analizar la situación atmosférica y ambiental que afronta el área metropolitana del Valle de Aburrá.
Sin embargo, sí existen lugares que permiten usarse de referencia para implementar estrategias como el Plan Integral de Gestión de la Calidad del Aire (Pigeca), como es el caso de la capital chilena, que históricamente ha sufrido de la misma problemática a raíz de los altos niveles de material particulado en su ambiente.
Santiago, al igual que Medellín, es una metrópoli ubicada en un valle rodeado de montañas, lo que genera una capa de inversión térmica que atrapa los contaminantes tal y como sucede en el valle de Aburrá. Esto significa que cuando afrontan baja nubosidad las partículas menores a 2.5 micrómetros se quedan en el aire gracias a la estabilidad atmosférica que no permite la entrada de sol para que eleve los contaminantes y sean arrastrados por las corrientes de viento que se presentan por encima de las montañas.
En esta ciudad, de más de 7 millones de habitantes, se comenzó a implementar un plan de descontaminación que ha permitido reducir el 70% de PM 2.5 desde el año 1990 hasta la fecha. Es decir, Santiago en la década del noventa contaba con niveles promedio al año de 63 microgramos por metro cúbico, mientras que hoy las cifras muestran niveles de 23.
Estos resultados han sido fruto de medidas estrictas con los principales contaminantes como lo es el parque automotriz y la industria, que se basaron en cambios periódicos y regulados de vehículos y combustibles para la industria.
En el tema de transporte público, pasaron de tener más de 14.000 buses con tecnologías antiguas a contar con 6.500 con motores Euro VI y con un promedio de cinco años de antigüedad. Asimismo, los combustibles que se distribuyen en Chile tienen un máximo de 15 partes por millón (ppm) de azufre en el diésel y 15 ppm en la gasolina, lo que permitió la optimización en el uso de tecnologías y filtros en los vehículos.
Además, implementaron el uso de vehículos eléctricos, ampliando su oferta en el mercado, fortalecieron las medidas contra la industria y premiaron los esfuerzos por reducir los contaminantes. En Medellín, la renovación del transporte público avanza en un 35%, sin embargo, el proceso se mueve entre las tecnologías Euro IV y Euro V, debido a que en el mercado aún es limitado el número de vehículos con tecnologías Euro VI, que son las que se usan en las principales ciudades del mundo.
El plan de acción que viene desarrollando Santiago de Chile por casi tres décadas es uno de los referentes que se estudiaron para la implementación del Pigeca, que tiene por objetivo reducir de 33 a 23 el promedio de contaminación por PM 2.5.
En el documento Experiencia en la mejora de calidad del aire en Santiago de Chile: Aspectos relevantes y recomendaciones para el Valle de Aburrá, se recomendó plantear estrategias agresivas para reducir emisiones por parte del transporte con un enfoque tecnológico, que incluye una mejora en la calidad de los combustibles y el paso de tecnologías antiguas a motores con regla Euro VI, como mínimo, para garantizar resultados en concreto pensando a futuro.
Asimismo, se sugirió incentivar a la industria para que sea más eficiente en el uso de combustibles limpios, pese a que en Medellín el tema industrial no es tan grande como lo que se presenta en la capital chilena.