Es la transdisciplinariedad la que explica los cacerolazos, las movilizaciones, la indignación creciente… es otro el método.
Puede el lector respirar tranquilo, pues no vamos a hablar de Descartes y su “duda metódica” o de la manera como recomendaba hacer el análisis de las cosas yendo de lo particular a lo general, ni de su privilegio de la razón.
Se me ha ocurrido este título a propósito de una lectura de fin de año: La invención de la naturaleza de Andrea Wulf, un texto fascinante que recrea la consistencia de ese nuevo universo de Alexander von Humboldt, el polímata genial que aportó a la civilización una nueva visión del mundo y cuyas lecciones parecen regresar con una fuerza inusitada, como una especie de imperativo para “leer” adecuadamente la debacle global que se nos vino encima.
Humboldt es la antípoda de la “especialización” y casi el padre del enfoque interdisciplinario (cuando el término aún no había sido acuñado por la academia)
Para este científico notable, fanático del conocimiento, fomentar el libre intercambio de la información, la comunicación abierta entre unas disciplinas y otras, era condición esencial no solo para el ejercicio de la imaginación sino para el desarrollo genuino de la ciencia. Si, imaginación y ciencia, dos conceptos que no marchan en contravía sino que se complementan. Él lo describía como “la contemplación científica y estética”.
La transdisciplinariedad como método científico cobra una particular vigencia, porque no existe una manera distinta de entender los fenómenos económicos, sociales y políticos que sacuden al mundo contemporáneo. El inminente derrumbe del Modelo Neoliberal no es analizable ni explicable desde la mirada de una sola disciplina del conocimiento.
Un escenario tan desgarrador como el de la corrupción en nuestro país, la violencia paramilitar, las felonías de los partidos políticos tradicionales, la descomposición de las fuerzas militares, la incapacidad de Duque y sus corifeos, la ruina institucional, no es analizable ni solucionable solo en la perspectiva del análisis económico, o del análisis social, o de la mirada política parroquial.
Chile, que es tan representativo hoy de los estragos que desencadena la fórmula neoliberal de los “Chicago boys”, fue presentada por los economistas como el paradigma del Modelo. Un texto de Hernán Büchi Buc editado con bombos y platillos en 1993 por el Grupo Editorial Norma, bajo el título de La transformación económica de Chile. Del estatismo a la libertad económica, no resiste hoy un análisis serio. Los autores deben estar escondiéndolo.
Según Buchi, entre 1973 y 1990 Chile “comenzó una experiencia de progreso y desarrollo integral, con fases de crecimiento económico inéditas desde hacía mucho tiempo y con un sostenido mejoramiento en los indicadores de bienestar social…”.
El hombre, que llegó a ser ministro de Hacienda de Pinochet, expresa que escribió el libro para “entregar un testimonio de esta epopeya…”. Esa es SU mirada, ahí están SUS indicadores, que son los mismos de la banca internacional, él solo ve su progreso, el enriquecimiento de los suyos. Es incapaz de ver el conjunto de la sociedad, el conjunto de la economía. Todos ellos son ciegos frente a la inequidad.
El mismo mal que aqueja al análisis de los Carrasquilla y sus secuaces, la misma enfermedad endémica de los Duque, los Vargas Lleras, los Uribe y los Santos. Su método vulgar es la unilateralidad.
Es la transdisciplinariedad la que explica los cacerolazos, las movilizaciones, la indignación creciente… es otro el método.