La parábola del hombre que atesora abre la reflexión espiritual sobre la relación con el dinero, analizada por el padre Emilio Betancur
En Israel, los problemas testamentarios se solucionaban públicamente con los ancianos y jueces, por el riesgo de división que corrían las familias por la codicia o ambición que daba el acumular cosas o dinero; así fuera con el fin de descansar, comer y ser feliz.
Dios le dijo: Insensato: esta misma noche perderás la vida. Y todo lo que habías amontonado, ¿para qué sirve? El dinero no tiene discernimiento, es decir, carece de criterio para obrar.
Alguien de entre la multitud dijo a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Quizás pensaba que con la mediación de Jesús le iría mejor en el testamento: “Hombre, ¿quién me ha puesto a mí el encargo de ser juez entre ustedes o de repartirles las cosas?”.
La Palabra da discernimiento
El Eclesiastés, Libro de la Sabiduría, llama esta manera de pensar: “Vanidad de Vanidades, todo esto es vanidad. Hay personas que trabajan con habilidad y éxito, pero que después tienen que dejarlo a gente que no paso ningún trabajo para conseguirlo. Esto es vanidad y una gran desgracia. ¿Qué saca uno de tanto trabajar y afanarse en este mundo cuando ni siquiera de noche la mente está tranquila? (primera lectura).
El Evangelio agrega a la primera lectura una advertencia: “¡Cuidado con dejarse llevar de cualquier forma de codicia! Porque la vida no está asegurada con los bienes que uno tenga, por abundantes que sean”.
El problema de las herencias
Es interesante que sea con una parábola y no con la ley o en un juzgado, como Jesús nos quiere ayudar a discernir el grave problema de las herencias. Una de las partes interesadas en que Jesús participe a su favor le suplica: “Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Jesús que casi siempre responde las preguntas en este caso dice: “Amigo, ¿quién me ha nombrado juez en la distribución de herencias?” Dirigiéndose a la multitud Jesús afronta este problema por sus causas: “Miren, eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea” (Evangelio).
La ambición hace sentir a la gente con un poder efímero, creando falsas ilusiones, sin tener en cuenta la muerte. Ambicionar más no siempre da seguridad y menos garantiza la supervivencia.
¿Cuál será nuestro fin?
“Ya que han resucitado con Cristo busquen los bienes de allá, arriba; tengan su mente puesta en los bienes del cielo, no en los de la tierra…. den muerte a las idolatrías. Se han revestido del hombre nuevo”. En esta nueva vida, ya no cuenta ser pagano (rico, ignorante o esclavo.), “porque en Cristo todos los tenemos todo” (Evangelio).
Mantengamos en nuestros labios, hasta que llegue al corazón, la plegaria del Salmo: “Señor dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años para adquirir un corazón sensato” (Sal 38).