En vez de educar en la resignación, la escuela debe enseñar a que cada uno construya su vida
“El hombre es él y sus circunstancias” escribió Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote ("Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo"). ¿Qué hay en esta frase: una apelación a la dominación o un reclamo de libertad?
¿Puede entenderse la vida como “algo” fortuito que se deja al azar? Ni el destino ni Dios (cualquiera sea su dios: judío, musulmán, hindú, griego, romano, egipcio, indígena o africano) se ocupan de sus necesidades y aspiraciones. No hay un tablero de mando central en el que las voluntades divinas jueguen al ajedrez o a la batalla naval con cada ser humano. En vez de educar en la resignación, la escuela debe enseñar a que cada uno construya su vida de acuerdo con sus posibilidades (recursos), sus coordenadas espaciotemporales (territorialidades), sus propósitos y sus sueños.
No hay mejor escuela que la realidad. La Universidad es el gran laboratorio por donde pasan muchas clases de personas con sus sueños y sus triunfos, quienes tocan el cielo y, también, quienes esquivan los círculos del infierno. Allí, a los estudiantes les planteo un ejercicio: pónganse en el escenario del día después del grado, con la resaca de la celebración, cuando ya no están los compañeros al lado para hacer las tareas, cuando el reloj y el calendario se convierten en látigo y cuando hay que afrontar la vida como adultos, con un título profesional en la mano y con múltiples responsabilidades (trabajar, pagar el crédito educativo, demostrarle a la familia que valió la pena el esfuerzo, no defraudar a los padres y mil etcéteras porque cada vida es un universo complejo).
El mismo escenario puede plantearse a los candidatos a cargos de elección popular. ¿Qué hará el día después de las elecciones? ¿Para qué quiere el cargo? ¿Para cumplir una meta personal y decorar su hoja de vida o para prestar un servicio público y mejorar la vida de los sectores vulnerados? ¿Qué hará concretamente para cumplir sus promesas? ¿Con quiénes gobernará?
Y, por qué no, también es un escenario que se puede plantear a cualquier persona: ¿Cómo se imagina el día después de su muerte? La pregunta es atrevida porque a nadie le gusta pensar en la muerte propia, como si la muerte fuera algo que les sucede solo a los demás. Cuando el abogado habla de la necesidad de hacer testamento, lo quieren fulminar con la mirada: ¿Cómo se le ocurre pensar en eso ahora? Pero no importa, póngase en esa situación: ¿Con qué vestido lo enterrarán o cremarán? ¿Qué harán con sus recuerdos, sus fotos, sus bienes, sus libros, sus objetos de colección, sus deudas? Su familia lo recordará eternamente, sus amigos escribirán frases de antología en Facebook y después de la novena lo empezarán a olvidar; su empresa –si la tiene- mandará un ramo de flores y lo reemplazará al día siguiente; la tierra seguirá girando y el sol saldrá todos los días de nuevo sin reparar en su ausencia. Los cementerios están llenos de personas imprescindibles en su momento.
Este ejercicio quizás ayude a entender que se hacen muchas cosas que no valen la pena, que se acumulan objetos que para los demás serán basura o motivo de conflicto y que sus preocupaciones no eran tan graves. Hágase las preguntas y haga testamento, para que sus herederos no se pongan a pelear por una vajilla incompleta, tres ollas tiznadas y cinco vestidos viejos.