El desuso de los buenos modales

Autor: Omaira Martínez Cardona
21 febrero de 2018 - 12:06 AM

Convencer al otro no sólo con argumentos sino con hechos de manera respetuosa, educada y justa, es una de las mejores tácticas para liderar, gobernar y ejercer cualquier tipo de poder.

Que la grosería es una débil manifestación de la fuerza, es una frase vigente en la actualidad mundial en la que se evidencian unas relaciones cada vez más tensas y polarizadas por las diferencias ideológicas, políticas y culturales. Los límites entre grosería, vulgaridad, irrespeto y mala educación son tan sutiles e imperceptibles que cuando se incurre en uno de estos comportamientos, se puede terminar abarcando todos.

La grosería implica falta de respeto y consideración con los demás. Estudios del comportamiento demuestran que generalmente quien asume una reacción grosera lo hace como una manifestación de inseguridad, cobardía y de defensa ante una determinada situación que busca evadir o no está en capacidad de reconocer, afrontar y resolver. Mientras que la vulgaridad muchas veces es una actitud inconsciente que se puede manifestar como reacción a un estímulo. Es el típico caso de quien responde a un insulto con otro o quien llama la atención con comportamientos exagerados y el uso de palabras inadecuadas.

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La mala educación es la evidencia visible de la falta de reconocimiento del otro, de solidaridad y en ocasiones también es inconsciente. La poca urbanidad es un ejemplo de mala educación. Por el acelerado ritmo del mundo actual, atrás quedaron hábitos y los buenos modales como el de ceder el paso, sonreír, pedir disculpas, saludar, dar las gracias, responder un mensaje y otro tipo de actitudes que caracterizaban antes una sana y respetuosa convivencia en sociedad.

El tono con el que se dicen las cosas o la manera cómo se asumen ciertas situaciones pueden ser interpretados como acciones groseras, así quien las asuma no tenga la intención de ofender. A veces la excesiva franqueza y sinceridad se puede interpretar como dureza de carácter, grosería o altivez.

En el ámbito político y las relaciones diplomáticas la grosería y la falta de respeto no deberían ser una opción. Desacertados han sido quienes creen que la popularidad y la movilización de sus ciudadanos dependen de discursos agresivos que llaman la atención para separar más y no para cautivar, persuadir y convocar.

Si alguna estrategia sigue siendo efectiva para la negociación en cualquier tipo de conflicto es la persuasión. Convencer al otro no sólo con argumentos sino con hechos de manera respetuosa, educada y justa, es una de las mejores tácticas para liderar, gobernar y ejercer cualquier tipo de poder.

La grosería, la vulgaridad y la mala educación son considerados actos violentos que en muchos contextos y países son motivo de sanción civil. En épocas como en la que vivimos, no sólo debe debatirse y definir políticas sobre el porte de todo tipo de armas sino también sobre el desuso de los modales, y el poder de las palabras que se pronuncian sin pensar o con la premeditada intención de atacar y ofender al otro para provocar una reacción que puede ser nefasta para la convivencia, el bienestar y el entendimiento de la humanidad.

El irrespeto puede ser la causa de muchas de las situaciones de inestabilidad mental que están propiciando tantos hechos inexplicables de violencia cometidos por todo tipo de personas en el mundo. La presión y el acoso en todos los ámbitos pueden provocar resentimiento y terminar convirtiéndose en el detonante de una tragedia.

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