El descontento popular

Autor: Ramón Elejalde Arbeláez
24 noviembre de 2019 - 12:07 AM

Entendí el cacerolazo como un respaldo a la protesta, pero igualmente como un rechazo a los actos vandálicos que sucedieron al final de la jornada.

Medellín

El paro, la marcha y el cacerolazo del pasado 21 de noviembre deben prender alertas entre el Gobierno, la clase empresarial, dirigente y política de este país. Tratar de minimizar lo que allí sucedió o de ignorarlo sería de una torpeza mayúscula y de una ingenuidad de proporciones. El pueblo habló ¡y de qué manera! Es grave lo que nos corre piernas arriba y basta mirar el vecindario para que no seamos sordos, mudos ni ciegos.

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Es realmente calamitoso que un gobierno que recién inicia ya tenga gastado su capital político. En estas columnas lo dije a su debido tiempo: Terrible que el doctor Duque, su Gobierno y su partido se dediquen a demeritar un proceso de paz ya acordado y con seguridades constitucionales que lo vuelven invulnerable. Han malgastado tiempo, esfuerzos, capital político e imagen, en tratar de golpear el acuerdo con las Farc y descuidaron lo que se ha vuelto esencial para el pueblo colombiano: el empleo, la seguridad, la equidad, la corrupción, la salud, la educación, la vida y la paz. Imperdonable equivocación. El Gobierno y su partido tienen unas prioridades y el pueblo en general, otras.

Estoy seguro de que la mayoría de marchistas y opinadores añoramos que el Gobierno escuche, enmiende el camino y avoque con empeño los temas que son un clamor ciudadano. Nadie quiere un colapso de la economía y de la institucionalidad, pero el Gobierno tiene que parar oído y sintonizarse con la opinión. Estamos a tiempo.

Las manifestaciones fueron multitudinarias, tratar de minimizarlas es quedar mal, pues las redes sociales delatan cualquier interés mezquino por menguarlas. En este campo ya es muy difícil imponer una verdad oficial con los sistemas modernos de comunicación. El paro fue total y lo fue por compromiso de los participantes o por obligación ante el temor previo que se difundió con antelación al día escogido y donde las mismas autoridades tuvieron mucho que ver. El cacerolazo fue la novedad y lo más impactante, pues no existió preparación alguna. En Bogotá, Medellín y Cali se escuchó con fuerza. Incluso en algunos municipios. Lo entendí como un respaldo a la protesta, pero igualmente como un rechazo a los actos vandálicos que sucedieron al final de la jornada.

Los vándalos empañaron la jornada. Afortunadamente llegaron al finalizar los eventos. Esos actos son condenables y se debe investigar con seriedad para dar con los responsables de ellos. Algunos episodios violentos protagonizados por la Fuerza Pública también se deben investigar y sancionar a los responsables. Afortunadamente estos últimos fueron puntuales y existen evidencias que facilitarán las investigaciones. Lo de Cali merece una atención muy especial del Gobierno pues los conocedores afirman que en las laderas de esa importante ciudad existe un potencial y gravísimo problema de exclusión y pobreza, que algún día va a estallar y a causar muchos dolores de cabeza. Adelantarnos a esa circunstancia es saludable.

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Por último, quería hablar de las alocuciones presidenciales. De la primera, la pronunciada el mismo día del paro nacional, esperábamos más. Fue poco lo que dijo y dejó pasar un momento histórico para romper con el estilo que trae y darle un fuerte timonazo a su gobierno. La segunda fue más directa y planteó lo que todos esperábamos, un diálogo con todos los sectores sociales. Por la salud de la patria es menester que el presidente Duque lidere un gran acuerdo nacional.

 

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