Los que están protestando apenas son el 1% de los habitantes de este país, mientras que el 71% no quiere que el paro continúe. Por eso las marchas y protestas se adelgazaron en una semana.
Dicen algunos que la represión en Colombia es brutal; que el Esmad prácticamente ha impedido el pleno ejercicio de la protesta pacífica en todo el país desde que comenzó el paro del 21N. Por si faltara una prueba contundente mencionan al joven Dylan Cruz, el que iba encapuchado devolviéndoles los gases a los del escuadrón antidisturbios cuando fue impactado por un arma convencional cuyo uso está avalado en el control de protestas: una bolsa de perdigones (bean bag) que no se desperdigaron por algún mal funcionamiento. Un accidente que no debería haber sucedido si las protestas fueran realmente pacíficas, y si Gustavo Petro no hubiera instigado a los jóvenes de colegio a salir a protestar, que no es el sitio donde deben estar.
A los que creen que las autoridades han sido represivas habría que preguntarles si se han enterado de que, en Irak, las protestas contra la corrupción han dejado 400 muertos desde octubre; que, en su vecino Irán, los muertos por las protestas contra el aumento del precio del combustible van en más de 100 en menos de un mes; que, en Chile, buena parte de los 22 muertos de los que se habla son atribuibles a las fuerzas del Estado y que, en Bolivia, se habla de 35 personas fallecidas, casi todas seguidoras de Evo Morales, que se enfrentaron a los organismos oficiales.
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En cambio, aquí hemos visto una película muy distinta. Hay decenas de videos en los que se aprecia a agentes de Policía dejándose masacrar estoicamente por la turba enloquecida. En los últimos días se conoció un video del salvaje ataque de la horda a la sede del Icetex, el 21 de noviembre, en el que varios agentes son atacados en el piso a punta de piedras y patadas sin que ellos ni sus compañeros hicieran uso de sus armas de dotación para preservar sus propias vidas, como debe ser. Si se salvaron fue solo porque los terroristas retrocedieron al ser gaseados con un extinguidor de incendios, pero el balance de policías muertos y heridos es aterrador.
La Fuerza Pública contabiliza tres policías muertos —en Santander de Quilichao (Cauca), donde las Farc detonó un camión bomba— y 379 heridos, entre ellos uno que perdió un ojo y que relata que los violentos celebraron como si fuera un gol cuando le acertaron con una piedra en la cara. También el que fue impactado en la cabeza con una papa bomba en la Universidad Surcolombiana de Neiva, donde permanece hospitalizado en delicadas condiciones de salud. Abundan los registros gráficos donde puede verse cómo los policías soportaron los desmanes y evitaron la destrucción de importantes edificios como el Capitolio Nacional, el Palacio de Justicia y la Alcaldía de Bogotá. Sin el Esmad y demás componentes de la fuerza pública, estos terroristas acabarían con el país en un abrir y cerrar de ojos, por eso su eliminación es una de las condiciones que ponen para sentarse a conversar.
Por fortuna, el pueblo colombiano está reaccionando. Los que están protestando —menos de 500 mil personas— apenas son el 1% de los habitantes de este país, mientras que, según una encuesta del Centro Nacional de Consultoría, el 71% no quiere que el paro continúe, sino volver a su vida normal. Ya la gente se va dando cuenta de que la verdadera intención del sedicente Comité de Paro es hacer colapsar la economía y provocar un caos tan perturbador que obligue a las verdaderas mayorías a conminar la renuncia de Duque o a votar masivamente por la izquierda en el 2022.
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Por eso las marchas y protestas se adelgazaron en apenas una semana. Nadie está dispuesto a caminar tres o cuatro horas hasta su trabajo y otro tanto de regreso a casa. Pero lo verdaderamente grave, y que ya muchos comprenden, es que esta revuelta provocará más desempleo, que los puestos de temporada navideña se fueron al carajo, que se ha generado un clima lleno de pesimismo que hará decrecer el consumo en los hogares y golpeará rudamente la inversión en los negocios. Con esto, no estará muy cuerdo el que en los próximos meses se gaste sus centavos para acometer un emprendimiento en Colombia. Este levantamiento instigado con objetivos políticos ha golpeado todos los sectores de la economía y está generando cuantiosas pérdidas que tendremos que pagar todos y que va a desmejorar (o a empeorar) el nivel de vida de muchos colombianos.
De ahí la importancia de que los colombianos entiendan que las políticas de izquierda nunca han significado el alcance del bienestar social que sus voceros pregonan. Puede que sus reclamos hayan derivado en conquistas sociales, pero la destrucción del Estado que ahora parecen perseguir no va a conllevar a mejores salarios, pleno empleo, pensiones para todos y a salud y educación gratis, porque los extremistas ni siquiera creen en ese modelo de vida burgués que es el capitalismo de mercado, el que ha sacado de pobres a millones en todo el mundo. Lo de ellos es otra cosa, es hambre, es miseria, es falta de libertades. Si las pérdidas económicas se calculan en 1 billón de pesos en tan solo una semana, ¿se imaginan de dónde sacarían los recursos para cumplir tantas promesas? Bien decía Margaret Thatcher: «El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero... de los demás».