Celebramos el cumpleaños de Bogotá, la ciudad de todos a la que hemos tratado como la ciudad de nadie. Una oportunidad para pensar en su futuro e invitar a que la elección de su alcalde, como el de todas las ciudades, sea pensada y responsable.
Además de los 200 años de la Batalla de Boyacá, esta semana celebramos el cumpleaños de Bogotá. A pesar de haber sido siempre la capital del país, esa ciudad carga la tristeza del poco aprecio que se le tiene dentro y fuera de su geografía. Los datos del más reciente censo ratifican que esa es la mayor concentración de población en el país: 7’181.469 habitantes, mientras que la segunda es Antioquia con 5’974.788, pero la distancia en el arraigo es gigante. Tal vez porque buena parte de los habitantes de Bogotá no nacieron allí, pero también porque no ha habido una tradición que inculque el amor por ese terruño.
Bogotá ha sido la ciudad de todos, que es más o menos como decir la ciudad de nadie. Allá se va a buscar las oportunidades, a estudiar, a trabajar, pero cuando se trata de hacer algo por la ciudad, pocos parecen dispuestos a retribuirle. De hecho, para muchos los puentes festivos, las vacaciones y hasta algún fin de semana, no son más que la excusa para regresar a sus lugares de origen y recargar con energía familiar y de amigos, las baterías para retornar a la capital. No son pocos los que vuelven con las viandas del terruño, los licores o los postres de su región, con su música y sus costumbres, a seguir alimentando la nostalgia mientras habitan la capital.
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Con frecuencia el desamor por Bogotá se argumenta en el fastidioso centralismo que agobia al país. Sin embargo, es justo reconocer que quienes toman las decisiones mirando más allá de la meseta con ojos de superioridad a la provincia, no son necesariamente bogotanos. Más aún, en cada una de las capitales de departamento replicamos el centralismo que tanto decimos odiar, en relación con los municipios, y en las cabeceras municipales hacemos lo propio con relación a los corregimientos y las veredas. Somos centralistas y presidencialistas, nos encantan los líderes que se creen el papá de la población, nos gustan las ideas que cobijan, que nos unifican y nos dejan pensar que quien es distinto está equivocado.
Como no todo es malo, ni uniforme, ha habido intentos variados por fortalecer el respeto y el cuidado de la capital. Incluso con ocasión de su aniversario, se motivó por redes sociales una campaña para expresarle el afecto y el agradecimiento por las oportunidades. Y hay que recordar que hubo una época en la que Bogotá se convirtió en el referente nacional de la cultura ciudadana, se le cambió la cara, se avanzó en infraestructura, en el ornamento y el cariño por la ciudad. Un tiempo ya lejano pero que puede tener una nueva oportunidad.
En buena medida, además de los comportamientos cotidianos y el compromiso individual, una manera de expresar el cariño por una ciudad es asumir con responsabilidad la elección de su alcalde y de su concejo municipal. Más allá de gustos viscerales o apariencias de farándula, es menester estudiar los programas, analizar las hojas de vida y entender que quien decide en una ciudad, tiene incidencia sobre lo que pasa con sus habitantes, con su economía, sus oportunidades, en los años siguientes.
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Bogotá no lo entendió a tiempo y desde hace varios periodos está sumida en una polarización inútil que la estancó y por momentos parece devolverla al siglo pasado. No es justo para sus habitantes ni para quienes vivimos en el resto del país, que el énfasis en lugar del desarrollo humano sostenible esté en las componendas políticas, en las ferias de los contratos y en una campaña sin fin, tratando de no dejar gobernar a quien gana las elecciones, así después sea él quien haga lo mismo con su sucesor.
El llamado carrusel de la contratación que demostró que la corrupción y los robos descarados no eran exclusivos de una región del país y que manilargos e ineptos hay en todas partes, puso de presente también que la sucesión de buenos gobiernos es fundamental para hacer avanzar las ciudades, pero es débil. Se hace preciso cuidar cada proceso para garantizar que quien llega está dispuesto a sumar, a construir sobre lo construido y no va a parar el progreso con su complejo de Adán. Obviamente, lo primero, en todas las ciudades, es cerrarles el paso a los corruptos y a quienes nos quieran imponer, pero también a los ineptos que son capaces de frenar a capricho el desarrollo y con ello les abren paso a los primeros. Feliz cumpleaños Bogotá y que nuevamente nos sirvas de ejemplo, así sea para no cometer los mismos errores.