La frontera entre ficción y cotidianidad es leve y en muchas ocasiones, por falta de costumbre o temor, es difícil distinguir cuando creamos una o vivimos la otra.
Si uno mira la ficción como nubes en el cielo quedaría sorprendido de cuantas cosas pasan frente a sus ojos. Una nube es una masa sin forma, en suspenso. Cuando alguien tiene la idea de ponerla en otra parte deja de ser nube y se convierte en misterio. Se convierte en ficción.
Al contrario del misterio, del suspenso o incluso del absurdo, el cotidiano no incluye la ficción, está, se acepta tal cual en la facilidad de su momento, no trae suspenso, emoción o actitud y se ensaña hasta convertirse en lo que es: el cotidiano. He ahí su esencia.
El cotidiano no es más que una versión de la ficción sin expectativa y sin emoción, es algo a lo que estamos acostumbrados y ya no vemos pero nos rodea y llegamos a considerar como buena o mala suerte. Cotidiano es, por ejemplo, una agenda de ejecutivo sin tiempo libre; un bombillo apagado al medio día; un taxi ocupado en medio de la lluvia; un funcionario a la espera de su hora de salida. Cotidiano es la imposibilidad de narración; es la repetición sin descanso porque nada lo cambia; es la facilidad de decir y hacer siempre, sin riesgo, lo mismo.
Se necesita de la ficción para sobrellevar, las veinticuatro horas del día, la jauría de cotidianos con sus formularios, sus temores, y sin expectativas. ¿Qué hubiera pasado si Gregorio Samsa no despierta convertido en insecto? Nunca, probablemente, nos hubiésemos dado cuenta de que aquello era posible pero no como castigo, sino como recurso de choque, como resultado de la defensa que la ficción hace de sus personajes.
El cotidiano se reproduce en su inmovilidad, los días y las horas se suceden, no se interponen ni se molestan, simplemente pasan, se olvidan y después no existen. La ficción, en cambio, se construye con palabras que se mezclan, que crean momentos, ven el tiempo y se atreven a adivinarlo, hacen que sus personajes digan lo que sienten y en su devenir crean otros misterios. El misterio es la esencia de la ficción y ésta, a su vez, es la acción de la imaginación.
La ficción se inventa cada día, se cuenta, es el lugar donde cada uno encuentra su historia y su espacio. Es posible decir que el cotidiano es ineludible, persigue y acorrala, impone sus horarios, sus rutas, sus obediencias. Sin embargo, imaginemos al escritor que cada día intenta escribir una historia diferente y siempre le resulta la misma a pesar de su deseo; o el artista que entra en su estudio a pintar el mismo cuadro y siempre le sale uno distinto; o el cajero de banco que un día le dan a contar botones en lugar de billetes ajenos. Desde el punto de vista del cotidiano la situación es absurda, pero desde el punto de vista de la ficción, no. La frontera entre ficción y cotidianidad es leve y en muchas ocasiones, por falta de costumbre o temor, es difícil distinguir cuando creamos una o vivimos la otra.