Reflexión en torno a la Navidad, su verdadero significado y el sentido de la infancia en el reino de Dios
A los pastores los hizo un niño
Fue el niño nacido en Belén quien orientó a los pastores o pobres, en su búsqueda del pesebre con más amor entrañable; que GPS, radar o satélite para lograr llegar juntos al pesebre de Belén, con el presagio que significó la estrella. El privilegio de abrazar al niño lo tuvieron sólo los pastores después de un camino tan largo que merecía una caricia, un contacto; la mano que acaricia es proveedora de ternura. La ternura es el auténtico punto de encuentro entre el que busca y lo encontrado. La compasión para ser humanos, que es la revelación primordial de la Encarnación nos puede sanar de la falta de compasión que nos hace inhumanos; razón de todas nuestras violencias e inequidades, derechos humanos sin deberes. Ser humanos por compasión no deja contaminar los sentimientos que deja la Encarnación en Navidad para siempre.
“El que acoge a un niño…”
En algún momento le peguntaron a Jesús: ¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios. El que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de Dios. El que acoge en mi nombre a un niño como éste, a mí me acoge» Estamos ante una parábola de intimidad semejante al lavatorio de los pies, en la que Jesús se hace el último, el esclavo, el servidor de todos. «El que dé de beber a uno de estos niños un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa». (Mt 10, 42). “El que acoge a un niño, me acoge a mí» (Mt 18, 15). En la experiencia del seguimiento de Jesús; la conversión a ser como niños es la previsión y sanación radical de todo creyente a no tener que ser juzgados por la justicia penal.
Qué no es Navidad
Nada tienen que ver con la Encarnación y la Navidad, el papá Noel, el árbol, la música de parranda, luces, licor como detonante de desavenencias familiares y peleas callejeras, la pólvora para quemar a los niños volviendo “humo la prima de navidad”. En Navidad unos gastan y derrochan de acuerdo con lo que tienen y otros se endeudan por adquirir lo que no tienen; no pocos se encuentran sin trabajo; pero todos por igual se alimentan del consumismo lleno de ofertas que no responden a necesidades pero sí crean deseos ineludibles durante muchos meses de anterioridad a la Navidad.
Qué quiere Dios de nosotros en Navidad
El consumismo no requiere de Adviento para que renazca Jesús.Todo nacimiento, máxime el de Jesús, tiene el poder de cambiar desde el interior a una persona, un hogar, incluso en su extensión llamada la familia y los amigos; a condición de acogerlo con todo el amor que se merece. Proclama la Iglesia en la Palabra y la liturgia que Dios ya vino, vendrá y seguirá viniendo; la única misión de la Iglesia nuestra madre en la fe, a partir de la Navidad y su preparación de Adviento, es engendrar a Jesús en nosotros; trayendo el pasado al presente para revivir, reengendrar a Dios hecho hombre en el corazón de los creyentes, particularmente de los niños. El Adviento es justo empezarlo ya porque llevamos demasiado tiempo, dos mil años, de la promesa cumplida; y no pocos permanecemos desentendidos, sin darnos por enterados del hecho más universal en la historia de la humanidad: “Vino a os suyos y los suyos no lo recibieron”. A cuantos lo recibieron, que creen en su nombre, les dio capacidad de ser hijos de Dios (Jn 1, 12).
Ocurrió alguna vez en Jerusalén que un rabino juez citó equivocadamente a su despacho a un sindicado, porque cuando lo llamó a lista ¡Oh sorpresa! se levantó un niño a nombre del citado. Para salir del paso dijo el juez: este niño es un enviado de Yahvé para que advirtamos desde la justicia a este país atardecido por sus transeúntes sordos; que al final nos juzgarán los niños.