La oposición cae en la misma trampa, siempre perdiendo, sin aprender la amarga lección que deja cada fracaso o frustración.
Le cuesta a uno discernir cómo la oposición venezolana, tras diez años de tentativas de arreglo y diálogos infructuosos, no ha captado algo que todo el mundo, hasta los más obtusos, entienden: que tales encuentros son apenas un truco para restarle vigor a ella en el momento en que más lo exhibe y cuando está a punto de ganarle la partida al oficialismo merced al brío y determinación de que hace gala. Cada vez que la protesta o movilización popular parece alcanzar su clímax, dados los renovados respaldos que recibe afuera y adentro y la tenacidad sin desmayo de que da cuenta en sus filas y que se registra entonces el consecuente cambio en la correlación de fuerzas, Maduro, en respuesta, suaviza su actitud y recurre al ardid de inventarse una mediación, bien sea del Papa, bien de personajes como el anodino y mediocre Zapatero, a toda hora en busca del protagonismo que le faltó cuando gobernaba a España. O bien de un país como Noruega, que tanto alardea de su bondad y su vocación progresista estimulando todo tipo de aventuras o experimentos “socialistas” en el Tercer Mundo, pero jamás en sus dominios y su propio espacio, que es un genuino modelo de capitalismo a ultranza, con libertades, pero también con los abusos e inequidades que hasta la Europa moderna no ha podido disimular.
La de hoy es la misma celada que conocemos, por cuenta de la cual el bando que aparece ganando el pulso se ve forzado a ceder ante el angustioso clamor universal que la mediación suscita por una solución que alivie la crisis. Pero el solo hecho de aceptar dicha mediación, estando en situación de superioridad, ya es doblegarse, con sus previsibles, nefastas consecuencias, la primera de las cuales es que se le devuelve al otro el aire que le faltaba para seguir resistiendo. Cada vez que la satrapía en cuestión siente moverse el piso bajo sus pies casi hasta tragársela, o que la sociedad en su desespero se vuelca a las calles arriesgándolo todo, incluso la vida, o que el aislamiento, las represalias y el malestar externos arrecian, llaman al diálogo. La marea que crecía, entonces baja.
Lo extraño es que personajes tan relevantes y majestuosos como el Papa, cuyo papel y neutralidad siempre serán cruciales (como é l mismo debiera ser el primero en saberlo) se presten para el sainete, que en el fondo es una treta para que la oposición transija, se desarme e inmovilice, como ya ocurrió hace 3 años, cuando Maduro, prácticamente caído, invitó al Pontífice a mediar, de resultas de lo cual aquel logró renacer y recuperarse. De hecho, el Vaticano tomó partido. Y la maniobra se repite periódicamente, y la oposición cae en la misma trampa, siempre perdiendo, sin aprender la amarga lección que deja cada fracaso o frustración.
El turno ahora es de Noruega pues, y Guaidó, que sabe que la opinión ciudadana (ya escarmentada y fatigada con las artimañas del régimen para ganar tiempo y diferir o evitar su derrota final) cada vez cree menos en la eficacia y resultados de tratativas como la actual, que ajusta ya semanas sin avance alguno. Y sabe que tanto prestarse a ello denota inseguridad en la oposición, repercute en su moral y por ende la debilita. Amanecerá y veremos. Sin embargo, nadie puede predecir, siquiera por aproximación, cuán larga será la espera.