El conflicto de Lorena es olvidar y superarse

Autor: Redacción
8 febrero de 2019 - 04:59 PM

Reclutada a los 10 años de edad y desmovilizada seis años después, esta joven suplica por el bienestar y la tranquilidad de NNA.

Medellín, Antioquia

Por allá lejos, en zona rural del Caquetá, donde mucha gente no sabía siquiera a qué país pertenecía, donde no había educación ni presencia del Estado, donde imperaba la ley del más fuerte y la gente humilde tenía que callar, allá vivía Lorena, una niña de apenas 10 años de edad que sólo podía disfrutar de la libertad del campo y del hermoso paisaje de una zona olvidada por el resto de Colombia.

Pero de repente la vida le cambió. La tranquilidad del hogar y la destreza que había adquirido para ayudar en distintas tareas hogareñas, pues no tenía más que hacer, se transformaron en pesadilla. Ya no recibía indicaciones sino órdenes en tono agresivo, ya no tenía descanso ni abrazos por cumplir su tarea, cargaba en sus enclenques hombros el peso que debería llevar un hombre adulto, caminaba sin parar dos o tres días hasta que se le pelaban los pies, y sólo unos días después ya llevaba un fusil en sus manos. Estaba en las filas de las Farc, sola, indefensa y en medio de un conflicto que ella no entendía.

Lea: No más Niños, Niñas y Adolescentes en los grupos armados

“Unos hombres me abordaron y me llevaron por la fuerza. Fueron seis años de dolor, angustia y sufrimiento”, dice Lorena, una desmovilizada que hoy lucha por olvidar esa etapa de su vida, por superarse e intentar a ayudar en la Corporación Rosa Blanca a muchas otras mujeres que igual fueron víctimas de reclutamiento forzado, algunas de ellas violentadas física y sexualmente.

“El comandante me cogió confianza y me tenía como su mano derecha, entonces me tocaba ir con él a todas las reuniones que se hacían en las veredas, tenía que acompañarlo cuando se aplicaban sanciones y en los consejos de guerra, pero también tenía que ranchar (cocinar para todo el campamento), realizar patrullajes y hostigamientos, y aprender la parte ideológica que ellos le meten a uno”.

 

Viva de milagro

Siendo una niña se vio obligada a aprender el manejo de las armas y especialmente a disparar. “Un adiestramiento que genera un choque interior, temor e incertidumbre, pero que al final hay que asimilar porque está en juego la vida de uno”, cuenta Lorena.

“Es que a toda persona que hacía parte de las Farc -hoy desmovilizadas- y que era guerrillero raso le tocaba combatir, entonces había que entrenarse para matar. Y no era yo sola, éramos muchos niños, pero todos obligados a luchar por una ideología que no la construimos nosotros y que simplemente fuimos obligados a participar de una guerra que no era nuestra”.

“Lo más difícil, recuerda, es que siempre lo ponían a uno de carnada, en primera fila, porque no les importaba si a uno lo mataban. Estoy viva de milagro, porque solamente Dios me pudo librar de la muerte en todos los enfrentamientos que tuve”.

Fue ahí, en esos terribles momentos, cuando Lorena empezó a pensar que tenía que fugarse, aunque acepta que “ellos -las Farc- tenían un poder y una facilidad enorme de convencimiento para hacerle creer a uno que lo que ellos estaban haciendo era lo correcto. Incluso después de los dos primeros años, yo creía que esa era la vida que me había tocado a mí, que no tenía por qué renegar y que eso tenía que ser así”.

Pero por fortuna para ella estaba en la “rosca”, entraba en todos los grupos de capacitación y misiones especiales, como “investigaciones exteriores a personas civiles, labores fuera de campamento, en veredas, a realizar seguimientos en pueblos, y después tenía que llevarle el resultado al comandante que estaba liderando la misión”.

Y fue en una de esas misiones donde encontró la libertad. “Me mandaron por primera vez a la ciudad, me fui para Neiva, y tenía que entrar al colegio como estudiante y trabajar en una casa de familia como empleada doméstica, entonces cuando empecé el colegio tuve la oportunidad de relacionarme con otros niños y otras personas que habían tenido una vida completamente distinta a la mía, comencé a conocer un mundo diferente, el que no sabía que existía, y ahí empecé a pensar en fugarme”.

Pasaron varios días y Lorena con la incertidumbre a cuestas, quería terminar la misión y entregarle resultados al comandante antes de irse. Tal vez porque ya pensaba que ese era su destino. Pero su preocupación la delató o alguien se enteró de sus planes, porque lo único que recibió a cambio de su trabajo fue la noticia de que había una orden para ejecutarla, por lo que de inmediato decidió entregarse al Ejército.

 

Familia y perdón

La aspereza y el fragor de una vida sin vida la llevaron hasta olvidarse de su familia. “No sabía nada de mi mamá, si estaba viva o muerta, pensaba en ella porque sufre del corazón, pero allá no se permitían llamadas, ni contacto familiar, le hacían creer a uno que los compañeros de lucha eran su nueva familia”.

Por eso Lorena siente que el momento más intenso de esos seis años fue el reencuentro con su mamá, de quien nunca se había separado hasta aquel ominoso día de su reclutamiento: “Ya mi mamá estaba resignada, pensaba que yo estaba muerta, nunca tuve comunicación con ella porque no era permitido. Fue un choque emocional muy fuerte que se dio gracias a la Cruz Roja, primero un contacto telefónico y después cuando volvimos a vernos”.

Inexpresable. Una emoción inolvidable, pero que aún no puede borrar la tristeza, el vacío y la soledad con que aún siguen viviendo, especialmente la mamá, porque sólo Lorena regresó, pero hoy no sabe nada de sus cuatro hijos varones que también se los llevaron las Farc, “no sabemos si están vivos o muertos, hoy los damos por desaparecidos”.

¿Perdón? Uno puede perdonarse a sí mismo, puede sanar ese conflicto interior en que se entra después de esas vivencias, porque quedan angustias y arrepentimientos, pero perdonar a los victimarios es un proceso muy difícil, y mucho más sabiendo que esos victimarios que te robaron la niñez, la alegría, los sueños, la tranquilidad, la familia y todos los momentos que uno tiene que vivir en su infancia, están ahora disfrutando y gozando libremente de unos beneficios a costa del sufrimiento y el llanto de miles de niños y sus familias, sin ningún cargo de conciencia”.

“Tantas mamás que quedaron sin nada, sin hijos porque fueron masacrados en la guerra, tantas mamás, como la mía, que hasta ahora no tienen respuesta de sus hijos desaparecidos, niñas abusadas y obligadas a abortar, porque eso no es una mentira, eso es verdad, entonces es muy difícil hablar de perdón cuando los victimarios siguen como si nada, riéndose y burlándose en la cara de quienes fuimos sus víctimas”.

“Hoy le doy gracias a Dios y a la vida porque he tenido oportunidades para superarme, para sacar a flote todas mis capacidades pese a los seis años robados, porque he conseguido sanar y seguir adelante con un proyecto de vida, cumpliendo metas, pero por favor, no le hagan eso a más niños y niñas indefensos”, suplica Lorena.

 

 

 

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