Un gobierno de carácter corporativo salvaguarda las instituciones y permite consolidar la apuesta central de su implementación: la confianza, esta es la clave.
El nuevo rector general de la Universidad Santo Tomás en Colombia viene ilustrando un propósito superior sobre el cual el mundo corporativo se inspira y traza su gestión en un modelo de gobierno corporativo y ejercicio de poder basado en la teoría de la agencia. El asunto no es nuevo, tiene sus raíces en la propuesta de Jensen y Meckling, quienes, en la década del 80, definieron las relaciones de gobierno como una expresión del antiguo concepto de subsidiariedad y que en la práctica es conocida como la teoría de agencia. Tampoco es nuevo esto de la subsidiariedad, comunidades religiosas fundadas en el medioevo, como los Dominicos, la tienen como principio común de su gobierno. Consiste en que el eslabón del alto, el del superior, es subsidiario con los que lo siguen en orden de jerarquía hasta llegar a la base. Quien gobierna confía y delega en quien lo sigue una serie de responsabilidades y éste, con el principio de la confianza, construye los escenarios posibles para quienes deban operar y hacer que las cosas sucedan. Las decisiones son colegiadas y subsidiariamente confiadas a quien corresponda. Para que haya subsidiariedad debe haber confianza y esta se ejerce recíprocamente. En el universo corporativo, este principio de subsidiariedad lo hemos entendido gracias a la teoría de agencia que busca regular las relaciones de poder entre los miembros de una organización. El caso de este rector es, inferido en su discurso de posesión y sus primeras acciones, integrar los diferentes cuerpos colegiados de la universidad y definir su círculo de confianza que está expresado en cada una de sus funciones. Se trata, en segundo lugar, de integrar todos los miembros de la institución, desde su alta dirección hasta sus diversos grupos de interés (los Shareholders y Stakeholders). Como metodología de trabajo, quien se interesa por adaptar la organización en la teoría de la agencia debe formularse dos preguntas: ¿cuáles son las buenas prácticas del modelo de gobierno actual? Y, finalmente ¿a quién beneficia esas buenas prácticas? Estas dos preguntan trazan una ruta que me permito presentar.
Cuando las instituciones de educación superior cuentan con un cuerpo colegiado de alta dirección que actúa subsidiariamente y que promueve el dialogo entre todos, se evitan problemas como los que usualmente vemos en instituciones de carácter público. El caso reciente de la universidad Distrital en Bogotá es un claro ejemplo de lo que se habría podido evitar tan solo si esta teoría si hubiera implementado en el esquema de gobernanza. Todos esperamos que, como sucede en el mundo corporativo, las universidades desde su alta dirección, decididamente y con honestidad dirijan todos sus esfuerzos al cumplimiento de su razón de ser: Educar con calidad. Tristemente hemos visto también, inclusive en algunas universidades privadas, que actuando con negligencia los actores que ejercen el poder, impiden el paso, el avance, las nuevas formas de cumplir con la misión que se han planteado. La mediocridad se viene escondiendo en “lo tradicional”, solo porque tienen miedo a los retos, al trabajo compartido, a las visiones diferentes y a las nuevas generaciones. Instituciones con una planeación superficial, con una administración basada en la contabilidad y no en la gerencia, infraestructuras obsoletas, talento humano poco adaptativo, nada propositivo, anclado en salarios que se corresponde con el nivel de su capacidad de soñar, construir y consolidar. Docentes que con el esquema de contratación se siguen escondiendo en las horas asignadas y no en su propia promoción, rectores de oficina, escondidos, tímidos y nada pertinentes para el presente.
La teoría de la Agencia ha recibido también críticas. Mozo y Pérez (2001), García (2004) y Ganga (2005), por ejemplo, han afirmado que ésta se basa esencialmente en el punto de vista del principal o propietario, que considera el comportamiento de los agentes o administradores como oportunista motivado únicamente por los beneficios personales. Las luchas de poder entre académicos y administrativos, muchas veces irreconciliables se solucionaría fácilmente con la fuerza de las conversaciones. Juntarnos periódicamente para escucharnos nos abre el panorama, nos ayuda a comprender y comprometernos. Eso es lo que está viviendo hoy la Santo Tomás, se está agenciando para consolidar su esquema de gobierno y se está transformando con la fuerza de las conversaciones. Más que académicos o administrativos, las universidades deben tener excelentes ejecutores de sus funciones misionales. Un gobierno de carácter corporativo salvaguarda las instituciones y permite consolidar la apuesta central de su implementación: la confianza, esta es la clave.