Con la conmemoración del bautismo de Jesús culmina el tiempo de Navidad para los católicos, que es el de celebración de la Encarnación.
El acontecimiento de Galilea que pregona como experiencia Mateo y testifica Pedro tiene relación con la trasformación experimentada por Pablo como trasplante de identidad, de su antigua identidad de judío cumplidor estricto de la ley (Torá) a una nueva identidad en Cristo, no como los trasplantes de ahora, un corazón antiguo por uno nuevo; sino un cambio de Espíritu, el del antiguo Pablo, por el Espíritu del crucificado, Espíritu Santo; no fue solo un éxtasis sino llegar a ser uno con Cristo al morir y resucitar con Él. “Mi vida presente, la vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Sólo cuando Pablo tuvo la experiencia llamada kerigma, pudo decir “resucitó Jesús” A esta tradición pertenecen las experiencias de Mateo y Pedro en su evangelización de Antioquía de Siria y en casa de Cornelio.
Pasando por Mateo y los Hechos de los Apóstoles.
A principios del año litúrgico ciclo A, con motivo del bautismo de Jesús, es interesante saber a quiénes se dirigía Mateo, años 80 ó 90 del siglo. El evangelista se basa en Marcos, año 70 d.C. El nombre de Mateo, don de Dios, es la designación adecuada a la misión de la buena noticia. El evangelio se escribió en la ciudad de Antioquía, provincia romana de Siria, la ciudad más grande del imperio romano después de Roma y Alejandría. El púbico cristiano de Mateo era una comunidad en medio de peligros, miedos, odios y desesperanzas. Esa es la comunidad a la que Mateo quiere explicarle el bautismo de Juan y el bautismo de Jesús como experiencia de conversión: Jesús le indica a Juan; “ahora”: “Déjame ahora, porque debemos cumplir todo lo que Dios quiere” El ministerio de Juan era desde Galilea pasando por el desierto hasta el Jordán, acompañado de pecadores; el de Jesús comenzó bajando a las aguas del Jordán para luego “abrirse los cielos sobre Él; y vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre Él. Y una voz desde el cielo dijo: Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo mi complacencia” (Evangelio). Nos confirman los Hechos de los Apóstoles que Pedro tomó la palabra y dijo: “Ya conocen ustedes el acontecimiento de Galilea. Me refiero a cómo ungió Dios a Jesús de Nazaret, llenándolo del Espíritu y el poder. Así pasó haciendo el bien y curando a todo los que estaban bajo el dominio del diablo, porque Dios estaba con El” (Primera lectura).
El bautismo de Juan es el signo de la conversión a Dios. El bautismo de Juan estaba al margen del templo, solo donde se podía obtener el perdón de los pecados. La tradición judía para que el bautismo fuera una purificación radical exigía agua viva que fluyera con fuerza por tratarse de la renovación de Israel y ser un paso del desierto a la tierra prometida.
Jesús comparte las esperanzas de Juan Bautista, pero asumiendo el bautismo como un signo de cambio radical; incluyendo actitudes vitales como la austera vida del desierto por una actitud festiva de la vida humana; ni el vestido ni el ayuno son condiciones para acoger la vida nueva de Dios narrada en parábolas puestas como semillas en el interior del hombre.
Somos el siervo de Yahvé si…
Del Jesús de Mateo dice la primera lectura de Isaías: “Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien tengo mi complacencia para que muestre a las naciones cómo hago justicia. Yo el Señor te llamé para hacer mi voluntad, te tomé de la manos y te formé y destiné a ser instrumento de la alianza con mi pueblo, luz de las naciones, para abrir los ojos a los ciegos y sacar a los presos de la cárcel, del calabozo a los que viven en tinieblas” (42.1-4,6-7) Este es el mismo Jesús de Pablo, Mateo, Pedro y nuestro, quien por el bautismo que ha puesto el Espíritu en nuestro interior somos el siervo de Yahvé, responsables de la justicia, sin quebrantar más a quien está excluido o apagar lo que está débil de esperanza; abriendo caminos de libertad, siendo más instrumento de reconciliación que de desavenencias y, luz para quienes viven en tinieblas.
Lecturas del bautismo del Señor - ciclo a
Estas son las lecturas correspondientes al domingo, 12 de enero de 2020
Primera lectura. Lectura del libro de Isaías (42,1-4.6-7)
Salmo. Sal 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10
Segunda lectura. Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (10,34-38)
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (3,13-17):
En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”.
Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia”.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Palabra del Señor