El agradecimiento es bueno, es una virtud, y tiene grandes implicaciones y consecuencias. Cuando lo testimonia un personaje de primer nivel en el escenario mundial, hay que destacarlo.
Mencionar el hábito de hacer el bien, el ejercicio de la virtud, no está muy extendido; quizás (podría ser esta una razón) porque el discernimiento racional sobre lo que es bueno o malo se ha relegado a un lugar más bien oscuro y confuso: la estimación meramente subjetiva, que suele limitar los criterios éticos al señalamiento e imposición de lo que corresponde a intereses individuales primarios o a las tendencias de satisfacción de egos hipertróficos. En medio de millones de egos hipertróficos es frecuente el conflicto -unos egos chocan con los otros, no todos caben en el mismo recipiente en el mismo momento, y con mínimas chispas, se obtienen explosivas reacciones en cadena- y aparecen las acusaciones, las culpas, el enfrentamiento, en fin, las relaciones interpersonales y sociales deterioradas y sometidas a abruptas oscilaciones de un camino lleno de baches. Con frecuencia excesiva se pretende argumentar que lo bueno o lo malo depende de la opinión de cada uno, como si fuera imposible distinguir entre opinión y conocimiento cierto. Pero hay que referirse, en efecto, a lo que es bueno de modo objetivo, de verdad, sin matices. Porque lo bueno existe y la inteligencia nos permite aproximarnos a su distinción. Esta es la tesis: el agradecimiento es bueno, es una virtud, y tiene grandes implicaciones y consecuencias. Cuando lo testimonia un personaje de primer nivel en el escenario mundial, hay que destacarlo.
El primer ministro del Reino Unido ha salido del hospital. Ha superado su enfermedad en una unidad de cuidados intensivos en Londres. No requirió intubación, pero sí la constante y eficiente ayuda del personal médico y paramédico que lo asistió durante unos días que debieron ser muy duros, como suele serlo para un enfermo la experiencia de una hospitalización. Al salir del histórico hospital St. Thomas para continuar su proceso de recuperación, el primer ministro, Boris Johnson, ha manifestado claramente ante los medios de comunicación un mensaje unívoco: su personal y sincero agradecimiento al Sistema Nacional de Salud del Reino Unido y también, a quienes lo cuidaron durante aquella estadía. Se ha referido de modo muy preciso a la diligencia y cuidado que recibió por parte del personal de enfermería a él asignado.
Le ha regalado al mundo –a quien quiera apreciarlo- el ejercicio espontáneo y simple del agradecimiento.
No es el momento, aunque se trata de una figura del escenario político, de criticar o alinearse en sus errores y aciertos como personalidad del poder. A fin de cuentas, su referencia al sistema de salud británico se hunde en raíces muy profundas del carácter estructural del funcionamiento de uno de los de mayor reconocimiento en el mundo, el NHS. En el fondo de ello se encuentra la tradición de una previsión sanitaria y social inspirada en unas concepciones teóricas y políticas de demostrada efectividad en la Europa occidental que superó la segunda guerra mundial. La previsión contenida en los delineamientos del informe Beveridge (1942) condujo a la puesta en marcha de un sistema de salud financiado con los recursos públicos y que efectivamente opera con las premisas de la igualdad, equidad y universalidad: ignoramos quienes eran los pacientes vecinos del piso hospitalario del primer ministro, pero presumiblemente, se trataba de otros súbditos británicos que tuvieron también acceso a aquellos servicios de salud porque lo requirieron, no porque tuvieran amigos e influencias en el sistema para obtener una cama o unas medidas diagnósticas o terapéuticas, mediante la intercesión de un intermediario ejecutivo e influyente. Un sistema que se acerca a la praxis de la democracia y la decencia. Y que manifiesta, sin duda con fallas, la solidaridad y la subsidiaridad.
El agradecimiento personal es otro aspecto de la profunda humanidad inherente a la práctica de las profesiones sanitarias. Algo que trasciende la repetida queja por las extendidas circunstancias de escasez, de limitada disponibilidad de recursos y medios tecnológicos. Es un hecho que circunstancias excepcionales como las actuales llegan a superar y poner en evidencia la insuficiencia de recursos técnicos y logísticos en cualquier país, independientemente de sus condiciones de desarrollo. Lo que no se supera por fortuna, son las implicaciones humanas de lo que constituye en últimas una genuina relación terapéutica: la voluntad de servir, la empatía, la destreza, el encuentro interpersonal entre una conciencia y una necesidad. Un encuentro que ocurre en circunstancias biográficas excepcionales para cada ser humano enfermo: sus momentos de máxima fragilidad corporal biológica, cerca de los límites. Límites, a fin de cuentas y en el largo plazo, ineludibles.