El Trans-humanismo desenmascarado (I)

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
15 mayo de 2018 - 12:10 AM

La filosofía del tras-humanismo se expresa en un lema que tiene su atractivo parcial: el mejoramiento humano, el “humano +” es el objetivo.


 

 

Desde hace algunos años se habla de diversos programas de mejoramiento humano. En ámbitos académicos y populares se ha adoptado esta nueva forma de optimismo irracional, planteándose ante el público la idea de que la curva de mejoramiento de la humanidad tiende hacia un futuro de promesas cumplidas, de logros, de paraísos que parecen casi al alcance de la mano de cualquiera. Querer es poder, dicen. El instrumento básico para lograrlo, y bien pronto, es la aplicación de las tecnologías: aparece como una urgencia a la que es imposible rechazar, el ímpetu por lo nuevo: genética, nanotecnología, biotecnología, informática, son algunos de los ingredientes de prodigiosos algoritmos que nos acercan a un futuro mejor, y son las herramientas que debemos tener todos al alcance de la mano, de acuerdo con la prédica de los seguidores de la secta del optimismo cientificista y tecnocrático. El imperativo de la rapidez se torna en contradicción con lo que se ha llamado el elogio a la lentitud. Al contrario de lo que el movimiento “slow” promueve, en el trans-humanismo todo es premura, todo es innovación, todo es rápido y apremiante. Se trata –los medios masivos de comunicación nos transmiten esa urgencia- de estar al día, de aplicar masivamente los novedosos logros de tecno-ciencias, al día a día, a la vida rutinaria de todos. Los logros de técnicas y artefactos se presentan como milagros: robots, prótesis, diseños, resultados de cultivos celulares, bioinformática. Quien se quede atrás, es débil, está desfasado, y quizás condenado a morir pues estar rezagado de las fuerzas del mercado es ya una especie de muerte. Es una brutal carrera de lucha por la supremacía, relegando a los débiles a los niveles inferiores de una mortal cadena alimenticia. El mundo, parece, es sólo para los más fuertes, para los valientes, para los actualizados...La derrota para los débiles, para los atrasados. Hay en esto un fuerte sabor a Nietzsche, quien parece emerger de su tumba con la idea del superhombre: quien no esté dispuesto a vestir traje de superhéroe, perece.

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La filosofía del tras-humanismo se expresa en un lema que tiene su atractivo parcial: el mejoramiento humano, el “humano +” es el objetivo. Algunos autores contemporáneos subyacen a esta ideología: P. Singer, J. Savulescu, N. Bostrom son los líderes de una importante cohorte de seguidores, muchos de los cuales ignoran quienes son los mencionados, jamás los han leído y no los leerán, pues suelen ser tecnócratas satisfechos de su particular eficacia en campos concretos y especializados de la actividad, especialmente de las actividades aplicadas al comercio, la política  y las tecnologías. A lo sumo sus preocupaciones  concuerdan con la práctica de deportes de moda o con el gasto frenético en lujos y viajes para “conocer” otras culturas. Muchos “trans-humanistas” en la práctica ignoran que lo son, desconocen que son seguidores de una ideología y el algunos casos, creen estar a la vanguardia cuando re-inventan la rueda. 

Pero, mejoramiento, ¿en qué?: en rendimiento, en productividad, en salud, en inteligencia, en bienestar subjetivo, en consumo. Para Savulescu, por ejemplo, el uso de los potenciadores noógenos -medicamentos relacionados con anfetaminas que estimulan y potencias determinadas capacidades mentales como memoria, concentración, capacidad de solución de problemas complejos, habilidades motoras- no tendría ninguna objeción de carácter moral. Igual piensa ese autor sobre el uso de fármacos para mejorar el rendimiento deportivo (esteroides anabólicos, simpático-miméticos) pues en su concepto la valoración moral -¿está bien o está mal acudir a estos medios con el objeto de mejorar marcas olímpicas? es algo ya superado, obsoleto.

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La cuestión ética no se plantea, se considera “superada”.  Simplemente, se dispone de medios y se utilizan: el pragmatismo utilitarista llevado al extremo de la amoralidad. 

Tras la ideología del trans-humanismo, contradiciendo  el cabal sentido del término “humanismo” hay una aniquilación de lo humano. Competencia, perfección, dominio, son sus claves. El hombre entendido como máquina es un retorno al reduccionismo mecanicista de siglos atrás. Para el trans-humanismo la medicina es simplemente ingeniería humana y comercio. Ante el poder de compra y de la libre empresa, sin frenos, los operarios del nuevo “mundo feliz” de Huxley son proveedores acríticos y amorales: incapaces de preguntarse por el “por qué”. Simplemente, tienen la técnica, hacen parte de ella y la aplican, de acuerdo a las exigencias de un mercado libre. Tal como lo comenta Arendt en su importante reflexión sobre la banalidad del mal: se actúa, se siguen instrucciones, políticas y protocolos, porque así alguien lo ha dictado y las leyes positivas lo permiten. Se actúa porque sí, porque es útil, porque así lo hacen muchos, no porque la conciencia individual determine que su acto libre es justo, bueno o virtuoso.  (Continúa)

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