Con la siembra del árbol 500.000 del Plan Siembra Aburrá, comenzó también la plantación de 100.000 nuevos individuos que repoblarán la finca Bellavista, el nuevo terreno que se adhirió a la reserva La Romera, en Sabaneta. Allí mismo se trabajará por aumentar la cantidad de caunces, especie amenazada por la sobreexplotación.
Al pisar la tierra alrededor de la plántula, con el sur del valle de Aburrá a sus espaldas desde La Romera, en Sabaneta, se había sembrado el ejemplar 500.000 que marcó la mitad del Plan Siembra Aburrá para dotar al territorio de un millón de árboles nuevos a 2019.
Uno de los testigos de aquel hecho fue Carlos Mario Montoya, un hombre de la tercera edad, que toda su vida la ha pasado en este municipio y que vive en la vereda Las Lomitas.
A Montoya le ha tocado ver la mayoría de los vertiginosos cambios que el paisaje de su municipio ha tenido.
Presenció como el concreto se aglomeró dejando atrás la vegetación de las montañas para dar paso a cientos de edificios que han hecho que este pequeño territorio del valle de Aburrá sea el sitio con más densidad de habitantes en el país, con algo más de 3.410 parroquianos por cada kilómetro cuadrado, según decían las cifras del año 2014 del Departamento Nacional de Estadística.
Sin embargo, a Carlos Mario lo que más le ha impactado ha sido ver la milagrosa forma en que las laderas de la reserva La Romera se han opuesto al acelerado crecimiento urbano y por el contrario han encontrado como reverdecerse con vegetación.
“En los 80 las montañas todavía estaban muy peladas, a comparación de como lucen hoy. Antes había mucho establo por aquí y de un tiempo para acá se empezó a arborizar mucho. Estamos mucho mejor que hace unos 35 años”, comentó Montoya, mientras divisaba el espeso verde que se confundía con la neblina y daba la bienvenida a Bellavista, el nuevo sector que recientemente se añadió a La Romera y donde se piensan sembrar cerca de 100.000 nuevos árboles para seguir frenando el impulso de las constructoras.
Era sábado en la mañana, los rayos del sol, tenues, apenas si alcanzaban a iluminar el camino. Los follajes de los árboles, aún cargados de toda el agua que había caído por el aguacero de la noche anterior, daban la entrada a la finca Bellavista, la nueva parte de reserva en La Romera.
Este pulmón natural es parte del cinturón verde del valle de Aburrá, porque conecta con los ecosistemas estratégicos de Envigado, los bosques de El Retiro y, en Caldas, con la zona de La Clara y el Alto de San Miguel, donde nace el río Medellín.
“Esta es una fábrica, sin duda, de agua”, comentó la ingeniera Ambiental del Área Metropolitana del Valle de Aburrá (Amva), Marta Lucía Arango.
El recorrido para subir hasta la finca Bellavista, a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, empezó con un descenso estrecho por un camino lleno de un barro grisáceo y piedras que se volvían resbalosas por las ramas de los helechos, que llenas de agua dificultaban el caminar.
Pronto, el paisaje boscoso, entre gruesos y altos árboles, se interrumpió con el cantar de la quebrada La Doctora, cuyas aguas son bebidas por al menos doce mil habitantes de siete diferentes veredas del sector a través de sus afluentes, aunque parezca poco para la capacidad hídrica que tiene este pulmón del valle de Aburrá.
El camino, una vez superado el riachuelo, dejó atrás el pavimento de la vía principal y dibujó una ruta empinada que se acostaba entre la dureza de las paredes rocosas y lo blando de las cornisas junto a los espesos abismos con colchones de helechos, ramas partidas y árboles que sirven de casa para las aves migratorias que visitan estas tierras, como el Cacique Candela, que está en vía de extinción.
“Este es un bosque de niebla, y por ello permanece nublado”. Arango explicó esta definición contando que el vapor de agua que asciende de los valles hacia las partes altas se condensa para luego correr en forma de gotas por las ramas, los tallos y las rocas que finalmente dan vida a los arroyos.
“Los bosques de niebla son bancos de agua. En Colombia los tenemos en todas las cordilleras y también en la Sierra Nevada de Santa Marta, en la Macarena y en el Darién”, añadió la ingeniera.
Por ello, a medida que se continuaba el ascenso se veía como emanaba el preciado líquido de cada elemento que encerraba el plano entre el camino, el muro rocoso y la vegetación en los abismos.
Pero a esa altura del trayecto ya el andar en la tierra rocosa y casi negra se había vuelto una tarea sencilla. El color sin duda era llamativo, parecía como si todo el lugar hubiese sido esparcido con ceniza, y tal vez si un miope mirara de lejos hubiera llegado a pensar que en medio del bosque había un largo camino de poco más de un metro de ancho pavimentado.
Entonces, a unos 300 metros de empezado el ascenso se dejaron ver algunos rayos del sol. Era el final del encapotado sendero que poco a poco se abría para dejar ver a la niebla materializar la explicación de la ingeniera en las montañas del frente.
La entrada de luz permitió apreciar mejor las curiosidades de los árboles. Una de las personas al ver un yarumo con unos parches coloridos y rugosos exclamó su tristeza al pensar que el individuo estaba enfermo en medio del bosque.
No obstante, la ingeniera Arango se detuvo y explicó que aquellos parches, que comúnmente la gente asocia con enfermedades y vejez en los árboles, son líquenes, una asociación de algas y hongos que se propaga por la humedad del entorno y que contrario a lo que se piensa no es sinónimo de muerte, sino de vida.
En las plantas de La Romera se pueden apreciar más de cuatro tipos de líquenes distintos. Hay parches rosados, amarillos, blancos, cafés, lisos, rugosos. Según Arango, actúan también como indicadores de calidad del aire y entre más líquenes tenga un árbol, más limpio es el aire de ese terreno. De ahí que en la flora del centro de Medellín sea tan difícil hallar al menos dos tipos de estos parches.
Al seguir la ruta, Carlos Mario Montoya comentó entonces que estábamos cerca de llegar a la finca Bellavista, que hasta el 2016 había sido la casa de grandes extensiones de cultivos de aguacate Hass y pastizales donde las vacas se alimentaban y potenciaban el mercado ganadero de Sabaneta.
A unos 400 metros de la entrada boscosa el paisaje cambió. Cada vez eran menos frecuentes los árboles y en un exabrupto el color oscuro de la tierra se volvió amarillo, luego naranjado y finalmente café claro. Además, por primera vez en todo el recorrido apareció el pasto, fino en unos sectores y más grueso y verde en otros. Era la comprobación de que por allí había pasado la mano del hombre.
Los helechos a esta altura del trayecto, sin los grandes ejemplares arbóreos que les proveían agua, yacían resecos, con un tono marrón y al pisarlos el crujido se podía palpar fielmente con las suelas de los zapatos.
Fueron 39 hectáreas de la finca Bellavista que por años se dedicaron a la producción. Finalmente, en 2017, en una movida estratégica por el ambiente la Alcaldía de Sabaneta las logró adquirir con la idea de reforestar y ampliar el corredor biológico de La Romera.
Al entrar de lleno a los terrenos de Bellavista se pintaron dos casas que eran parte de la finca original. En las historias que tiene Carlos Mario Montoya está una que certifica el uso de la tierra de este sector. Antes de haber aguacates, siempre hubo ganadería.
Hace ya varias décadas solo había dos casas por aquí, relató. La primera es esta de la finca Bellavista, que era la casa del mayordomo y la otra es la que se ve en la montaña del frente, en La Romera. En estas casas se producía la leche que luego bajaban a vender al pueblo.
“Sin embargo, un día todo fue conmoción cuando a Pablito, que era el mayordomo, le pegaron un tiro. Hasta ahí llegó su labor de bajar todos los días con canecas enteras de leche producida en estos potreros”, aseguró Montoya, sentenciando que así poco a poco se fueron acabando esos establos y corrales.
Lo cierto es que la vida pasada de aquellas 39 hectáreas quedó en el pasado. Ahora su paisaje deja ver un notorio cambio en su aspecto. Los pastizales, ya en muchas partes, estaban llenos de pequeños cráteres donde se posarán los 100.000 árboles que aportará Sabaneta a la meta que los diez municipios y el Amva se establecieron para llegar a un millón de ejemplares nuevos en 2019.
Hernán Carvajal, profesional del Amva, resaltó que el que la Alcaldía de Sabaneta haya adquirido estos predios propiciarán la conservación de la microcuenca de La Romera. Asimismo, explicó que la cantidad de especies arbóreas, que se plantarán con dos metros cuadrados de espacio por cada uno, se dividirán en 40 o 45 especies, donde se destacan guayacanes, acacias, búcaros, pomos, pisquines, yarumos, ceibas, balsos y caunces.
Precisamente, este último fue el ejemplar del día una vez terminado el ascenso a Bellavista.
El Caunce es un árbol endémico de Antioquia, referenció de nuevo la ingeniera. Es una especie que fue muy utilizada hasta mediados del siglo XX en la industria textil y su madera se usó también en la construcción de herramientas. De allí que hoy en día esté amenazada por la sobreexplotación y por ello la idea es recuperar esta zona de potrero y los bosques de niebla al tiempo que crezcan más caunces.
Y como las cosas buenas de la vida toman tiempo, para ver la primera floración del caunce, o Godoya Antioquensis, deben pasar al menos ocho años que una vez se cumplen traen un espectáculo visual en los meses de mitad del año. Es, además, casa de aves como el carriquí y las mirlas, pues su frondoso follaje les da seguridad.
“Conseguir los árboles como este para la siembra no fue tarea fácil por las condiciones en que deben crecer”, acotó Arango, al indicar que esta especie se encuentra únicamente entre los 1.600 y 2.600 msnm en la región Andina.
Eugenio Prieto Soto, director del Amva, llegó hasta el nuevo terreno de la reserva de La Romera para hacer la siembra del árbol 500.000. Un caunce. En un tono reflexivo comparó a este amenazado individuo con la memoria de Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri, asesinados hace quince años en medio de un absurdo conflicto armado y con firmeza reveló que tanto el 500.000 como el 500.001 serían en honor a los dos personajes.
"La verdad nos parece muy bonito y significativo porque los seres humanos que entregan su vida por la paz y por la convivencia son como especies en vía de extinción y nosotros debemos multiplicar esos espíritus, que esta siembra que nosotros hacemos signifique más que la protección del territorio, que signifique la protección de los espíritus que promueven la paz y la convivencia”, sentenció.
A continuación, reveló la satisfacción que le deja el poder decir que su meta, a falta de año y medio, ya va por la mitad pues Barbosa ya sembró 12.328, Girardota 31.869, Copacabana 12.380, Bello 119.268, Itagüí 1.786, Envigado 20.065, Caldas 193, La Estrella 30.083, Sabaneta 8.276 y la ciudad de Medellín unos 263.752 para aportar al mejoramiento de las condiciones ambientales del valle de Aburrá.
Entonces, caminando por los lados blandos de los cráteres que estaban listos para acoger a las nuevas plántulas, se definió que los que iniciarían la siembra de los 100.000 árboles en esta reserva serían los caunces, que le darían la cara al sur del valle de Aburrá y que con sus frutos amarillos saludarían las tardes soleadas de los días veraniegos desde las montañas.
El terreno húmedo e irregular dificultó la movilidad. Algunos tropezaron en las empinadas faldas cayendo sentados en los hoyos que esperaban con ansias sus nuevos inquilinos arbóreos. Cuando hubo calma en el grupo que sembraría se agradeció la gestión y se cortó la bolsa negra que había servido de incubadora para los jóvenes caunces en los viveros donde nacieron.
Las raíces aún estaban diminutas y su color claro no rompía con la oscuridad de la tierra negra que en forma de cilindro cobijaba la planta. Fueron dos jardineros quienes lo depositaron en el hueco y una vez firme en su nueva casa, Prieto procedió a llenar con más tierra lo que hacía falta para que la plántula quedara firme.
También se le dio forma a su alrededor para que el agua de la lluvia no se lo fuese a llevar estando aún joven. Lo mismo hicieron unas treinta personas más. Cada uno depositó en la tierra un nuevo inquilino que mejorará la temperatura, el aire y ayudará a la generación de agua.
Al pisar la tierra alrededor de la plántula, con el sur del valle de Aburrá a sus espaldas desde La Romera, en Sabaneta, se había sembrado el ejemplar 500.000 que marcó la mitad del Plan Siembra Aburrá para dotar al territorio de un millón de árboles nuevos a 2019.
Fueron mil en la primera jornada, el resto vendrán con los días y al ser testigo de esto Carlos Mario Montoya miró entonces al alto y se volvió para recordar con entusiasmo que “esta parte de La Romera era un peladero. ¿Se imagina usted cómo se va a ver esto en unos cinco años?”.