Hay quienes se preguntan cómo es posible que, tras la caída del Muro de Berlín, la postración de Cuba y la debacle de Venezuela, se celebren todavía ceremonias de esta laya, semejantes a misas funerarias.
Nada distinto al triste y apagado espectáculo del que a duras penas nos enteramos, podía ofrecerle al mundo el Foro de Sao Paulo reunido en Venezuela. Mas que un certamen donde se intercambian visiones y se delibera, con algo de la conciencia crítica que hoy no puede faltar para lograr un diagnóstico que, aún enmarcado en su ideología, respete la verdad y sea creíble entre sus prosélitos. Forjar un diagnóstico o valoración de la actual Latinoamérica, sus debilidades y fortalezas, del que pueda derivarse un plan de acción, una estrategia distinta a la muy errática o fracasada que ahora se cumple. En orden a reagrupar a quienes, cada vez más decepcionados, siguen esperándola en esa izquierda supérstite, cada vez más desmirriada, que aún respira para seguir disputándole el favor popular a la centroderecha que hoy gobierna casi en el hemisferio entero, sin que algo la haga vacilar siquiera, amenazando su predominio.
Patética fue la pobreza conceptual del foro, la ausencia de los jefes de Estado que antes concurrían a él para posar de profetas o de triunfadores (Lula, Correa, Tabares, Kirchner y semejantes) y la inasistencia de otras figuras relevantes que nunca faltaban, remarcando con ello el desencanto de fuerzas y agrupaciones matriculadas en esa variopinta corriente doctrinaria, pero silenciosas ahora, por precaución, por vergüenza, o por ambas cosas. Evadiendo acaso riesgos electorales, para el Polo y el petrismo en Colombia, por ejemplo.
¡Vaya fiasco para los venezolanos! que convocaron y financiaron dicho evento, que más parecía un aquelarre, o una de esas tenidas subterráneas que la extrema izquierda acostumbra, llevada por lo que se volvió un hábito en aquellos que aquí cariñosamente llamamos “mamertos”, o sea los viejos comunistas (digo viejos, sin que importe su edad cronológica, pues todos actúan y se comportan como abuelos). Hablo del partido comunista porque en la llamada izquierda es la única fuerza estable, que permanece. Debido por supuesto a su vocación eclesial: obran siempre como frailes o curas de aldea, repitiendo, en un mundo que ha cambiado, la misma monserga, al mismo rebaño de fieles, que asienten a todo, bien obedientes y disciplinados. Pues no hay nada más parecido a la Iglesia Católica de antaño que un partido comunista nacido a la sombra del patriarca Stalin, con su propio Vaticano, que era Moscú. Y con su Papa o sumo pontífice, el mismísimo Stalin. Añadiéndole a toda su liturgia, sus prelados y rezos en cada país.
Lo anterior y otros comentarios que por falta de espacio quedo debiéndole al amable lector para próxima ocasión a efecto de lograr una radiografía aproximada del engendro de Sao Paulo que hoy nos ocupa. Hay quienes se preguntan cómo es posible que, tras la caída del Muro de Berlín, la postración de Cuba y la debacle de Venezuela, se celebren todavía ceremonias de esta laya, semejantes a misas funerarias. Y, por si no bastara, bien costosas en un país donde la generalidad de la gente no dispone siquiera del mínimo vital para subsistir. Igual que en Norcorea, su réplica asiática.