El afecto por los libros viejos suele venir acompañado de riqueza, de saberes útiles, de belleza formal, de sorpresas multiformes.
El afecto por los libros viejos suele venir acompañado de riqueza, de saberes útiles, de belleza formal, de sorpresas multiformes. Tal es el caso de un amarillento ejemplar de aquellos que guardan silencio por años en los estantes a la espera del encuentro definitivo e íntimo con el lector: “El Carnero”, de Juan Rodríguez Fresle. (Talleres de Ediciones Colombia, Bogotá, 1926, en edición bajo el cuidado de Don Germán Arciniegas). Su título: Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada, de las Indias Occidentales del mar océano y fundación de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, primera de este Reino donde se fundó la Real Audiencia Chancillería, siendo la cabeza, con la dedicatoria a nuestro rey y señor natural, Felipe IV.
El Carnero, de 1638, es crónica para hoy, bien entrado el siglo XXI. Merece la pena dejar de lado las aplastantes oleadas de información digital contenidas en los aparatos de moda, algo que termina por causar un vértigo paralizante. Cada vez es más difícil discernir la verdad en medio de los infinitos algoritmos que conducen de una página web a otra y que logran convertir al lector en un dócil y fugaz espectador de múltiples imágenes que causan impactos de segundos, con increíble superficialidad y banalidad, oscilando entre el amarillismo, la frivolidad de la farándula y otras confusas ideas que imponen anónimamente como norma. La lectura electrónica no propicia la reflexión y el disfrute tal como sucede con este clásico de la literatura de nuestros primeros años como realidad histórica, social y política, radicalmente vinculada a un momento magnífico de la epopeya de España, comprometida visceralmente en la gestación de este encuentro entre los dos mundos.
Rodríguez Fresle, hijo de conquistador, cuenta lo sucedido en los primeros cien años del Nuevo Reino de Granada. Dos fechas son claves: 1538; fundación de la ciudad de Santa Fe de Bogotá por el Licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada. Había salido de la gobernación de Santa Marta con ochocientos hombres; arribó a la sabana, a fundar, con ciento setenta de ellos: esta cifra es síntesis de las colosales dificultades que superaron los conquistadores al subir por el Rio Grande de la Magdalena hasta llegar a la verde plaza que sería la capital. Allí ocurriría el encuentro entre el conquistador inicial, y Federman y Benalcázar. La otra fecha clave: 1638, indica el final del periodo considerado, con una Real Audiencia ya sólidamente establecida en Santa Fe de Bogotá, con presidentes, fiscales, oidores, visitadores y muchos otros funcionarios en pleno ejercicio. Algunos de ellos, muchos, con trayectorias que abarcaban las asombrosas magnitudes de la gesta hispánica: Guatemala, Méjico, Sevilla, Italia, Cartagena, Lima.
Cuestiones de actualidad: puja de poderes, enriquecimiento vertiginoso de algunos funcionarios, leguleyos ventajosos, tragedias que nacen de líos de faldas, venganzas, retaliaciones. Ocasionales episodios de altos funcionarios comprometidos con el ejercicio de la justicia, con la paz y el mejoramiento del Nuevo Reino. Unos que traen semillas y ganados, que doblan la espalda en sus encomiendas; otros que terminan en la horca, arruinados, perseguidos, luego de ser funcionarios de rango. Familias que sufrieron por las malas cosechas, unas que se destacaron por su laboriosidad y fortaleza, otras por la miseria de la codicia y de las obstinaciones más egoístas y ruines. Aquí están de primera mano las historias brutales de la bella y malvada Inés de Hinojosa y su amante el caballero de industria, bailarín y asesino Jorge Voto. Comenta Fresle: “… con razón llamaron a la hermosura calado engaño, porque muchos hablando engañan, y ella, aunque calle, ciega, ceba y engaña”. Codicia, infidelidad, desencuentros, chismes, robos, epidemias… Nada que sea muy diferente a los vientos azarosos de esta era de la post-verdad, cuatro siglos más tarde.