Una Salud (“One Health”), así definida y recomendada en el informe de ONU Medio Ambiente–ILRI como la que resulta de un trabajo conjunto de expertos en salud humana, en salud animal y ecólogos que orienten sus investigaciones hacia las causas de las enfermedades, en vez de concentrarse en sólo los síntomas.
"El modelo de desarrollo capitalista es una especie de virus para nuestro planeta", así lo manifiesta, en una reciente entrevista concedida a BBC News Mundo el antropólogo francés Philippe Descola, quien ha dedicado más de tres décadas de su vida profesional a estudiar los pueblos aborígenes de la Amazonía.
Las zoonosis (enfermedades infecciosas que se transmiten de los animales a los humanos y viceversa) han existido desde que la humanidad comenzó a movilizarse, pero lo alarmante del Coronavirus es la velocidad con la que se ha propagado y su rápida expansión por todo el mundo. Para Descola, uno de los culpables de esta catástrofe sanitaria y social es el modelo de desarrollo occidental.
A su vez, Delia Grace, epidemióloga y veterinaria, profesora de la Universidad Greenwich de Londres, autora principal de un reciente informe de Naciones Unidas titulado: "Previniendo la próxima pandemia: las zoonosis y cómo romper la cadena de transmisión”, afirma: "A menos que veamos cuáles son las fuentes de esta crisis vamos a tener más pandemias". En una entrevista a la misma BBC News Mundo, Grace denuncia: “El mundo está tratando los síntomas de la pandemia de covid-19, pero no las causas".
Empecemos con Descola, el gran crítico del llamado naturalismo occidental que considera La Naturaleza como algo externo a los humanos. "Desde el siglo XVII, el mundo occidental ha mirado a la naturaleza como algo externo a sí mismo. Una forma de luchar contra los excesos de esta concepción es educarse y verse a uno mismo como un elemento de la naturaleza", explica en su entrevista. "No defendemos la naturaleza, somos La Naturaleza que se defiende", fue la consigna de una comunidad que hace pocos años se unió para oponerse a la construcción de un aeropuerto en Notre Dame des Landes (Francia).
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El problema mayor radica en la falta de pensamiento crítico de nuestro sistema educativo que se orienta a perpetuar el capitalismo con su modelo extractivista, en el cual el ser humano no sólo se coloca por fuera de la naturaleza sino que los bienes naturales de propiedad colectiva, como el agua, el aire, el suelo y en general los ecosistemas sean llamados “recursos naturales”, lo que equivale a considerarlos como inagotables y que hay que explotarlos al máximo.
En una descarnada valoración de las lecciones que está dejando el Coronavirus, Descola puntualiza que lo primero que hay que reconocer es que estamos volviendo a un grado de incertidumbre que no veíamos desde hace tiempos, sobre todo en las grandes naciones posindustriales de Europa y Norteamérica. De repente algo que en al inicio parecía un insignificante e inofensivo virus, vino a alterar por completo la vida en el planeta.
Durante la mal llamada Conquista y hasta el Siglo XVIII, los pueblos aborígenes americanos sufrieron epidemias traídas por los europeos que casi los exterminan, a lo que, más tarde, se suma la depredación de sus bienes naturales por grandes empresas extractivas y ahora la destrucción de su hábitat natural por ganaderos, cocaleros y mineros, como está ocurriendo hoy en la Amazonia y en nuestra región pacífica.
Por causa de la actual pandemia las poblaciones amerindias se encuentran en una situación crítica, excepto aquellas que tienen la posibilidad de protegerse aislándose completamente, cerrándose al mundo exterior. Este es el caso de los achuares de la Amazonía ecuatoriana, un pueblo que Descola conoce muy bien, quienes pudieron hacerlo, pero en otras regiones, particularmente en Brasil, la situación es muy diferente, ya que el virus se propaga incontrolable por toda la cuenca amazónica.
En otro aspecto, la pandemia ha puesto en evidencia las enormes brechas sociales, que hace que frente a una crisis sanitaria algunos grupos sean más vulnerables que otros. Una gran parte de la población ha tenido que interrumpir sus actividades laborales, con lo cual sus ingresos han mermado de manera dramática. Los empleos peor pagados son precisamente aquellos que han sido puestos en la primera línea de la lucha contra la enfermedad: los médicos y los enfermeros, los recolectores de basura, las personas encargadas del aseo en los centros hospitalarios y los cuidadores de ancianos, entre otros; empleos mal remunerados y los más vulnerables al contagio, lo que empeora la situación. El confinamiento es sólo posible para algunos privilegiados, con ingresos asegurados y que pueden aislarse en sus cómodos apartamentos o en sus casas campestres.
El virus ha alterado toda la vida en el planeta, lo que ha llevado a abordar problemas que antes para muchos pasaban desapercibidos, como la desigualdad social y su agravamiento con la pandemia. Es posible que la actual crisis haya hecho que muchos jóvenes tomen consciencia de la desigualdad, sobre todo en nuestro mundo no desarrollado. Algunos también se han dado cuenta de que la propagación de los virus ha sido impulsada por la acelerada destrucción de los ecosistemas y por los procesos de producción pecuaria y aviar.
Según Descola para que cambiemos nuestros estilos de vida, los hábitos de consumo, de producción y las terribles desigualdades entre los más ricos y los más pobres, el shock tendrá que ser mayor. Lo que sí es esperanzador es que los jóvenes se estén dado cuenta de la gravedad de la situación de desigualdad. Antes, los jóvenes eran conscientes del cambio climático (mejor llamado Cambio Global), en mayor proporción que la gente mayor, pero no de la gran desigualdad entre las personas y los pueblos.
Sigamos con Grace y su evaluación de la respuesta que el sistema hospitalario mundial ha dado a la pandemia. Aunque reconoce el gran esfuerzo de las entidades de salud, públicas y privadas, el sistema se ha limitado a la hospitalización de los pacientes, a atender su enfermedad y a rehabilitarlos para que vuelvan a sus labores normales. Pero si no se atiende el origen del problema, el paciente recaerá y, más temprano que tarde, tendrá que volver al hospital con el mismo mal, pero agravado. "Si queremos evitar que los virus se transformen en pandemias, debemos cambiar radicalmente nuestros patrones de consumo", concluye Grace.
En otras palabras, aunque el mundo se enfocó correctamente en la respuesta clínica y en reiniciar la economía, a menos que se identifiquen las fuentes de esta crisis vamos a tener más y peores pandemias. Ese es el mensaje del nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente Medio Ambiente (PNUMA) y del Instituto Internacional de Investigación Ganadera (ILRI).
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Durante el último siglo han surgido cada vez más y más frecuentes enfermedades infecciosas. El 75% de esas enfermedades tienen como fuente animales salvajes. Algo muy importante que hay que destacar es que muchas de esas enfermedades llegaron a los humanos usando como "puentes" animales domésticos, especialmente pollos, cerdos y otros tipos de ganado. El aumento en la demanda de proteína de origen animal está llevando a un aumento de la ganadería a escala industrial. Ahora hay muchos más animales domésticos en el planeta que animales salvajes, razón por la cual no es sorprendente que algunas de las enfermedades de más impacto en los humanos los estén usado como puentes. Algunos ejemplos son la enfermedad de las vacas locas, la gripa aviar, el VIH Sida y la gripe española, que se originó probablemente en aves salvajes, usó como puente pollos y cerdos y mató más gente que la Primera Guerra Mundial.
El aumento de la ganadería de escala industrial impulsada por el aumento en la población que consume cada vez más proteína animal conlleva la enorme presión sobre los bosques y la vida salvaje, especialmente en la Amazonía y África Central. Las grandes instalaciones industriales para criaderos de aves y porcinos han desplazado las pequeñas granjas familiares con animales que crecían al aire libre. Todo esto está creando un hervidero de problemas, con animales hacinados y estresados en galpones y establos que, según los estudios de Grace, han sido debilitados en su sistema inmunológico.
El metano es un gas de efecto invernadero (GEI) que genera calentamiento atmosférico 28 veces más el CO2. En 2017, último año del que se tienen registros completos, pese a la desaceleración en las principales economías mundiales, la atmósfera absorbió casi 600 millones de toneladas de metano, el 23% del total de los GEI. La cría de ganado vacuno y ovino es responsable por emitir grandes cantidades de metano, como que registró un aumento de las emisiones entre 2000 y 2017 de un 11%. La minería del carbón, los campos petroleros y gasíferos también contribuyeron a los GEI, con emisiones que crecieron casi en un 15%. De ahí que el llamado es a frenar la expansión del hato ganadero y la explotación de combustibles fósiles. De lo contrario, para finales de este siglo la temperatura global de la atmósfera podría aumentar entre tres y cuatro grados Celsius, lo que llevaría a la extinción de la mayor parte de la vida en el planeta.
Ante todo esto la respuesta es obvia: Hay que reducir el consumo de proteína animal, en especial, la de origen vacuno y aviar, procedente de grandes granjas industriales y cambiarla por una dieta más balanceada, rica en proteína vegetal. Una Salud (“One Health”), así definida y recomendada en el referido informe de ONU Medio Ambiente – ILRI como la que resulta de un trabajo conjunto de expertos en salud humana, en salud animal y ecólogos que orienten sus investigaciones hacia las causas de las enfermedades, en vez de concentrarse en sólo los síntomas.
P.S. Este texto fue revisado por las especialistas en las Ciencias de la Vida doctoras Lilliam Gómez Álvarez y Carolina López Urán, ciencias que cada vez me están enamorando más.