Educar antes que graduar

Autor: Ricardo Ernesto Torres Castro
17 marzo de 2019 - 09:03 PM

Tenemos estudiantes a los que actitudinalmente no se les ve su paso por la educación. Tramposos, mentirosos, traicioneros, groseros, indiferentes con la realidad social y política y, lo que es peor con sus propias familias

Es muy común escuchar que se están graduando muchos profesionales en las universidades. Este hecho, que no requiere de mucho análisis cuando se confronta con el consolidado estadístico de quienes salen de los colegios, logran ingresar a la universidad y terminan, pues la cifra no es preocupante por los que se gradúan sino por aquellos que no llegaron allí. Pero, ¿qué implica graduarse? El término grado es usualmente usado por la física para referirse a la temperatura. Esto es, que los grados sirven para medir su intensidad. Así como el tiempo se mide en segundos, la longitud en centímetros, es en grados como medimos la temperatura. Uno podría terminar su periodo de formación midiendo en términos de tiempo el logro obtenido, ¿será que fue un buen tiempo? ¿sería el tiempo suficiente? Será que ¿ganamos o perdimos el tiempo? Solo el tiempo logrará responder a estas preguntas.

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Si lo miramos en términos de longitud, entonces nos preguntamos si al culminar nuestros estudios ¿realmente avanzamos? O, si el camino recorrido ¿nos sitúa en un lugar más alto? ¿hemos crecido lo suficiente para asumir la nueva vida? Y acá el problema es de conciencia, porque uno no sabría cómo responder a esas preguntas. Solo la gente que nos rodeará, con la que asumiremos la vida laboral, los fututos jefes, empleados, socios, hasta los mismos amigos y familias sabrán responder si realmente crecimos. He tenido la oportunidad de conversar con muchos padres de familia que manifiestan con preocupación la situación al formulárseles estas preguntas sobre sus hijos. Muchos sienten que no, que ni hay intensidad, ni se aprovecho el tiempo y menos se creció. ¡¡¡Preocupante!!! Estamos pasando por una situación donde en las universidades sentimos grandes vacíos de la educación inicial, la primaria y la media. Tenemos estudiantes a los que actitudinalmente no se les ve su paso por la educación. Tramposos, mentirosos, traicioneros, groseros, indiferentes con la realidad social y política y, lo que es peor con sus propias familias. Tenemos jóvenes que por creer que han llegado a una universidad se les debe mirar de manera excepcional, muchos que exigen trato diferente casi exclusivo, creyéndose más y mejores que los demás, entonces la respuesta se hace evidente. No crecieron, quizá disminuyeron.

Hace un tiempo conocí a una mujer octogenaria oriunda de Jericó. María Luisa Molina, una maestra de escuela que muchos la conocimos en la pantalla grande cuando se presentó la película Jericó: el infinito vuelo de los días. Su historia es singular y claro esta, de película. Con una conversación fluía, en un ambiente de fraterno compartir le preguntaba por ¿cuál era el secreto de lo que hacía 50 años fue el kínder, su escuela Pablo VI? Sin dudarlo solo refirió dos cosas, respeto y familia. Esa es la clave. Si la educación no forja seres humanos que basen su vida en el respeto muy difícilmente esos seres estarán aptos para una vida social activa. Del mismo modo, si la familia no está en el permanente deseo de educar de manera comprometida, ni los grados superiores ni la universidad podrá suplir lo que en la base nunca se brindó. Ana Luisa no es una experta en pedagogía, mucho menos una erudita en el campo de la educación, menos una profesional titulada en didáctica. Puede que ella no conozca mucho de Decroly o de Montessori o de Piaget. Ella tan solo tiene claro que una buena educación hunde sus raíces en la familia y de ella se desprenden los valores que requiere nuestra sociedad. A estos dos aspectos, Ana Luisa le pone un ingrediente adicional, el de la vida espiritual. Esa que nos ayuda a trascender, a entender nuestra finitud. Una vida espiritual que cultiva nuestra humanidad para hacerla más compasiva con ella misma, con los demás. Una vida espiritual que nos eleve la temperatura de nuestros valores, la longitud de nuestra vida y el tiempo que tenemos para dejar profundas huellas.

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La temperatura por su parte solo requiere de un principio: El calor. Ya que éste tiene un papel fundamental: transformar. Hasta los objetos más rígidos y duros cuando son sometidos al calor logran transformarse. Piensen ustedes en los metales, para darles forma hay que someterlos a la intensidad del calor para que este pueda tener una forma diferente. Eso es lo que hace la educación con nosotros, por eso solo ella se puede medir en grados y por los grados que se obtenga uno puede entender el proceso de transformación de las personas. Gran tarea que tenemos todos, familias e instituciones. Queridos lectores, el problema no es menor. La sociedad podrá verse en muchas crisis, pero si no nos tomamos en serio la de la educación entonces no veremos posible una sociedad con un marco de convivencia para todos.

 

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