Distopía

Autor: Juan Bernardo Rosado
26 noviembre de 2017 - 12:05 AM

Menos democracia es el camino a la alienación, a la distopía

Distopía según la RAE es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Y es también un subgénero de la ciencia ficción, literatura. Sin embargo, sus aterradoras imágenes escritas o audiovisuales son verosímiles y asustan por lo posibles.

En 1982 muchos vimos ET el Extraterrestre, la tonta película frambuesa de Steven Spielberg pero pocos vieron Blade Runner la oscura distopía de Ridley Scott. La historia de un policía cazador de androides rebeldes, que padece el podrido clima sin sol de Los Ángeles al comienzo del siglo XXI. Blade Runner es un clásico, aunque fracasó en taquilla. ET gano cientos de millones.

35 años después Scott ha producido 2049, la saga de Blade Runner, con el galán Ryan Gosling. La tierra es casi inhabitable y las imágenes son crueles avisos de lo que viene. Frío extremo, radioactividad, cero capa vegetal, una gran corporación dueña de todo y un cuerpo de policía desbordado por la violencia cotidiana y la desesperación. La política, el Estado, no existen y los androides han sido reprogramados para obedecer, no hay derechos, ni democracia, abandonados a su suerte, los humanos sobreviven si tienen con qué, nada es público, ni gratuito.

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Este periodo pesimista que vivimos, hace pensar que esas imágenes de un planeta muerto, pero bárbaro, que la pantalla nos va dejando ver, no solo son posibles, sino que serán realidad pronto.

Políticamente las distopías se mueven entre el caudillo, el totalitarismo y la anarquía, lo que me lleva del futuro oscuro a nuestro presente pesimista.

En esta sociedad desigual y pobre, pero que sus propietarios proclaman como estado de derecho y como democracia, el patrimonio público ha ido desapareciendo y los bienes públicos esenciales han pasado a convertirse en mercancías que deben dar ganancia.

Aquí se ha ido privatizando hasta la justicia, la seguridad o el recaudo de impuestos y a la que ahora una ola de indignados, que creen que pueden reemplazar los derechos con plata, proponen a los gritos que el derecho a elegir y ni se diga a ser elegidos, ya no tiene que ser un derecho garantizado por el estado a todos sus ciudadanos, sino que el que tenga con que, pague por votar, que el Estado no debe financiar ni consultas populares, ni partidistas, ni referendos. La distopía encarnada.

Y periodistas, columnistas o esas lumbreras que son los locutores estrella de radio y tv, que tienen lo privado por sagrado y decente, pero desprecian el gasto público, sobre todo si es en democracia y en participación, se suman con toda objetividad y sin saber, a esa genial idea de que la democracia la resuelvan las encuestas.

Que destello, creen en encuestas después de Trump, después de la consulta sobre los acuerdos de paz en Colombia, después del Brexit, después de la primera vuelta en Chile, etc. Hay gente con mucha fe.

Nuestros políticos profesionales dejan mucho que desear, pero alguien los elige, otros los financian y los medios los promueven. Y me pregunto si la solución es la dictadura de los encuestadores o pagar por el derecho a elegir.

Colombia tiene 50 millones de habitantes y 270 parlamentarios entre senadores y representantes, los concejos municipales y las asambleas departamentales de las ciudades y las regiones más poblados son pequeños y poco representativos. Es una democracia de élites que deben ser elegidas en grandes territorios y por gran número de electores, lo que significa más dinero para hacerse elegir, más gastos de campaña, menos control ciudadano.

Muy pocos estarán de acuerdo con la idea, pero órganos parlamentarios nacionales y territoriales más numerosos son más representativos, si tuviéramos un sistema de circunscripciones mezclado con listas nacionales habría más cercanía con los electores, más control y los partidos minoritarios ganarían presencia en todos los cuerpos colegiados, quizás los terratenientes y ganaderos dejarían de estar sobrerepresentados y el lobby empresarial sería menos fácil.

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Lamentablemente nos engañan con la mala idea de que la democracia es un gasto, no un derecho. En el fondo lo que hay es desprecio al pueblo. Si todo el tiempo nos dicen que el sistema democrático es despilfarro y que con lo que valen consultas y otras elecciones se pueden pagar dos canchas de futbol, pues entonces la voz del pueblo no importa y claro muchos dejan de votar. Para qué, si eso nada decide.

Mientras tanto alrededor del mundo los parlamentos tienen muchos más miembros. Las soluciones duraderas son democráticas, porque ayudan a tramitar los conflictos políticos y sociales. Menos democracia es el camino a la alienación, a la distopía.

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