La señalización de la ciudad debe plantearse desde lo que suponen unos nuevos contenidos culturales y no prolongar el aumento de accidentes mortales
El Consejo de Estado acaba de condenar a la nación a pagar 480 millones a los deudos de la víctima mortal de un accidente de tráfico causado por la mala señalización de una carretera. Que esto sirva para sentar un precedente en un país donde la ausencia de la veeduría ciudadana permite que grandes y pequeñas carreteras se entreguen sin tener los acabados pertinentes, con materiales de tercera, huecos disimulados, desniveles peligrosos en las capas de asfalto, etc. O sea la inexistencia de una señalización que permita evitar un accidente, que haga del flujo vehicular la imagen visual de un recorrido confiable y no una peligrosa confusión tal como sucede en las carreteras colombiana donde cualquier cosa terrible puede suceder ya que la función de la carretera como obra de ingeniería que, es la de humanizar un territorio, conectar una red de caminos vecinales, renovar la vivienda, crear un interland mediante cabinas telefónicas, gasolineras, farmacias, baños públicos estratégicamente ubicados , en Colombia no se cumple nunca y al pasajero una vez emprende su camino está abocado a lo desconocido, al asalto, al puente caído ya que no se ha cumplido con la debida señalización, con la debida iluminación. La paradoja es que quienes incumplen estas condiciones son grandes empresas transnacionales. Y quienes deliberadamente olvidan estos requisitos son funcionarios oficiales. La señalización como diseño es parte de una disciplina que busca renovar el concepto de función a través de un logro estético afirmando la confianza en el desplazamiento vial. En Medellín ha venido sucediendo lo contrario: una vía rápida finalmente es una vía cortada a tramos, sin marcar las salidas ni contar con las bahías necesarias para buses y taxis y sin ese elemento que incorpora a las vías un ingrediente estético de belleza, el paisajismo ¿Cuántas veces se ha pavimentado Las Palmas? Algo tan grotesco como el trazado de los Balsos ilustra la oficialización de estas chambonadas repetidas una y otra vez en calles y avenidas con salidas que se convierten en una trampa mortal, caso del puente de Punto Cero en el encuentro con la autopista y el Puente de Barranquilla donde cualquiera se juega la vida. O Industriales donde caprichosamente se juega con esos feos y temporales separadores marcando divisiones viales imposibles de prevenir en la oscuridad. El desorden visual lleva al caos vial y es la evidencia de que el impacto entre la consolidada ciudad tradicional y la necesidad de trazar una nueva estructura vial debido al aumento de población, a la des-significación de los espacios cívicos, al atropello a los lugares consagrados, al desconsiderado aumento de motos, ha exigido un reordenamiento la estructura vial y una resignificación pedagógica de la ciudad en su totalidad. Por esto la señalización de la ciudad debe plantearse desde lo que suponen unos nuevos contenidos culturales y no prolongar el aumento de accidentes mortales que el municipio deberá pagar tal como lo señala el precedente sentado por el Consejo de Estado.
Un motociclista entra en un deprimido carente de iluminación y se choca con una de esas barreras de plástico que los trabajadores mueven a su antojo, el motociclista y su acompañante mueren tal como mueren o quedan lisiados decenas de ellos, decenas de automovilistas cuando encuentran un hueco, una zanja sin llenar, un desnivel en la pavimentación, un cuello de botella, errores terribles causados por la mala dirección y retraso de una obra ¿Cuántas de ellas dejó sin terminar la Alcaldía anterior y hoy permanecen como una trampa mortal? Llegó la hora de la responsabilidad de los funcionarios ante estos condenables errores propiciados por la corrupción, muertes que para una verdadera justicia no pueden seguir en la sombra de la impunidad.