En Colombia ni las Farc ni el Partido Comunista han logrado abrirse a una necesaria autocrítica, indispensable ésta para vencer el ala de su militancia que se ha negado a aceptar las leyes de la democracia.
Gastón Llamazares fue hasta hace poco el máximo dirigente de la izquierda española cuando aún era viva la presencia del viejo Partido Comunista. Con la consolidación de Unidos Podemos se introdujo frente al Partido de Pablo Carrillo algo inesperado: el populismo. De Marx se pasó crudamente a la influencia de Chávez el dictador venezolano ya que los principales dirigentes de Podemos, Iglesias, Monedero, Errejón fueron, con Eta, asesores directos del dictador y con él llegaron a ganar mucho dinero, insuflando en el primario tercermundismo bolivariano - tal como lo expliqué en algunas ocasiones- las ideas de Laclau y Chantal Mouffe los filósofos del populismo peronista. Y este populismo, que es lo contrario al marxismo genuino, negó la transparencia, la responsabilidad ante la democracia. Llamazares entró a la disidencia, pero ha seguido participando activamente en el debate de las ideas políticas que hoy agitan, gracias al oportunismo de Sánchez, la vida política de España. Acaba de lanzar su libro La izquierda herida una documentada reflexión, entre otros, sobre el oportunismo, la deliberada ambigüedad ética, o sea aquello que implica la inesperada llegada al poder de Unidos Podemos. “La van a pasar canutas. Se han criado en una cultura política en la que quien discrepa es un traidor” ha dicho. El cerrado fundamentalismo del matrimonio Iglesias-Montero prohíbe la autocrítica y ha impuesto una inamovible estructura de poder que impide cualquier tipo de disidencia al negar el pluralismo mediante su propia versión de una corrección política al uso de un dogmatismo ideológico que ya comienza a mostrar sus colmillos. El traidor es pues una figura que emerge de la dialéctica revolucionaria en sus purgas internas por el poder: Saturno devorando a sus hijos. Recuérdese la paranoica persecución de Stalin contra sus enemigos en especial contra Trotsky hasta lograr asesinarlo. La historia de los llamados traidores asesinados por las Farc en Colombia ha sido larga, metódica y sobre todo silenciosa. Y quienes se han atrevido a indagar sobre este tema han tenido que sufrir el estigma y la persecución. ¿Por qué la JEP ha eludido el caso del asesinato de Jesús Bejarano el gran historiador desconociendo las motivaciones de esta condena y el nombre de los responsables de esta ejecución? ¿Qué pasará con Timochenko después de haber sido condenado a muerte por las “disidencias” de las Farc? Recordemos que es el dogma el que no perdona a quien supuestamente traicionó un Código de Honor tan férreo como el de la Mafia siciliana, y si han fallado una vez lo intentarán de nuevo.
Describo esta situación respaldándome una vez más en la más verificable de las referencias: la historia de las ideas políticas. Porque si es necesario reconocer que España ha logrado crear una democracia –hoy en peligro- basada en el derecho a la discrepancia ideológica, a las distintas voces de regiones e individuos donde Carrillo jugó un importante papel en la democratización del Partido Comunista, por el contrario en Colombia ni las Farc ni el Partido Comunista han logrado abrirse a una necesaria autocrítica, indispensable ésta para vencer el ala de su militancia que se ha negado a aceptar las leyes de la democracia y ha continuado en la barbarie, lo que supone, repito, el fracaso de un Partido que al negarse a la democratización de sus bases, su estructura interna, seguirá abocado a permanecer en los azares de este juego diabólico de purgas y desapariciones, de conspiraciones contra el Estado.