Gracia, amor y comunión es lo que hace del interior de un creyente templo permanente de la Trinidad
Es posible, urgente y necesario por el coronavirus y la pandemia como letal, que nos preguntemos como creyentes ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Qué nos revela en la fiesta de la Trinidad?
Desde la Encarnación Dios siempre habla por medio de personas, en la fiesta de la Trinidad nos habla por Pablo el primer apóstol que tuvo la experiencia de la Trinidad. Por medio de él también nosotros podemos repetir esta experiencia que se hace fiesta en el memorial de la eucaristía. Así nos lo relata Pablo teniendo en cuenta el sufrimiento de la pandemia: “Hermanos, estén alegres, vuelvan al orden, tengan ánimo, vivan en armonía y paz, el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes” (segunda lectura). Contamos entonces con el don de Jesucristo en la Palabra y los Sacramentos, por medio de la Iglesia, y en los dones que Dios nos da por medio de los demás como Padre y madre, Quien con todos esos dones nos mantiene unidos y en comunión es el Espíritu Santo; donde fuera por nosotros no habría orden, ánimo, armonía y paz porque lo nuestro es el egoísmo.
El evangelio de Juan, uno de los mejores conocedores de Pablo (año 50), escrito cuarenta años después (año 90), verifica todo lo anterior con Nicodemo que somos nosotros los que celebramos la fiesta de la Trinidad: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo para que tenga vida eterna y nadie perezca, sino que se salve por medio de Él” (evangelio).
Moisés cuando subió al Sinaí con las tablas de la ley en la que una tenía los deberes para con Dios y en la otra la responsabilidad con los hermanos, ambas tablas unidas como una sola, por lo que se llamó Alianza, hizo una oración en gratitud y petición a Yahvé, que nosotros la asumimos por el don de la Trinidad: “El Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, rico en bondad y lealtad, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos. Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: -Si gozo de tu favor, venga mi Señor con nosotros, aunque seamos un pueblo de cabeza dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como tu pueblo”. (primera lectura)
La Iglesia en su liturgia ha tomado de Pablo la más bella síntesis de la Trinidad: “Salúdense los unos a los otros con el saludo de la paz, los saludan todos los fieles. La gracia de nuestro señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes” (segunda lectura). Gracia, amor y comunión es lo que hace del interior de un creyente templo permanente de la Trinidad; es una propuesta digna de acoger, que amplía en la carta a los Efesios: “los exhorto a proceder como pide su vocación: Uno es el cuerpo, uno el Espíritu, como es una la esperanza a la que han sido llamados, uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno el Dios Padre de todos, que está sobre todo, entre todos y en todos” (Ef. 1,4-6). La Trinidad se ha comprometido con nuestra paz: “Vivan en paz, salúdense en paz, para que el Dios del amor y de la paz esté con ustedes” (segunda lectura). San Agustín recomendaba: “Siempre que las oraciones o la liturgia hayan terminado démonos un beso de paz los unos con los otros”.
Moisés dialoga con Dios
La Primera lectura nos cuenta que en una madrugada del monte Sinaí; Moisés llevaba las tablas de la ley cuando Yahvé se hizo presente diciendo: “Yo soy el señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel”; Moisés se postró en tierra y lo adoró con una plegaria que se nos hace familiar a lo que encontramos en Pablo: “Si de veras he hallado gracia a tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados, y tómanos como cosa tuya” (primera lectura).
Moisés es el hombre que permite a Dios estar presente en nuestra vida y la de su pueblo, es el hombre que siempre desea escuchar más de Dios para conocerlo: “déjame ver tu gloria…” es decir, déjame contemplar los signos del amor que me has tenido. Dios le responde como un Dios de amor “...haré pasar ante tu vista mi bondad”.
Moisés no vino de lo alto
Moisés no vino de lo alto por lo que la ley no nos permite nacer de nuevo; el nuevo nacimiento es gracias a Dios Padre que en Jesucristo nos da el Espíritu Santo para permitirnos hacernos hijos de Dios por el bautismo “tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único, para todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (evangelio). Eterna significa la posibilidad más real que tiene el hombre de llegar a su plenitud personal llevando a plenitud todas sus posibilidades. Lo contrario es la destrucción por equivocación de la existencia. Para salvar al hombre de ese riesgo, Dios pierde a su Hijo. Así se comprende que Dios no entra en la historia humana para juzgar o para formular sentencias condenatorias pues su interés no es la muerte del pecador sino una vida nueva. Todo depende de la actitud del hombre frente a esta oferta hecha por Dios: Jesucristo.
Lecturas domingo de la solemnidad de la Santísima Trinidad
Domingo, 7 de junio de 2020
Primera lectura. Lectura del libro del Éxodo (34,4b-6.8-9)
Salmo. Dn 3,52-56
Segunda lectura. Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (13,11-13)
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-18):
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra del Señor