¿Qué le espera a la niñez cuando haya terminado el aislamiento? ¿Cómo será su vida de aquí en adelante y en especial cómo protegerla de violencias en casa y asegurarle el derecho a la educación?
Cuando se decretó la cuarentena, la consideración principal fue evitar la multiplicación de los contagios, así como muertes mayores a la capacidad del sistema de salud. Con esa decisión, de un momento a otro, las familias se convirtieron en protagonistas del aislamiento. Recayó en ellas la responsabilidad de asegurar su sobrevivencia y cuidado, enfrentar las incertidumbres ocasionadas por la pandemia y, desde luego, bajarle velocidad a la circulación del virus como contribución principal al interés colectivo. Sin preparación alguna frente a semejante peligro, tan desconocido como global, ciertas primeras reacciones colectivas fueron compras de pánico en tiendas y supermercados.
Así, las familias empezaron a vivir una experiencia única que sólo conoceremos en sus mil detalles cuando el recuento posterior nos diga cómo se organizaron para la incierta forma de vida diaria impuesta por el coronavirus. Lo primero fue el traslado de la escuela a la casa, y su conversión en centro de trabajo de aquellos padres y madres con condiciones para hacerlo. Mucho de lo de afuera pasó a ser competencia del hogar demandando una nada fácil distribución interna de la organización doméstica.
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Con el paso de los días afloraron los desajustes internos y la violencia, en el 90% de los casos ejercida por hombres, no se hizo esperar. No sólo irrumpieron predisposiciones escondidas debajo de la vida anterior, sino también reacciones alimentadas por la ansiedad, depresión, miedo, y especialmente por la carencia de herramientas emocionales, tampoco previamente valoradas, para hacerle frente a nuevos y ni siquiera antiguos escenarios. En 17 días de cuarentena, las llamadas a la línea nacional donde se informa maltrato físico, psicológico, económico o sexual, casi todas relacionadas con violencia intrafamiliar creció 129%, Las víctimas: mujeres, niños y niñas.
La ecuación ha cambiado, las instituciones y las normas son insuficientes para contrarrestar la viralización de la violencia. Lo poco que ofrece el Estado, con el ojo puesto en el castigo, carece de eficacia. La casa seguirá siendo el abrigo principal, aunque para muchas familias peligroso, mientras la pandemia no esté controlada.
La escuela en casa es otro reto de grandes e inciertas proporciones. Si los colegios no se pueden abrir por ser lugares de intensa convivencia, donde la sana distancia es casi imposible y el contagio a la familia muy probable, difícil pensar que vuelvan a funcionar como antes. Otros medios como radio y televisión, cojos para estos propósitos, ya están en el tablero de posibilidades.
Actualmente los espacios escolares son la antítesis de las recomendaciones dictadas por el ministerio de Salud. Al mismo tiempo, la virtualidad aún está distante de millones de hogares por su costo, baja cobertura y limitada potencia. De la clase media para arriba es un recurso. No así para la gran mayoría.
Puede funcionar mejor para adolescentes, aunque no para niños en sus primeros años, tanto por lo exigente que es producir para ellos, sino que lo diga Plaza Sésamo, como porque exponerlos tempranamente a las pantallas de los dispositivos abre el camino a la adicción y el sedentarismo.
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Si se pone el reflector sobre la estructura educativa, la pandemia evidencia los mundos distintos en que se mueve la educación privada y la pública. La privada con más condiciones de acceso a la virtualidad, aunque con costos dependientes de pensiones escolares sujetas, a su vez, a que los padres conserven sus fuentes de ingresos. El riesgo de crisis en estas instituciones pone en peligro el empleo de miles de docentes y empleados administrativos.
Aún gratuita, la educación pública sigue lejos de la virtualidad. Si a eso se le suma la carencia de recursos y condiciones tecnológicas de los alumnos, internet, por ahora, no es una opción viable para ellos.
Estos duros dilemas, vinculados al meollo actual de los derechos humanos de niños y niñas, puestos sobre la mesa por el covid-19, son enormes retos para el Estado y los ciudadanos. Las respuestas anteriores de poco sirven y la inseguridad sobre el futuro hacen más difícil el hallazgo de salidas. Sin embargo, en medio del mare magnum de la pandemia no hay otra alternativa que encontrar nuevas y creativas fórmulas garantizando que se escuche la voz ciudadana.