Comentarios a la lecturas del domingo XXI tiempo ordinario, Ciclo A.
Las llamadas confesiones de Jeremías podrían ser más cercanas a nosotros si las llamamos, como en realidad son, “Confidencias”; así como las cartas de Pablo. Más que reflexiones teológicas son sentimientos desde un corazón creyente; como deberían serlo las homilías para que pasen la experiencia personal de quien está predicando. La razón es simple :el vínculo entre Jesús y los discípulos va más allá de caminar físicamente con él a estar en su interior actuando en ellos por la acción del Espíritu Santo; sentirse transformados interiormente ,estar en paz y reunirse para volver como comunidad a Jerusalén; era apenas la verificación del “no temas” que hacía eco en su interior .Si tres veces con insistencia el resucitado nos repite: “no tengáis miedo, la paz sea con vosotros”; ¿porque nos dejamos encerrar en la paz con miedo que nos deja mudos ,porque son más fuertes nuestros egoísmos, prejuicios, desconfianzas y desquites; además de factores externos que nos impiden estar en paz con Dios y los demás?.
En el caso de Jeremías la misión de paz que Dios le ha confiado provoca un cuchicheo de murmuración e incomprensión hasta el punto de querer deshacerse de él.; lo cual no deja de herirlo. Pero el obstáculo más grade para sumisión venía del grupo de amigos al cual pertenecía: “Todos los que eran mis amigos expiaban mis pasos, esperaban que me tropezara y me cayera, diciendo: “si se tropieza y se cae, la venceremos y podremos vengarnos de él” (primera lectura). Esos siguen siendo otros enemigos de la paz.
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Aun podemos darle más espacios a la paz del Resucitado que actúa por medio del Espíritu en nuestro espíritu para expresarla exteriormente en signos de reconciliación e inclusión “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre” (evangelio). Esa es la mejor promesa a los que producen o padecen miedos; como persecución y atropello a la dignidad humana; con el que hay que convivir toda la vida. La ansiedad que produce el miedo paraliza la vida porque siempre se está esperando lo peor y si no ocurre algo la ansiedad lo inventa y agranda. Una persona ansiosa sufre dos veces todo, antes de que ocurran las cosas y después con la realidad de lo ocurrido; pues, aunque no ocurra nada se queda esperan que ocurrirá. Los miedos son como los fantasmas que tienen necesidad de la oscuridad para actuar; con frecuencia basta darlos a conocer, compartirlos, hablar de ellos para que desaparezcan o se redimensionen. No es tanto el miedo cuanto el ansia lo que Jesús condena “Así que nos preocupéis por el mañana; el mañana se preocupa de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6,34).
El evangelio resuelve el miedo de manera simple: La confianza en Dios, creer en la Providencia y en el amor del Padre celestial. San Pablo nos enseña un buen método para superar los miedos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rm 8,35-37). “Si Dios está con nosotros ¿Quién contra nosotros? (8,31). Si el más fuerte es el que los protege, ¿quién podrá hacerles daño?
La preocupación pastoral no está tanto en lo que debemos decir cuánto en lo que tenemos que ser. La vida pastoral, lo mismo que la del testimonio laical, es un vaivén de miedo frente a tantos conflictos y dificultades, pero también es una experiencia de dificultades superadas por la fe, una experiencia de señales permanentes del amor de Dios La fortaleza del creyente no es autoafirmación, sino humilde confianza. A los miedos en la evangelización Jesús contrapone la fe que brota del saber que existe una fuerza en la Palabra que termina dando fruto: “Nada hay escondido que no deba revelarse, y secreto que no pueda ser manifestado”.
Jesús debió haber sido el precursor de la “televisión reality”, la obsesión actual de transparencia, es decir, que todo tiene que ser mostrado, desvelado desde la intimidad de las personas hasta los secretos, que todo lo privado deba ser visto por todos. San Pablo en la carta a los romanos nos induce a una respuesta: la transparencia cristiana tiene relación con la gracia de Dios y su misericordia. Lo que mata el alma es creerse separado de Dios; no estamos separados de Dios por ser humanos, ni tenemos que salir de nuestra humanidad para estar en alianza con Dios. Por el contrario, la encarnación nos indica la aceptación de la condición humana En la muerte y resurrección de Jesús Dios ha venido a decirnos que nuestro pecado no nos separa de Él; lo que mata el alma es sentirse separado de Dios por hacernos una mala imagen de él convirtiéndolo en un falso Dios o un ídolo.