Los prestadores de los servicios médicos gozan de una autonomía y capacidad de operación que controla fenómenos como la iatrogenia, el exceso e inadecuado uso de tecnología, la, algunas veces, descarada proliferación de comerciantes de diferentes áreas de la atención.
El lenguaje de las caricaturas expresa, en medio de sonrisas, las paradojas de la existencia: con las contundentes herramientas del dibujo, el ingenio y el comentario breve, se resumen los hechos y sobre ellos se plantean inquietudes e ideas que alcanzan rangos de alta metafísica, de política, de psicología o de cualquier otra área del interés humano. Los temas que atañen a la salud no escapan a estas expresiones. En una de las infinitas caricaturas que se refieren a políticas sanitarias –no en Colombia, esto no tiene límites geográficos- aparece una simple escena: el paciente, preocupado, muy enflaquecido, sentado en la mesa de examen, le pregunta al médico: “Y, ¿cuál es el diagnóstico?” El galeno, mirando hacia una pantalla de computador, le responde de modo seco: “¿Diagnóstico?, No. Eso era antes. Le estoy haciendo un presupuesto”.
Las explicaciones sobran, se podría pensar. En vista de que ése no es el caso, es pertinente anotar algo: un sistema sanitario concebido como una actividad técnica y comercial conduce a la deshumanización y a la pérdida del verdadero sentido de las profesiones relacionadas con el cuidado. Comercialización, conflictos de interés, especulación financiera, manejo de poderes ocultos, concentración inaudita de capacidad de decisión en interesados en resultados económicos, uso inadecuado de tecnologías, generación de confianzas irreales en logros tecnológicos, judicialización de la práctica médica… Un escenario que facilita la iatrogenia, es decir, la contraproducente resultante de efectos negativos consecuencia del actuar del médico, y del sistema de salud, lo contrario de los fines para los cuales han sido concebidos.
La autora Marcia Angell con lucidez ha fundamentado sus críticas a uno de los aspectos más complejos del actual sistema sanitario de los Estados Unidos: para ella el Reino Unido y Francia ofrecen opciones que equilibran la situación. El estado, ente regulador y controlador, ejerce de modo efectivo su poder, pero al mismo tiempo, los prestadores de los servicios médicos gozan de una autonomía y capacidad de operación que controla fenómenos como la iatrogenia, el exceso e inadecuado uso de tecnología, la algunas veces descarada proliferación de comerciantes de diferentes áreas de la atención.
La salud –un bien difícil de definir- no es la aplicación de tecnologías; no es la compra y venta de diagnósticos que pueden conducir a la generación de condiciones negativas para el propio paciente; tampoco un sistema de enriquecimiento apresurado de expertos dispensadores de determinadas aplicaciones que se acostumbran a medrar en medio de complejas situaciones de conflicto de intereses personales... Es algo que se aproxima a la puesta en marcha de sistemas básicos y racionales de educación y atención primaria, regionalización de servicios, y algo que debe tener en cuenta los clásicos “determinantes de la salud”, criterios de Marc Lalonde: 1. Biología humana 2. Hábitos de vida, 3. Aspectos medioambientales y 4. Organización de los sistemas sanitarios.
Lo invitamos a leer: Salud y mercadeo de ilusiones
En este último aspecto, la política y la puesta en marcha de los servicios, hemos dado tumbos, algunos de ellos muy graves, al haber permitido excesivamente el juego de las leyes del mercado como único y poderoso protagonista. Es negativo el poder incontrolable del caballero don dinero: en ciertos casos es necesario ponerle riendas y domar su infinita ambición. Esta es una gran tarea que aún no se ha hecho.