Mientras Ciudad de México inauguraba el Sexto Foro Mundial de la Bicicleta, cuya cuarta versión se realizó en Medellín, en el Valle de Aburrá pasó casi inadvertida la celebración del Día Mundial de la Bicicleta que, como cada 19 de abril desde hace 32 años, sirvió de excusa en muchas ciudades del planeta para motivar su uso, no solo recreativo sino sobre todo como medio alternativo de transporte.

Curiosamente la celebración está relacionada con la conmemoración del descubrimiento del LSD, el 19 de abril de 1943 por el químico suizo Albert Hofmann, quien creyó haber descubierto una herramienta siquiátrica potente y no un alucinógeno recreativo. Tras su primera experiencia con el ácido lisérgico, el científico regresó a su casa en bicicleta. Una odisea que el profesor norteamericano Thomas Roberts, decidió conmemorar en 1985 y desde entonces ha ganado cada vez más fuerza en muchas partes del mundo.

El origen de la cicla se ubica en Alemania y se le atribuye al barón Karl Drais en 1817, según lo cual, celebra sus primeros 200 años. Dos siglos en los que ha tenido sinnúmero de variaciones, modalidades y avances, y ha popularizado todo tipo de competencias, como el Giro de Italia que este año llegará a su edición 100. También ha tenido momentos de gloria, esplendor y moda, como otros de menor acogida por diversas razones.

Hoy, en el mundo, tiene uno de esos momentos de prevalencia como alternativa de movilización económica, no contaminante, además de sus usos recreativos. Actividades como el Foro Mundial dan cuenta de la importancia que tiene en algunas ciudades, aquellas que han decidido buscar alternativas al uso del vehículo particular para contribuir con el ambiente. Ciudades que han destinado vías seguras para sus usuarios, que han privilegiado el transporte público y que lo articulan con los sistemas de bicicletas, incluso permitiendo llevarlas en el metro o en los buses.

Entre nosotros es evidente que cada vez son más los usuarios de la bicicleta como medio de transporte, tanto del sistema público como de las ciclas particulares. Estamos lejos de experiencias como la de Rotterdam, Holanda, en donde la mayoría de las personas tienen tres bicicletas: una de la casa a la estación del Metro, otra de la estación del Metro al trabajo y una tercera –la más elegante-, para pasear los fines de semana. Una cultura que demanda entre otras cosas infraestructura de parqueaderos como la que aquí destinamos a los carros. También estamos distantes de ciudades como Bogotá en donde la cultura de uso es muchísimo mayor y la respuesta de equipamiento urbano también.

Pero insistamos, hemos avanzado. Lugares como el Centro Comercial Unicentro o la Universidad Pontificia Bolivariana, sin mucho aspaviento motivan su uso permitiendo espacio de parqueo y ruta segura. Un ejemplo que debería multiplicarse en lugares públicos y en escenarios privados. Sería deseable, por ejemplo, que en todos los parques hubiera parqueaderos de bicicletas, que los kilómetros de ciclorruta fueran más y que conectaran trayectos frecuentes con el sistema público de transporte.

Celebraciones como ésta, o la realización del Día sin Carro que adoptó Medellín en 2008 por Acuerdo Municipal y que hoy acoge todo el Valle de Aburrá, deberían servir para motivar el uso de la bici, pero también reflexiones sobre el comportamiento de los ciclistas (que deben respetar las señales de tránsito y a los peatones), así como de quienes comparten la vía en otros medios motorizados que deben proteger a los más débiles en la calle, como los ciclistas y quienes van a pie. Para eso pueden servir las conmemoraciones: para ayudarnos a ser mejores ciudadanos, una función que no se alcanza si no sabemos que se celebra.

En definitiva, aunque hemos avanzado nos hace falta mucho trayecto para alcanzar una cultura de la bicicleta entre nosotros. Un propósito al que le han pedaleado más colectivos privados que las autoridades. Tal vez por eso a veces parecemos en una estática.