El propósito de, en la postpandemia, aspirar a ser mejores en una “nueva vida” ciudadana es algo que, recordemos, hizo parte de los objetivos políticos de las golpeadas viejas clases medias
¿A qué país aspiramos una vez desaparezca la pandemia? La pregunta ha sido lanzada pero no en voz alta como para que solamente la escuchen los más aparentemente despistados(as) o sea quienes atentos solamente a cumplir con sus deberes cotidianos , estuvieron ajenos a las trifulcas en las calles y que hoy confinados en los espacios familiares conocen de la atormentadora estridencia del ruido que embobece y entontece en la ofensiva vulgaridad de la radio de las mal llamadas músicas “populares” perversos contenidos de estéticas que de mañés pasaron a lo que hoy se denomina la estética cuqui y que el filósofo inglés Simón May ha analizado tan esclarecedoramente como distintiva de los nuevos grupos sociales. Si los gustos en el vestir de las nuevas clases medias – las que los filósofos “progres” criollos llamarían del capitalismo tardío- se han hecho más cursis también esto ha sucedido con la nueva clase política “progre”. Pero vamos por partes y detengámonos antes en aquellas circunstancias de crispación social extrema en que un grupo muy reducido de estudiantes y de trabajadores y por supuesto de delegaciones de indígenas disfrazados de indígenas, de afrodescendientes disfrazados de afrodescendientes, de bandas musicales identataristas de la clase media, intentó violentamente, antes de que irrumpiera sin previo aviso la pandemia, protestar airadamente sobre temas desconocidos para ellos como los de la educación, la ciencia alentados por desahuciados dirigentes obreros y dirigentes de Fecode que acusan notoriamente el envejecimiento mental que supone el haberse pasado la vida sin leerse un libro, solamente haciendo paros, propagando la ignorancia. ¿Por qué no rescataron la memoria del adolescente que murió al estallarle una bomba que iba a lanzar a un motociclista que se negó a obedecer la orden caprichosa de detenerse? El sentimentalismo, el maniqueísmo y no el juicio crítico que debe nacer de la razón que brota del análisis objetivo de los hechos imperó en los intelectuales de bolsillo que se doblegaron ante desmanes que nada tienen de revolucionarios porque lo que llamaríamos la nueva “intelligentzia” –algunos no tan jóvenes- se han caracterizado por este sentimentalismo seudo revolucionario y esta cursilería estética: el resultado que saldría de mezclar los gustos de maquillarse como Petro, los fashion de Claudia López, Santrich y el autor de Sin tetas no hay paraíso, liquiliqui, mochila arhuaca, manta guajira de marca, turbante. Por lo tanto el propósito de, en la postpandemia, aspirar a ser mejores en una “nueva vida” ciudadana es algo que, recordemos, hizo parte de los objetivos políticos de las golpeadas viejas clases medias, de lo que estas añoradas clases llamaban la decencia del poder justo a la medida de sus ideales republicanos; propósito moralmente inalcanzable para estas nuevas clases políticas y su arribismo social cobijadas ahora por el vacío vital que causa el choque con medios tecnológicos que nunca serán capaces de adaptar a sus realidades e inalcanzables como propósito pospandemia para un populismo que pretende arrasar con aquello que considera elitista porque es lo mejor.
El santismo es el ejemplo histórico ya notorio de lo que supone la codicia, la falsa aristocracia, la engañifa, el fake news, el fracaso de las obras públicas, la mala televisión ¿Como volverse atrás en su caso? Creo que el confinamiento de la pandemia nos ha permitido distinguir con claridad el abismo que separa al país silenciado, y por lo tanto capaz de indicar una aurora y el país de la infamia y la alcantarilla que debería ser el pasado a olvidar.