Con el fallecimiento del expresidente George Bush, Colombia ha perdido a uno de sus más importantes aliados en el Imperio.
Con el fallecimiento del expresidente George Bush, Colombia ha perdido a uno de sus más importantes aliados en el Imperio, aquel que desde la Casa Blanca asumió la corresponsabilidad de Estados Unidos en la lucha contra las drogas, quebrando la tradición inaugurada por el expresidente Nixon que ponía en hombros de los países productores toda la carga del control al comercio ilícito de estupefacientes. También abrió las puertas a la liberalización en las relaciones comerciales de Estados Unidos en el continente, al promover y suscribir el Nafta con Canadá y México, y el Atpa, con Bolivia, Colombia y Perú. Con sus asesores Colin Powell y Dick Cheney, se empeñó en la defensa de la democracia.
George Bush es uno de los pocos presidentes estadounidenses que no logró su reelección, revés explicado por el estancamiento de la economía, hábilmente aprovechado por la campaña de Bill Clinton; por la ineficacia de la operación Tormenta del desierto, apoyada por la ONU para enfrentar a Saddam Hussein, y por la intromisión en Panamá para capturar a Manuel Antonio Noriega, quien, a semejanza de dictadores como Nicolás Maduro, violó todas las reglas democráticas para hacerse reelegir. El expresidente Bush tuvo una especie de revancha con la elección y reelección de su hijo George W., en la Presidencia, así como con la consolidación del poder familiar en La Florida; hoy los Bush son vistos, en el ala republicana, como una dinastía comparable a los Kennedy, demócratas.
Entre los años 1986-1989, el gobierno Barco libró una intensa batalla diplomática para demostrarle a los países del primer mundo que la lucha contra el tráfico de estupefacientes no podía recaer exclusivamente en los países productores, pues en el primer mundo están los consumidores; la producción de precursores químicos usados para el procesamiento de cocaína; la fabricación de armas para las guerras de los narcotraficantes contra los estados democráticos, y la cabeza de las operaciones de lavado de dinero. Esta intervención encontró interlocutor interesado en el presidente George Bush, primero en abrir una mesa de diálogo con los países productores, a fin de construir juntos la estrategia de combate al narcotráfico, con enfoque prohibicionista. Fue así como se realizó la Cumbre Antidrogas que reunió en Cartagena a los presidentes de Bolivia, Colombia, Estados Unidos y Perú. Ese propósito de aliarse sufrió un fuerte revés en los primeros seis años del gobierno Clinton, quien, de la mano de influyentes colombianos y el procónsul Frechette, adoptó fuertes medidas policivas, incluyendo la descertificación en lucha contra las drogas, buscando derrocar al presidente Samper por su presunta vinculación en la recepción de dineros del Cartel de Cali en su campaña. Finalizando el período Samper, Clinton rectificó y abrió camino al Plan Colombia, suscrito con Pastrana, para la cooperación integral en la lucha contra las drogas.
Consecuente con la concepción sobre el libre comercio de la mayoría de los republicanos, Donald Trump es deshonrosa excepción que muchos en su partido señalan. El presidente George Bush, en cambio, abrió las puertas al libre comercio en el continente americano. En 1990 suscribió el Nafta, pivote del estrechamiento de relaciones comerciales y diplomáticas con sus vecinos en Norteamérica, Canadá y México. En 1992 firmó la Ley de preferencias arancelarias (Atpa y luego Atpdea) para los países andinos (Bolivia, Colombia y Perú), normativa en la que confluyeron sus decisiones de apertura comercial, continuando el camino trazado por Ronald Reagan, de quien había sido vicepresidente, y de asumir corresponsabilidades con la lucha contra las drogas. Esta determinación de apertura comercial como medio para apoyar el desarrollo económico de las regiones productoras fructificó en el TLC bilateral que Colombia y Estados Unidos negociaron en los gobiernos de Álvaro Uribe y George W. Bush, así lo firmaran, manes de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes estadounidense, los presidentes Santos y Obama.
Aunque tuvo gran impulso de los Bush, la valiosa alianza de Colombia con el Imperio no ha fluido como sería conveniente para ambas partes debido a interferencias y ralentizaciones intencionadas de ambos lados. El grupo de conspiradores que quiso buscar apoyo colonialista para cambiar al gobierno, en el período Clinton, y el enfoque excluyente pro-Europeo e inicialmente pro-chavista de la canciller María Ángela Holguín, en los dos períodos Santos, fueron contenciones del lado colombiano. La distancia que Barack Obama puso a sus relaciones con América Latina y la perspectiva aislacionista del temperamental Donald Trump han contribuido desde el lado estadounidense a un enfriamiento en las relaciones colomboamericanas que ha sido costoso para ambos países, la campaña sobre las drogas y hasta para el anhelo de democracia del pueblo venezolano, que ve en ese distanciamiento como se aleja también la posibilidad de impulsar el cambio institucional que esperan las mayorías.