Colombia es una plutocracia, una sociedad en la cual los ricos imponen a la población situaciones onerosas y empobrecedoras
El impulso a la democracia pasa por realidades sencillas que con facilidad olvidamos. Una de ellas es que elegir o participar supone que delego mi voluntad individual, la deposito en mi representante y el debería actuar conforme a mis intereses defendiéndolos o concertándolos con otros diferentes. Generalmente no sucede así y los políticos como delegatarios del poder de los electores actúan defendiendo intereses ajenos. En nuestra nación el poder de los empresarios es tan desproporcionado que ha sido imposible poner un correcto impuesto a las bebidas azucaradas sabiendo que el alto consumo de azúcar está relacionado con dolencias que impactan significativamente la salud agotando recursos que podrían orientarse mejor. Es solo un ejemplo.
El presidente Iván Duque llega a la Presidencia con el apoyo de millones de ciudadanos que no tienen capital, solo bienes mínimos y su trabajo para subsistir, sin embargo, el presidente electo nombra en el ministerio de Hacienda a un claro representante de los empresarios e impulsa una reforma que lesionaría gravemente a los trabajadores y aumenta las exenciones para las empresas. El ministro Carrasquilla quiere recoger 14 billones aumentando los impuestos de los asalariados. Salomón Kalmanovitz hace un sencillo análisis basado en otra realidad. El 1% de las familias obtiene el 21.6% de todo el ingreso, correspondiente a 216 billones. Deduciéndoles el 35% se recaudarían sobre 136 billones, unos 52 billones. El análisis de Kalmanovitz va más allá y hace una serie de recomendaciones, como abolir las exenciones que en 2017 sumaron casi 60 billones y aumentar la tributación de los más adinerados para disminuir la deuda externa.
Decir todo lo anterior es llover sobre mojado, Colombia es una plutocracia, una sociedad en la cual los ricos imponen a la población situaciones onerosas y empobrecedoras. No hay conciencia nacional de la causa central de la guerra de medio siglo y parece ignorarse que fue la injusticia, la concentración de la tierra en manos de unos pocos y un sistema de inequidades severas lo que nos ha lanzado sobre las armas. Si entre nosotros se cumpliera la idea de la política como continuación de la guerra, pero con las armas propias de la democracia, los argumentos, las ideas, el debate tendríamos otra nación diferente. El repudio de la gente del común a la política, expresado como altísima abstención, no debería tener lugar, pero nuestra deplorable tradición es que el político apenas obtiene los votos traiciona a sus electores, cambia de teléfono, no pasa y rompe el vínculo esencial con su electorado.
Una relación orgánica de los políticos y los partidos con los electores pasa por una comunicación constante, rendición de cuentas, presentación de proyectos y un clima de diálogo ilustrado que aglutinan, facilitan y mantienen los medios de comunicación. Pero eso parece ser rosa silvestre, escasa y no solo en Colombia sino en la mayor parte de los países que intentan fortalecer la democracia en el planeta. Y es que en tiempos de globalización debería ser posible hablar de democracia no solo en las naciones sino entre ellas. Estamos lejísimos, pero sería posible y deseable una democracia para toda la tierra en la cual se discutieran asuntos de fondo como el uso de energías limpias, disminución de los combustibles fósiles, reducción de la carrera armamentista, practicas alimentarias para la sostenibilidad etc. Pero no, vamos como el cangrejo, cada mes un paso para reeditar la guerra fría, cada semana una medida absurda para destruir naciones enteras solo para tener acceso a recursos que no se quieren comprar limpiamente sino obtener a la fuerza, tal como hace el gobierno actual con nuestros desprovistos bolsillos.